Temporalidades jánicas sobre algunas interpretaciones históricas de la ciudad de Buenos Aires. Una propuesta conceptual


Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de Avellaneda
Departamento de Arquitectura, Diseño y Urbanismo
Centro de Estudios del Habitar Popular

Resumen

Desde un análisis crítico, en este artículo abordamos un corpus secundario que se refirió a la historia centenaria de la ciudad de Buenos Aires, evitando la denominación Belle époque. No obstante, para comprender este período (1880-1910) proponemos utilizar el concepto moda, no por su arquetipo (la indumentaria), sino como fenómeno, cuyo proceder jánico evidenciaría los tres tempos históricos de una ciudad, esto es, mirando el pasado, instalándose en el presente, a fin de fenecer en el futuro para convertirse en una nueva tradición. Así la moda arquitectónica, urbanística, pueda renacer e incorporar otra innovación.

Palabras clave
Ciudad de Buenos Aires, Centenario, Interpretaciones, Tempos históricos, Fenómeno jánico

Recibido
3 de enero de 2022
Aceptado
20 de marzo de 2023

Una ciudad inestable y atroz reposa muda y quieta, dentro o debajo de las otras.
(Martínez Estrada, 1983, p. 18).

Introducción

Pensar la ciudad es, indefectiblemente, considerar sus temporalidades. Así, pasado, presente y porvenir constituyen un tempo moderno que implica un tipo de transformación, tanto en la esfera de lo simbólico como en la cultura tangible. La época que vamos a analizar se caracteriza por el intento de trazar un plan urbano bajo el modelo de la Europa de fin-de-siècle. En todo caso, la ciudad de Buenos Aires se fue tramando con las más variadas dimensiones propias del debate político-urbanístico que la tuvo como protagonista. ¿Fue la modernización una ruptura, un acontecimiento o la repetición e imitación de lo siempre igual?

El presente artículo abreva en un corpus bibliográfico que ha analizado el período que transcurre entre la época de la “vieja” y colonial ciudad de Buenos Aires hasta la distante y foránea Belle époque (1880-1910). Tal como propone David Harvey (2016), nos limitaremos exclusivamente al examen de “problemas conceptuales” en materia de urbanismo, abordados por una bibliografía dedicada a la historia de esta ciudad. En esos estudios daremos cuenta de cómo se reitera una interpretación de las derivas finiseculares de la ciudad, desde tópicos que, ligados entre sí, remiten al fenómeno de la moda dentro del discurso: apelar al pasado, a lo vetusto, en vistas de interpretar el presente histórico analizado, con el fin de explicar y comprender el objetivo futuro que se pretendía transformar (Cfr. Goldwaser Yankelevich, 2022), en lo que creemos es la muestra acabada de la política tangible, la cultura y la urbe de Buenos Aires.

Leven […] ha señalado que gran parte de las actuales investigaciones tratan “más de los problemas en la ciudad que de la ciudad”. Cada disciplina utiliza a la ciudad como laboratorio en el que comprobar hipótesis y teorías, pero ninguna disciplina tiene hipótesis y teorías sobre la ciudad en sí. Este es el primer problema que debemos superar si queremos, no ya controlar, sino simplemente comprender esos núcleos tan complejos que son las ciudades (Harvey, 2016, p. 15).

Bajo esta indicación metodológica recién citada, tenemos la presunción que la ciudad y sus periferias respondían a modos de organización propios de la colonia. Estos han sido un reflejo de cómo la “primera” elite, la de antaño, podía optar por dos direcciones contrapuestas: resistir o reverenciar a aquello que se instalaba como “moda”; o resistir a la influencia importada desde las urbes europeas y reverenciarla simultáneamente. Sin embargo, observamos que ambos caminos coexistieron. Es en este sentido que, adelantando el desarrollo ulterior, entenderemos a la moda citadina como el movimiento que implica mirar al pasado inmediato, habitar el presente en vistas que se proyecte en el futuro aquello que se incorpora como novedad para que deje de ser moda y se transforme en un hábito. Esta es la descripción del fenómeno de la moda que se propone aquí: rompe la continuidad lineal del tránsito entre el pasado, el presente y el futuro.

Este periodo histórico ha sido el motivo de estudio de investigaciones contemporáneas a través de fuentes cartográficas, pictóricas, periodísticas, cuadernos de viajes, legislación, novelas o ensayos políticos de la época finisecular. Como afirma Adrián Gorelik (2010), el período que llega hasta el centenario es extraño por los contrastes; mientras para el autor se danentre una fuerte aceleración de los cambios con su escasa visibilidad; para Leandro Losada (2021) –al describir la Buenos Aires de la belle époque– el ritmo de la modernización fue pausado.

Algunos de los estudios que vamos a abordar escamotean aquella denominación, a pesar de que esta implique aludir a las temporalidades de la ciudad en la que lo vetusto se confronta con los avances innovadores y embellecedores del período, desatendiendo la idea de lo viejo y lo nuevo de mediados del siglo XIX hasta los inicios del XX.

Para demostrar lo antedicho:

Desde sus orígenes, la ciudad en su condición de territorio –real o imaginario– expone el recuerdo del pasado y la evocación del futuro para referenciarla como un lugar con límites geográficos y simbólicos que se nombra, se muestra y se materializa en las imágenes visuales y discursivas (Fara, 2020, pp. 105-106; cursivas de las autoras).

En este sentido, pretendemos ensayar una hipótesis que renueve la forma de historizar la ciudad de Buenos Aires. Una ciudad (y sus periferias) que respondía a modos de organización propios de la colonia, lo que dimos en llamar la tradición (elemento integrante del concepto moda). Lo que se quiere vislumbrar es la tensión entre la conservación y la tradición frente a la renovación y la novedad.

