Saberes compartidos y procesos participativos de diseño en el Chaco Occidental. Salta, Argentina


Universidad de Buenos Aires
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo
Centro de Proyecto, Diseño y Desarrollo

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Resumen

La transferencia de tecnologías promovidas por los programas para el desarrollo, no suele contemplar las soluciones de forma y función con que las comunidades wichi del Gran Chaco dan significado a sus arquitecturas. Contenidos y diseños promovidos desde una gestión centralizada de las decisiones, son implementados por agencias capaces de influir en políticas que desconsideran las condiciones del lugar y las trayectorias de los pueblos sobre los que actúan. Al examinar las apropiaciones y resignificaciones desplegadas por las poblaciones locales sobre estas intervenciones, repasaremos distintos lineamientos teóricos que desde el pensamiento crítico latinoamericano proponen la necesidad de cuestionar los principios de la modernidad global hacia alternativas en donde el punto de origen se encuentre en los saberes subalternos. En este marco, el trabajo explora las lógicas de la construcción social del hábitat mediante procesos participativos de diseño que permiten elevar a las comunidades de destinatarias a creadoras de sus propias decisiones.

Palabras clave
Arquitectura, Movilidad, Decolonialidad, Diseño participativo, Territorio

Recibido
30 de setiembre de 2023
Aceptado
30 de mayo de 2024

Introducción

Con la colonización del Gran Chaco, el avance de las fronteras agrícolas modificó las formas de habitar con las cuales los wichis se desplazaban sobre las llanuras. Los ámbitos organizadores de sus circuitos de movilidad en el monte, fueron restringidos y confinados a zonas más acotadas que modificaron el acceso a los recursos. Esto condujo a una reorganización de las formas de asentarse, que se resignifica entre la subordinación y la resistencia a las lógicas del desarrollo. Las infraestructuras de ordenamiento urbano promovidas desde las agencias estatales, favorecieron la concentración y dependencia de las comunidades indígenas perjudicando sus formas de organización y ocupación ancestral del monte. Los planes de Vivienda Social impulsados en la región no son la excepción, impactando mediante una transferencia de usos y tecnologías que no suele contemplar las soluciones de forma y función con que las comunidades wichi del Chaco Central dan significado a sus arquitecturas.

En este contexto, el trabajo busca presentar la actualidad de un habitar que desafía los discursos del desarrollo a partir de la apropiación y resignificación de sus intervenciones. Desde la perspectiva decolonial, se verá cómo las comunidades resisten estos modelos reinterpretándolos hacia prácticas con sentidos y necesidades propias, que manifiestan la vigencia que las formas de construir y poblar el territorio mantienen en la actualidad.

En la búsqueda alternativa de soluciones apropiadas, se presentan una serie de ejercicios para la construcción social del hábitat realizados en conjunto con las comunidades de Lhaka Honhat en el Chaco salteño. Con ellos, se persigue el objetivo de elevar a los actores locales de receptores a diseñadores de las intervenciones y autores de sus determinaciones. Los abordajes desde la investigación-acción, permiten considerar a los saberes vernáculos del monte como un eje capaz de decolonizar las políticas del desarrollo hacia una arquitectura que surge desde los saberes subalternizados. De esta manera, investigadores del Centro de Diseño, Proyecto y Desarrollo (CEPRODIDE) y pasantes de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA)[1], realizaron ejercicios de diálogo de saberes y acción conjunta con comunidades wichi, para lograr propuestas apropiadas de diseño en la construcción y exploración de soluciones habitacionales mediante procesos participativos.

A continuación, en un primer apartado se describe la situación del territorio Lhaka Honhat y una revisión de las trayectorias del espacio doméstico wichi, luego se hará un repaso de aspectos teórico-metodológicos que dan marco a las experiencias de diseño participativo realizadas. Para finalizar se propone una serie de consideraciones, que permiten dimensionar el potencial de los resultados que surgen en la incorporación de las comunidades locales como actores con voz propia y capacidad para diseñar programas con identidad.

El territorio y la movilidad como sustento

A pesar de su horizontalidad dominante, el Gran Chaco posee un suave declive desde el noroeste hacia el sudeste por donde desciende desde la cordillera andina, un curso de agua principal que se establece como ordenador del territorio: el río Pilcomayo. Transportando grandes cantidades de sedimento en las temporadas estivales y favorecido por la escasa pendiente, su cauce presenta una tendencia a la divagación, la creación de meandros y el atarquinamiento por el propio material acarreado. Semejante complejidad hidrológica lleva al curso fluvial hacia la colmatación, presentando extensos valles de inundación que cambian con frecuencia su lecho. Dichas dinámicas conforman paisajes aluviales, en donde los albardones formados por la sedimentación constituyen un escenario de alturas y depresiones contenedoras de bañados, esteros, aguadas, madrejones y cañadas. Estos accidentes, se constituían en ordenadores de un sistema de aldeas de permanencia más o menos prolongada, por donde conjuntos de familias extendidas realizaban recorridos siguiendo la disponibilidad de los recursos de la pesca, la caza, el meleo, la recolección de frutos y otras prácticas basadas en el aprovechamiento del monte.