¿Cómo se nombra una ruptura, un acontecimiento como lo fue la modernización? ¿Se la podría concebir como un tipo de moda política citadina?

Observamos que en algunos estudios que se dedican a la historización del momento modernizador de Buenos Aires, utilizan cosmovisiones antinómicas, pudiendo aglutinarse bajo un mismo concepto para abordar una problemática aún no resuelta: la urbanización de Buenos Aires responde a visiones enfrentadas que se consuman en una mirada jánica de los tres tempos históricos. Bajo el concepto moda se podría agrupar una comprensión certera de estos procedimientos que se denominan de formas diferentes en los escritos de algunos autores y algunas autoras presentes en esta investigación.

Catalina Fara (2020) afirma que “esta suerte de narración que cada sector de la sociedad hace de la ciudad es instrumental para reflexionar sobre el pasado, entender el presente y proyectar hacia el futuro sobre un espacio determinado” (p. 106; cursivas de las autoras). Se prefigura la propuesta del sintagma moda política: menciona el pasado, evoca el futuro, admite el presente que se nombra y se materializa. Aquí podemos dar cuenta del movimiento simultáneo que permite la presencia de la moda, en tanto fenómeno cuyo procedimiento se liga a una interpretación jánica de la historia. Lo bifronte se ve interceptado por un tercer tiempo. Mientras que en la cita anterior, la autora considera que hay un diálogo entre el pasado y el futuro, en esta referencia, agrega la noción de presente. Es así que lo que proponemos es considerar no lo bifronte, sino el movimiento jánico que al tiempo que mira simultáneamente al pasado y al porvenir, el presente es la intersección que inicia y une la comprensión histórica de la ciudad en aquel argumento.

Quizás una de las primeras tareas al tratar de crear un nuevo marco conceptual para la comprensión de los fenómenos urbanos, sea la de estudiar y sintetizar esta vasta y difusa bibliografía. Nuestra observación se sostiene sobre la obra Filosofía de la moda (de 1905), de Georg Simmel, quien afirmó que es específico de la vida moderna,

Un “tempo” impaciente, el cual indica no sólo el ansia de rápida mutación en los contenidos cualitativos de la vida, sino el vigor cobrado por el atractivo formal de cuanto es límite, del comienzo del fin, del llegar y del irse. El caso más compendioso de este linaje es la moda […] adquiere el atractivo peculiar de los límites y extremos, el atractivo de un comienzo y un fin simultáneos de la novedad y al mismo tiempo de la caducidad. Su cuestión no es “ser o no ser”, sino que es ella a un tiempo ser y no ser, está siempre en la divisoria de las aguas que van al pasado y al futuro (Simmel, 2015, pp. 48-49; cursivas de las autoras).

El movimiento jánico, de difícil historización, puede ir del pasado al futuro, del futuro al presente, y del presente, nuevamente, a la tradición pretérita. No siempre se dan los tres tiempos de manera diacrónica. Y estos ejemplos, como los que se presentarán en lo que sigue, son muestra de ello.

El artículo se desarrolla en tres secciones: en primer lugar, a través de géneros literarios diversos, se demostrará cómo la moda ha sido el fenómeno que transformó la ciudad de Buenos Aires desde su etapa colonial hasta el primer centenario de la independencia nacional.

En segundo lugar, un sucinto recorrido por los conceptos clave (moda-habitar) que se utilizarán para graficar y modelar qué significa un tempo modernizante.

Por último, vislumbraremos los claroscuros de una ciudad habitada por los temores de la tradición colonial, aunque se escapara de ello; y la resistencia por introducir un habitar moderno o la aceptación de las influencias del momento centenario.

Hacia una historia jánica de la ciudad de los tempos

Los siglos XVII, XVIII y XIX son claves temporales para la comprensión de la modernización de Buenos Aires. Son tiempos de introducción del mestizaje cultural que comprende procesos de imbricación, entrecruzamiento, intercambio de elementos materiales y de distintos códigos, que en lugar de negar, marcan sus diferentes identidades (Echeverría, 1994).

La ciudad se transformó, paulatinamente, de ser el sitio más extremo del conjunto del mercado regional, a convertirse en uno de los centros económicos más importantes del mercado colonial del sur; dicho con palabras de Elina Mecle (1989), “Buenos Aires cumplía cada vez más el rol de intermediario característico del siglo XVII entre el interior, el Alto Perú y el comercio extranjero, dinámica de intermediación que explicará el crecimiento en importancia de la Ciudad Puerto” (p. 1). Ya, en los inicios del siglo XVIII, Buenos Aires se posiciona como centro económico fundamental en desarrollo en lo referente a lo comercial. La sociedad mercantil porteña ocupó un lugar de privilegio. Esto implicó una mutación novedosa en relación con una sociedad tradicional en materia sociopolítica y económica.

Debe, por eso, considerarse también los cambios en la espacialidad y el terruño. Tal como remite Mecle (1989), Buenos Aires en sí era fea, solo tenía tres iglesias. Los otros edificios estaban fabricados de enramado y barro, al estilo de nidos de golondrinas. En el siglo XVIII los edificios se reconvirtieron con el uso de ladrillos y tejas y balcones. Mientras que en los últimos años del mismo siglo, Tulio Halperin Donghi (2011) señala:

Buenos Aires es ya comparable a una ciudad española de las de segundo orden, muy distinta por lo tanto de la aldea de paja y adobe de medio siglo antes. Este crecimiento –acompañado de una rápida expansión demográfica– […] es consecuencia de su elevación a centro principal del comercio ultramarino para el extremo sur del imperio español; de este modo, la prosperidad del centro porteño está más vinculada de lo que sus beneficiarios creen al mantenimiento de la estructura imperial (p. 41).

La desespañolización y, por lo tanto, la emancipación americana tuvo como modelo a la ciudad europea. Un modelo que permitió habitar un tipo de moda citadina en ciernes. Por el momento, Buenos Aires se resistía a la influencia estadounidense. Con la Generación del 80, la elite porteña era consciente del abismo que lo separaba de las ciudades a las que admiraba (fundamentalmente París, Londres y Viena). Observaban aún un “modo provinciano” de una Buenos Aires “babélica sin llegar a ser cosmopolita, dominada por el mal gusto de una nueva burguesía urbana, rastacuera, y convertida en un campamento exótico” (Gorelik, 2004, p. 78).

El modelo europeo aún se encontraba muy lejos de ser imitado. Alvear, denominado como “el Haussmann argentino” no logró las transformaciones que sí sufrió la París napoleónica.

Sin embargo, el emblema de una modernización urbana bajo una moda “a la europea” fue un horizonte de expectativas, una mirada dominante. En efecto, el núcleo constitutivo del urbanismo moderno fue la articulación entre las premisas de la estética urbana y el razonamiento por funciones alrededor de la higiene, la circulación y la economía (Novick, 1995).

Lo que se tomaba a finales del siglo XIX de la figura del prefecto parisino Haussmann era la encarnación de una voluntad pública de hacer nacer una ciudad moderna desde sus propios escombros, enfrentando con energía los intereses opuestos a las reformas (Gorelik, 2004, p. 80).

Esta idea de ciudad comercial, que se inicia en el siglo XVIII, es expandida desde la mitad del siglo XIX a partir de la instalación de establecimientos fabriles. Un conjunto de obras, como el inicio de la construcción de puentes transbordadores, importados mayormente de Inglaterra, vías ferroviarias para hacer de la comunicación entre la urbe y “el interior” eran innovaciones técnicas que introdujeron modas extranjeras, nuevas prácticas laborales y modos de habitar de uno y otro lado de la ciudad.

Lo monumental y las instalaciones tecnológicas fueron la punta de lanza de una modernización que modificó el habitar de sus pobladores. Así, el puente transbordador “Nicolás Avellaneda” que unía la ciudad de Buenos Aires (desde el barrio La Boca) sobre el Riachuelo con la Isla Maciel y, de allí a la provincia, prefiguró una relación social estrecha entre la vida cotidiana del paseo y el esparcimiento, con el mundo del trabajo en el que se reducía a los proletarios (principalmente fabriles y portuarios) a la rutina laboral.

Con el antecedente de la fiebre amarilla de fines del siglo XIX, el período subsiguiente estuvo dotado de gran confusión en la ciudad de Buenos Aires: cundía la vigencia del temor epidémico y se buscaban culpables y focos de infección asociados a la periferia o al cauce del Riachuelo.

Lo que surgió, en la alta sociedad porteña tradicional, tiene su incentivo en lo que se entendía con el mote francés belle époque y la recomposición de la sociedad producida por la inmigración masiva [1].

Estilos de vida y tensiones se conjugaron en medio de cambios tangibles como simbólicos.

El estilo de vida de la clase alta porteña cambió sensiblemente. Atrás quedó la austeridad y simpleza de la criolla Buenos Aires de la primera parte del siglo XIX, para dar lugar al cosmopolitismo, el lujo, el boato y las pretensiones de refinamiento aristocrático (Losada, 2005, p. 227).

Esta belle époque tiene como característica la prosperidad económica por parte de la clase alta porteña en momentos previos a la Gran Guerra (1914-1918).

Lo exótico era el punto nodal para conjugar tanto los rasgos indígenas/mestizos como aquellos ligados a la estética monumental de una modernidad urbana relativa a los aportes norteamericanos. Para la aristocracia del ochenta, esta era una escena de la ciudad que inestabilizaba la idea de regeneración en tiempos del Centenario basada en la imagen europea de Buenos Aires. En las primeras décadas del siglo XX en la escena urbana la proximidad a los modelos europeos se encontraba en jaque.

Este proceso se inscribe intensa y ambiguamente en la modernidad, como un Jano de múltiples dualidades superpuestas, en una formación típicamente moderna. En este sentido, el aporte de la inmigración y de la cultura europea sobrevendrían más visiblemente en el ocaso del siglo XIX y en los inicios del XX.

A la luz de estos dos modos de historizar, nos proponemos abordar conceptualmente qué significa un tempo modernizante y así demostrar cómo la moda ha sido el fenómeno que transformó la ciudad de Buenos Aires desde su etapa colonial hasta el primer centenario de la independencia nacional.

Asimismo, esto nos permitiría subrayar los claroscuros de una ciudad habitada por los temores de la tradición colonial, aunque se escapara de ello; y la resistencia por introducir un habitar moderno o la aceptación de las influencias del momento centenario.

Viceversa. Dos conceptos para pensar la ciudad

Debemos ubicarnos tempo-espacialmente en un contexto histórico que tenía la particularidad de un enfrentamiento constante entre criollos y peninsulares, liberales y conservadores, y la hostilidad de las provincias respecto a Buenos Aires y viceversa; el período que abordamos se caracterizó por lo que José Luis Romero (2012) denominó una “República liberal”. Es la etapa en la que se consolidó la presidencia de Julio A. Roca por el pacto que realizó con las minorías dominantes. La idea de paz y administración implicó la promoción e inversión de la riqueza en la esfera pública [2]. Sin embargo, esas minorías no dejaron de lado sus intereses y deseos de privilegio propias de la nueva oligarquía.

Simultáneamente, aquella sociedad comenzó a hibridarse (mestizarse) en la medida en que arribaban olas migratorias, especialmente europeas, que se asentaron, en gran medida, en la zona del litoral y en los arrabales de Buenos Aires. Esta fue la principal beneficiaria del nuevo desarrollo económico. “La ciudad se europeizó en sus gustos y en sus modas” (Romero, 2012, p. 107, cursivas de las autoras).

La imagen de la ciudad estuvo atravesada por un tiempo moderno que para este caso se visibilizaba en un mercado laboral: los criollos de la elite contrataban inmigrantes y nacionales pobres para hacerse cargo de las casas industriales asentadas como novedad; pero a su vez, el trabajador de la industria, mayormente inmigrado y mestizo, habitaba la ciudad de los pocos. Mientras que el Río de la Plata conectaba con la bella Europa, la que exportaba modas y hábitos modernos (el norte de la capital de Buenos Aires); el Riachuelo (su periferia sur) se relacionaba con lo insalubre y contaminante del proceso industrial que aconteció en sus orillas (Mango, 2022).

Esa elite se resistió ante la introducción de lo que a sus ojos se presentaba como lo “nuevo extranjero” pero despreciable (la cultura del inmigrante) y el miedo al regreso de lo autóctono (pueblos originarios o españoles colonizadores); o reverenció la importación de culturas que idealizaba como lo que sucedió en la Buenos Aires de fin de siglo XIX ante lo que se conoce, en el contexto internacional, como belle époque.

En esta reverencia existe lo que se denomina “ley de la imitación superior”. Gabriel Tarde (2011) aduce que, en las sociedades occidentales, aún domina el prestigio de los antepasados por sobre las recientes innovaciones. Son las antiguas convicciones tradicionales las que siguen imperando en las reformas, siempre bajo los códigos antiguos. En este sentido, se inscribe aquí la imposibilidad de introducir un nuevo nombre a un proceso que se ve obstaculizado por las viejas usanzas.

Lo que se pretende poner de moda es tan sólo un débil arroyo en el surco de los ríos de la costumbre. Sin embargo, por escaso que sea ese arroyuelo, sus efectos son de importancia y, por eso se impone estudiar sus irrigaciones o sus sequías siempre en un ritmo muy irregular. Esta sustitución es en verdad la acogida hecha a las ideas extranjeras que se imponen por la persuasión frente a la aceptación ciega de las afirmaciones tradicionales que se aplican por autoridad. La persuasión de algo que se pone a la moda compite con el dogma, tal como señala Tarde (2011), “siempre se busca en el viejo suelo el punto de apoyo para destruir los antiguos edificios o para elevar los nuevos. En la vieja moral se busca fundamento para introducir novedades en política” (p. 353, cursivas de las autoras).

Respecto de las temporalidades, hay entonces una distinción entre la imitación de un modelo antiguo y la imitación del modelo extranjero y nuevo. En las épocas en que prevalece la costumbre, se está más afectado de su país que de su tiempo. En las edades en que la moda domina, se defiende más, por el contrario, a su tiempo que a su país. Esto último produce la idea de progreso que es una excitación por la imitación (Tarde, 2011), ya que permiten modelarse sobre nuevos tipos admitidos del exterior. Citando a Martínez Estrada:

Buenos Aires ha sido fabricada a pesar de los constructores, que no hicieron una ciudad sino casas de renta, locales para negocios, refugios contra el azar de la campaña resultándoles al fin […] cosa distinta de lo que procuraban. Lo que ahora necesitamos saber es si de la pluralidad de propósitos puede resultar una unidad étnica que equivalga a la unidad del estilo arquitectónico […] si por encima de la diversidad de los elementos existe una cohesión de orden trascendental (1983, p. 20).

El poder de la innovación (de la introducción de la moda), puede demoler en cinco semanas lo que se ha construido en quinientos años (Martínez Estrada, 1983).

Al decir de Aldo Rossi (1982), y en esta misma línea argumental, con el tiempo, la ciudad creció sobre sí misma, adquirió conciencia y memoria de sí misma. “En su construcción permanecen sus motivos originales, pero con el tiempo, concreta y modifica los motivos de su mismo desarrollo”. Afirma que la historia de la arquitectura y de los hechos urbanos realizados es siempre la historia de la arquitectura de las clases dominantes (pp. 61-64). Por su parte, Rodolfo Puiggrós (1973) indica:

Las autoridades porteñas se veían en figurillas para impedir que los pobladores abandonasen la ciudad o conseguir que los artesanos más imprescindibles vinieran a habitarla […]. Los comerciantes de Buenos Aires edificaban sus casas y embellecían sus huertas con el trabajo de contados indios de servicio y negros esclavos importados (pp. 26-27).

Preferimos, en lugar de una mirada maniquea de la Buenos Aires finisecular en donde el norte se separa superficialmente del sur; pensar el modo de habitar una ciudad de “múltiples y superpuestas Buenos Aires”, bajo un tipo de movimiento jánico. En este caso, aquel que mira al pasado; y aquel que corre contra el horizonte con el afán de ganar terreno dando lugar a rellenos y diversos dispositivos de ocupación de la costa. Esto implicó modernizar los puertos sobre la cuenca del Plata. Fara, citando a Milani en El arte del paisaje, admite la existencia de un autorretrato de una sociedad urbana de dos caras: “una material, hecha de estructuras y aspectos, la otra mental, hecha de representaciones artísticas, literarias e intelectuales” (Fara, 2020, p. 106).

Sin embargo, hay un punto de inflexión que reconoce a la época del ochenta un hito de políticas modernizantes en la ciudad de Buenos Aires: la declaración de capital del país cuyo primer intendente, Torcuato de Alvear, en 1880 se propuso una nueva imagen de centralidad de la ciudad en base a la monumentalidad. Las obras públicas en Buenos Aires “emulaban modelos europeos” (Fara, 2020, p. 53).

Siguiendo a Gorelik (2004), en el curso de esta acelerada modernización, la elite porteña, la conocida Generación del 80, tenía como único modelo a las ciudades europeas. Estas son las que se ponían a la moda. Sin embargo,

Es un modelo que estaba muy lejos de ser alcanzado por Buenos Aires, ‘la ciudad más fea que he conocido entre las del primero, segundo y cuarto orden’, como le escribe exasperado el mismo Cané desde Viena al intendente Alvear” (Gorelik, 2004, p. 78, cursivas de las autoras).

Buenos Aires había adquirido la fama del progreso, cuando en realidad era de notar el espectáculo lamentable de una ciudad atrasada y caótica (Gorelik, 2004, p. 78). No obstante, es innegable que Alvear tuvo intentos de introducir innovaciones. Lo viejo no había muerto aún, y lo nuevo se tardaba en llegar por la escasa potencia que tuvieron las reformas emprendidas.

Esto despertó en aquella generación una representación nostálgica que se difumina cuando se piensa en una época que buscaba sin pausa y con prisa el “embellecimiento estratégico”, sin importar el contexto en el que se pensaba esa transformación.

Aludimos a las tensiones que sus habitantes vivían por aquel entonces. Y una de ellas ha sido la orilla del río ya que “fue así un motivo de discusión entre las aspiraciones metropolitanas y modernizadoras en la búsqueda de una reconexión de la ciudad con su entorno natural y de la reconfiguración de la infraestructura portuaria” (Fara, 2020, p. 47). Aquí se nota una vez más esa mirada jánica, que es el gesto de la moda en el que, por un lado, recuerda el encanto de la ciudad colonial; por el otro, insta por explotar el espacio para la vida comercial emplazando ferrocarriles y puertos que basculen la economía industrial citadina.

Múltiples tensiones entre el pasado y lo moderno; el habitar de la elite y el obrero; la polarización norte-sur de la ciudad pero que cuajan y se alojan en esa pieza urbana que fue el Paseo de Julio que se desarrollaba mirando al río y de espaldas a él simultáneamente. Es precisamente aquí que, parafraseando a Echeverría (1994), se haya aquel mestizaje cultural antes mencionado que remite a una sociedad que se va modernizando porque lo moderno de una sociedad se expresa justamente por su capacidad de reconocer otras entidades sociales y espacios de socialización. Como afirma Gorelik (2010):

Las imágenes urbanas, las formas de los edificios, las formas de los trazados, la forma de los árboles y de los monumentos, de las vestimentas y de los artefactos, formas en las que se matriza una cultura y que a su vez contribuyen a matrizarla, no suelen ser explotadas en su capacidad informativa. Por el contrario, la forma es rápidamente dejada de lado, como mera apariencia cuya superficie debe ser traspuesta, o como reflejo especular, ideológico, de otra instancia en cuya superficie la clave de lo real debe leerse invertida (pp. 15-16; cursivas de las autoras).

La ciudad, ¿es un reflejo de la conflictividad social o lo social transforma la morfología de la ciudad? Esta pregunta surge a partir de varios tópicos de importancia: la cuestión jurídico-política de la administración de la ciudad, en tanto municipio fundado como Municipalidad en 1852, pero refrendada en la Discusión de la Ley Orgánica Municipal en 1893; la cuestión social en lo referente al aluvión migratorio de la época (1880-1910); y los planes y proyectos que se concibieron a partir de los intereses de los vecinos, es decir, de la aristocracia criolla que ocupaba minoritaria, pero poderosamente, la ciudad.

La modernización tuvo su proceso de implementación desde fines del siglo XIX y principios del XX: se pusieron de moda ciertos espacios de paseo, pasarelas donde los transeúntes, los vecinos de bien se sentían alojados. Ponerse a la moda es una elección entre escoger copias que se creen bellas, imitar invenciones espantosas o rezagarse a lo tradicional, a lo vetusto, a lo pasado y acostumbrado. En palabras de Walter Benjamin (2016) “la modernidad cita siempre a la prehistoria” (p. 45).

Mientras que el habitar es “una de las funciones de la ciudad” asimilable con trabajar, recrearse y circular (Doberti, 2011, p. 18), se convierte entonces en un concepto que no se petrifica en un mero tópico historiográfico o teórico, sino que se escabulle por los recintos de la praxis. Por su parte, la moda es también un efecto y evento intangible y, por ende, complejo de ser reconocido. Aunque ambos dejan huellas materiales en tanto complejas redes de transmisión, de circulación de otras nociones que forman parte de un incesante cambio en las configuraciones de la ciudad.

Al reflexionar sobre moda y habitar podemos aproximarnos cartográficamente a las múltiples Buenos Aires, en vistas de comprender las dinámicas culturales en la delimitación de un territorio, sus márgenes y el espacio edificado. Las tradiciones locales adoptaron parte de la carga sedimentaria europea de mansardas, diagonales y pequeñas mansiones al norte de la ciudad; pero construyeron su porvenir respondiendo a sus propias prácticas. La moda y el habitar sedimentaron y erosionaron modos del hacer, costumbres y valores, pero con la lógica meandrosa, inestable e incontenible propia de un territorio en el que el confín se traduce en agua, afirma Martínez Estrada (1983, p. 79), sobre los bordes de la ciudad, dos lados de agua, uno de pasado y otro de porvenir.

Reiteramos que por escaso que sea ese arroyuelo –los destellos que deja sobre la ciudad la moda y el habitar, tal como pretendemos entenderlos en este escrito–, sus efectos son de importancia. Estudiar estos conceptos al unísono implica entender sus apariciones y desapariciones de manera incompleta e irregular. Se acepta la paradoja de elegir y, al mismo tiempo, ser cautivados tanto por la moda como por el habitar. Sus imposiciones no nos dejan mucho margen de elección. Aceptamos la moda –lo vetusto renacido en pura innovación– y habitamos –tanto en acción como en contemplación–, sin darnos cuenta de que eso estaría sucediendo por inercia, que la temporalidad juega con el movimiento de los cambios en la ciudad.

Así, tanto la introducción de modas (políticas, arquitectónicas, jurídicas) como de formas de habitar implica una reflexión sobre una práctica, pero con fundamentos teóricos. La moda produce efectos en una sociedad moderna.

El sistema del habitar como el fenómeno de la moda interactúa con las personas y con las cosas. Son simples y complejos a la vez. Para Benjamin (2016), moda y arquitectura permanecen en la oscuridad del instante vivido, pertenecen a la conciencia onírica del colectivo: ambas entonces se inclinan hacia un ser y un parecer, hacia un estar de moda y un estar a secas, es decir a un espacio y a un tiempo pasajeros.

¿Belle époque?

Ensayistas, economistas, literatos de diversos géneros e investigaciones en historia de la arquitectura y urbanismo, en ciencias sociales y humanas presumen a la Argentina finisecular como una “época bella”. Algunos remiten a ese período desde mediados del siglo XIX hasta los inicios del XX. ¿Qué tipo de época refieren? Sin duda, aún no está instaurado denominarla belle époque. ¿Debería ser una moda dentro del discurso que estudia dicho período? Estos escritos, permanentemente, consignan lo que se deja en el pasado en vistas de “cosas nuevas”, transformaciones e incorporaciones innovadoras sobre la ciudad en proceso de modernización [3].

Si se liga a la belle époque a la prosperidad económica de esos años, se dice que quien la vivía era la clase alta porteña habitando espacios de sociabilidad prohibidos de facto para el resto de los pobladores.

Al decir de Ángel Rama (1969), el siglo XIX estuvo lleno de promesas: “para Londres y París, era llegado el tiempo de una –provinciana– ‘belle époque’. Sobre la opulencia burguesa de la nueva clase de comerciantes adoptaría el aire de esa clorótica e histérica criatura enferma de ‘fin de siglo’”. Sería en el Río de la Plata –“y las dos coquetas ciudades de sus riberas” (pp. 143-144), Buenos Aires y Montevideo– donde llegarían noticias de una nueva estética en materia de transformación y apropiación por parte de la ciudad.

Algo similar observó Martínez Estrada (1983) respecto de la “ciudad hacia arriba” en Buenos Aires: una planta alta que remite aún a los tiempos (vetustos) de 1870 o 1880. La moda (renovación de la vejez) se da por partes en la ciudad que pretende imitar esas corrientes devenidas de Europa. “El color del jalbegue, de las persianas; el estilo y clase de la forja de los balcones, son de otro gusto, más viejas” (Martínez Estrada, 1983, p. 32).

El tempo ha cambiado hacia el europeo, pero ¿es tan visible para los que habitan la ciudad de Buenos Aires de la Argentina centenaria? La Buenos Aires finisecular, para una mirada economicista, tuvo rasgos de esta supuesta belle époque: la evolución de las exportaciones, el crecimiento de las vías férreas y la gran recepción de inmigrantes. En otras palabras, esta época de oro (que no es lo mismo que una época bella) se liga al éxito del modelo agroexportador. Modelo que deviene en una etapa de industrialización a fuerza de la incorporación de tecnologías de varios puntos de Europa y Norteamérica.

Pero esta época bella era, para variar, desigual:

En 1913 y 1915 la esperanza de vida para alguien que nacía en Buenos Aires (ciudad y provincia) era de 51,37 años, mientras que para alguien que lo hacía en el noroeste la misma era de 37,94 años. Esta diferencia de más de diez años ocurre al final de la Belle Époque, lo que indicaría, que los beneficios de la “modernidad” y el crecimiento no se distribuyeron de igual manera sobre la totalidad del territorio (Sánchez, 2015, p. 50).

Para Rama (1969), la belle époque es el nombre que los franceses y los habitantes de países –bajo su influencia cultural– dieron a un período histórico de límites imprecisos, pero que coincide en rasgos generales con el novecentismo. Paradójicamente, las principales infraestructuras que delinearon la morfología urbana de la ciudad de Buenos Aires y sus periferias (tendido ferroviario, portuario, nodos de acopio) –la llamada trade mark del período– no fue francesa, sino inglesa la que rigió los gustos devenidos del viejo continente durante el último tercio del siglo XIX en aquel territorio.

Podemos observar que:

Esta lucha decisiva por la hegemonía comercial del Plata, los ingleses, como siempre, llegan primero. […] No buscan poblar […] su dominio son los negocios […]. Son suyos los principales bancos de Buenos Aires, los ferrocarriles, los docks del puerto, los grandes saladeros, las compañías frigoríficas (Petrina, 2014, p. 24).

Son esas imágenes las que aparecen como modernizantes del paisaje urbano, lo “sublime industrial”, en los confines de la ciudad (Fara, 2020), conjunción activa entre naturaleza y tecnología (con un vocabulario compuesto por acero, vigas, puentes y chimeneas).

Si el carácter europeo se intensifica en el Centenario, aunque in situ no se utilizara el sintagma belle époque; en la primera mitad del siglo XX se ha completado la infraestructura urbana en toda la superficie de la ciudad, culminando las reformas modernizadoras en el centro de Buenos Aires que van desde el monumental obelisco a las avenidas, las plazas y los parques, y las redes subterráneas.

Si tuviéramos que hacer un recuento sucinto de esos rasgos, sociales y urbanos, que producen la forma europea, veríamos que más que una cualidad morfológica, son el resultado de una combinación peculiar de elementos que se destacan en el espacio público: la homogeneidad urbana, garantizada por la odiada estructura de la cuadrícula americana (Gorelik, 2004, p. 91; cursivas de las autoras).

En una frase surgida de la revista Caras y Caretas del año 1928 se pudo leer “Buenos Aires viste el ropaje del porvenir”. El recuerdo y el olvido de la Gran Aldea de la ciudad de Buenos Aires se modernizó y la belle époque parece ser la titulación de esa aceleración del tiempo. Una ciudad como forma política de la historia, de los trayectos, en el que el dualismo objeto-sujeto se articula a través de los conceptos moda y habitar que, tal como advertimos en el apartado anterior, contribuyen a las tramas sociales que son múltiples y mestizas.

Al decir de Alberto Petrina (2014), mientras la elite argentina se ocupaba de invertir los fabulosos ingresos provenientes de las exportaciones agropecuarias en residencias palaciegas que celebraban el pasado de otras culturas –la francesa–, la alta burguesía estadounidense ya daba muestras de un desarrollo hacia el futuro asumiendo una autonomía tecnológica y estética en el mundo finisecular. ¿No es la belle époque una reminiscencia de un pasado tradicional, el europeo, en particular la Francia haussmanniana?

El triunfo del diseño racional y del higienismo encarnado por el modelo urbanístico haussmanniano puede sintetizarse en el boulevard y el parque público: ambos elementos están bien representados en la Buenos Aires de fines del siglo XIX, mediante la Avenida de Mayo y el Parque de Palermo (Petrina, 2014, p. 29).

Para Elisa Radovanovic (2014), la apertura de aquella avenida fue una idea medular para afirmar que el espacio urbano entraba a la modernidad. La autora llama “espacio novedoso al estilo de los boulevards parisienses” (p. 134). Belle époque clasificaría bien bajo esa descripción, siempre remitiendo a la idea de “modelo francés” que contiene intrínsecamente el concepto moda.

Las elites argentinas solían reservar para el rol de los arquitectos [4] la figura de un mero copista: “adaptadores y/o constructores de proyectos ajenos, cuyos autores remitían los planos desde París” (Petrina, 2014, p. 25, cursivas de las autoras). El autor la denomina “arquitectura prête-à-porter” en tanto “pesada herencia cultural”. Y justamente lo que no hubo con ello es un gesto a la moderna, una moda por la modernización, sino todo lo contrario:

Mientras la pujante burguesía norteamericana, sin desdeñar el lujo, apunta hacia el futuro privilegiando la inversión productiva –como corresponde a una verdadera matriz capitalista–, vemos a su equivalente argentina disiparse en el consumo suntuario y el derroche, aludiendo a un pasado que, para colmo, ni siquiera era propio (Petrina, 2014, p. 25).

Estamos ante una sociedad porteña dependiente, estéril, que más que marchar hacia el progreso, se dirigía hacia la decadencia sin alcanzar la grandeza. Esta “París sudamericana”, no obstante, no dejará de introducir “nuevos modelos urbano-arquitectónicos” (ya viejos para Europa) creyendo ser indiscutidos proyectos símbolos de progreso.

Reiteramos la pregunta: la belle époque, ¿es un buen “modelo europeo” para clasificar esta época? Para la elite gobernante en la Argentina, especialmente, la porteña, París era una moda excluyente. La arquitectura y el urbanismo se completaban con modos de comportamiento en el habitar citadino, salones, clubes, las recovas del Paseo de Julio, las óperas. Pero aproximándose al Centenario y durante los primeros años del siglo XX, el habitar por fuera de esta excepcionalidad era cada vez más precario y olvidado por la clase política: ante una relegada población rural y la miserable clase operaria de los arrabales urbanos comenzó a irrumpir en un escenario vedado para con su presencia extralaboral. Tomaron las calles, se iniciaron las huelgas [5], la ciudad proto haussmanniana emuló las épocas de las barricadas, los disturbios y las protestas. Una bella época para pocos donde, desde la fiebre amarilla de 1871, hubo una degradación física del habitar de antiguas residencias señoriales tugurizadas. A pesar de estar instalado en el imaginario social la concepción del conventillo como adaptación de antiguas casonas señoriales, habitadas originalmente por la clase patricia que migró hacia el norte de la ciudad durante la epidemia de fiebre amarilla; los conventillos eran también edificaciones que respondían a inversiones de bajo costo y en base a una explotación máxima de la superficie construible en el lote (Mango, 2022).

Es Juan Mario Molina y Vedia (1997) quien sugiere la cuestión de la moda en el espacio urbano y arquitectónico donde:

[Se da una] negociada interpenetración y lucha interior no resuelta entre lo nuevo y lo permanente, lo aleja y diferencia tanto del “vanguardismo” como del “tradicionalismo nacionalista”, dos acciones vigorosas. Lo nuevo entra en colisión con las realidades concretas de lo factible con “el peso clave de la tradición europea” […] capaz de ir incorporando los nuevos temas y reducirlos a fórmulas conocidas (p. 8).

Pero aquel estilo francés –el de los palacetes– fenecía frente a la realidad existente: la inmigración imponía un modo de habitar muy poco a la moda ante la urgencia habitacional, como señala Petrina (2014) “habrá que esperar hasta 1915, cuando [se sanciona] la Ley N° 9.677 que crea la Comisión Nacional de Casas Baratas” (p. 49), aunque el resultado en 40 años no había llegado sino a mil viviendas construidas. La elite del período finisecular por omisión logró que la urbe tenga un espacio de coexistencia con los que bajaron de los barcos y los criollos y afrodescendientes que habitaron en las márgenes del Riachuelo, con vistas al gran puente transbordador inglés “Nicolás Avellaneda”, toda una innovación para la época.

Conclusiones

Incorporar el fenómeno de la moda implica amalgamar operaciones relacionadas con las personas y con las cosas, instituye una apropiación del mundo. Regula, de un modo subrepticio, el habitar que nos circunda.

Se propuso una manera de sortear el uso de la historia de la ciudad como un “laboratorio en el cual demostrar o constatar nuestra hipótesis”, un modo conceptual para explicar los núcleos complejos que encerraron a las “diferentes temporalidades de la ciudad de Buenos Aires”.

Así, leer la historia como un Jano se convirtió en una teoría productiva: moda/habitar; mirar al río/de espaldas al río; pasado/futuro; colonial/moderno; lo viejo/lo nuevo; tradición/modernización; norte citadino/sur arrabalero. Ello para concebir una ciudad cuya vida transcurre en un tempo moderno, impaciente (como escribiera Simmel). Esto conlleva la concientización de que toda ciudad tiene un comienzo y un fin simultáneos donde la novedad y la caducidad se permutan infinitamente (Goldwaser Yankelevich, 2022) o, como escribiera Molina y Vedia (1997), la moda es lo que deja de ser moda.

Sostuvimos en todo el artículo que, tanto la moda como el habitar permitieron reconstruir una cartografía histórica del arribo, de la ciudad de Buenos Aires, a una modernidad trunca. Es por eso por lo que hemos abrevado en “París, capital del siglo XIX” de Benjamin (2016). El filósofo nos ofreció la clave para entender cómo la reconstrucción histórica de la arquitectura nos permite entrelazar la mirada de lo vetusto y acostumbrado con la novedad y la innovación.

La arquitectura, el urbanismo, la moda y el habitar modelan el orden social, por ende, tienen todo que ver con la política. El contexto histórico-político de la Buenos Aires finisecular no puede estar apartado de los nuevos desarrollos y actores que incorporan las viejas prácticas y materialidades. La “europeización” puede ser vista, repetimos, de manera jánica: como una imitación en el presente de un pasado continental o como la repetición de lo siempre igual. Innova y conserva la tradición en el mismo tiempo histórico. En este sentido, se da simultáneamente una resistencia y reverencia a las innovaciones que dialogan con lo antepasado en vistas de un presente que demanda proyectar un futuro, para que, cual moda, fenezca y vuelva a nacer ■


REFERENCIAS

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  • Doberti, R. (2011). Habitar. Buenos Aires: Sociedad Central de Arquitectos.
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  • Germani, G. (2010). La sociedad en cuestión. Buenos Aires: CLACSO.
  • Goldwaser Yankelevich, N. (2022). La moda, revolución efímera. Buenos Aires: Las cuarenta.
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  • Gorelik, A. (2004). Miradas sobre Buenos Aires. Historia cultural y crítica urbana. Buenos Aires: Siglo XXI.
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NOTAS

1.  El volumen de la inmigración, en relación con la población nativa residente, fue tal que en un sentido no metafórico podría hablarse de una renovación sustancial de la población del país, en particular en las zonas de mayor significación económica, social y política. “No existe otro caso, incluso en los países de gran inmigración como los Estados Unidos, en que la proporción de extranjeros haya alcanzado, en las edades adultas, el nivel que logró en Argentina” (Germani, 2010, p. 49).


2.  Para una ampliación de este concepto véase Gorelik (2010, pp. 19-22).


3.  Cfr. Fara (2020); Losada (2005); Sánchez (2015), y Schmidt (2005).


4.  Vale aclarar que la primera arquitecta en Argentina, Finlandia Pizzul, se graduó en 1928, época posterior al período de análisis del presente artículo.


5.  Como en 1907 donde emerge la figura de la mujer en el espacio público a través de la conocida “huelga de las escobas” que logró convocar al 80% de los inquilinatos porteños en reclamo de mejoras habitaciones (Cfr. Mango, 2022).


Cómo citar este artículo (Normas APA):

Goldwaser Yankelevich, N. y Mango, M. L. (Noviembre de 2022 – Abril de 2023). Temporalidades jánicas sobre algunas interpretaciones históricas de la ciudad de Buenos Aires. Una propuesta conceptual.  [En línea]. AREA, 29(1). Recuperado de https://www.area.fadu.uba.ar/area-2901/goldwaser_mango2901/

Doctora en Ciencias del Arte (Paris I Pantheon Sorbonne) y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV). Profesora Adjunta de Historia de la Arquitectura II y Directora del Centro de Estudios del Habitar Popular del Departamento de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (CEHP-DADU-UNDAV), Buenos Aires, Argentina. https://orcid.org/0000-0002-8676-3409.
Arquitecta por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becaria doctoral CONICET-UBA. Doctoranda en Ciencias Sociales y Humanas en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQUI). Profesora Adjunta del Taller de Proyecto Arquitectónico de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV), Buenos Aires, Argentina. https://orcid.org/0000-0002-6324-9140.