Mapa 1
Ubicación del territorio de Lhaka Honhat en el Chaco Occidental.
Fuente: elaboración propia.

El trabajo se llevó adelante en el departamento Rivadavia de la provincia de Salta, en un enclave registrado como “lotes fiscales 55 y 14”. Las comunidades de la zona, vienen reclamando la titularidad de sus tierras al gobierno de la provincia sucesivamente desde 1984 con el apoyo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), y ante su cerrada negativa, se vieron obligadas a recurrir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Luego de intensas presiones, en 1991 el gobierno salteño se comprometió mediante el decreto 2609 a efectivizar la entrega de una superficie sin subdivisiones internas. Mediante un mapa de topónimos, demostraron el área geográfica ancestral que ocupan y su necesidad de contar con un título único de propiedad a nombre de todas las comunidades, para preservar el área de uso tradicional. Por tal motivo, las comunidades se organizaron como Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat que, en idioma wichi, significa “Nuestra Tierra” (Carrasco y Zimmerman, 2006).

El territorio se encuentra ubicado al sur de la margen derecha del río Pilcomayo, límite internacional con las repúblicas de Bolivia y Paraguay. Su extensión total de 650 mil hectáreas aproximadamente, es parte de la región denominada chaco semiárido del Gran Chaco Sudamericano que ocupa parte de Argentina, Bolivia y Paraguay. Actualmente residen alrededor de 45 comunidades indígenas de los pueblos Wichí (Mataco), Iyojwaja (Chorote), Nivacklé (Chulupí), Qom (Toba) y Tapy’y (Tapiete), los cuales son una parte sustantiva del total de nueve pueblos indígenas que viven en la provincia de Salta. La población alcanzaría hoy unas 7 mil personas aproximadamente. Esta disputa legal es particular por varios motivos, entre ellos la extensión del territorio, la formalización de la unión de cinco etnias y el reclamo de títulos colectivos.

Un hábitat sedentarizado por la acción de una modernidad colonial

En torno a la movilidad sobre un territorio controlado, los pueblos indígenas chaqueños lograron dimensionar un habitar basado en el despliegue de circuitos estacionales, recorridos cíclicamente a través de diversos puntos de permanencia. Con este fin, diseñaron tecnologías vegetales para la construcción de refugios y sistemas de aldeas temporarias que se adaptaban a las variabilidades de caudal de los cursos de agua. De materialidad efímera, estos espacios de sombra permitían su abandono para continuar con el desplazamiento sobre una planicie de inundación dinámica.

Con la conquista y colonización del Gran Chaco, entre 1884 y 1911, la promoción de un modelo económico agroexportador facilita las condiciones para el avance de las fronteras agrícolas modificando las formas de habitar con las cuales los grupos indígenas se trasladaban sobre las llanuras. Los ámbitos organizadores de sus circulaciones fueron restringidos y confinados a zonas más acotadas que perjudicaron el acceso a los recursos. Esto forzó una reorganización de las formas de asentarse, que se resignifica entre la subordinación y la resistencia a las lógicas del desarrollo. En la actualidad, las infraestructuras de ordenamiento urbano promovidas desde las agencias estatales, favorecen la concentración y dependencia de las comunidades indígenas en detrimento de sus formas de organización y ocupación ancestral del monte. Las economías de movilidad mantienen su vigencia resignificándose en circuitos de campeo[2] que, si bien en la actualidad tienen como referencia un poblamiento fijo, se piensa en el marco de concebir el territorio como una casa grande.

Figura 1
Esquemas de asentamientos en el Chaco Central: la movilidad como forma de vida se resignifica para resistir a los modelos de colonización.
Fuente: elaboración propia.

Las edificaciones que combinan materiales naturales como la madera, tierra y fibras vegetales se establecieron como una solución apropiada que surge desde los saberes y necesidades en respuesta a las dinámicas del territorio. Sus principios de forma y función, se mantienen en la actualidad bajo el formato de la unidad doméstica campesina e indígena conocida como rancho. Pero los planes de Vivienda Social impulsados en la región responden a las lógicas de un desarrollo pensado desde afuera, impactando mediante una transferencia de usos y tecnologías que no suele contemplar las soluciones de forma y función con que las comunidades wichi dan significado a sus arquitecturas.

La cultura material y tecnológica de los pueblos del Gran Chaco se piensa desde el andar y en función de circunstancias concretas. Para comprenderlas, es necesario dar voz a sus actores. Para ello, se plantea activar procesos de diálogo que deriven en diseños capaces de situarse en un contexto con necesidades propias. La valoración que pueda surgir de estos ejercicios no gira en torno a sus resultados materiales, sino a los procesos colectivos que se activan a partir de la participación comunitaria.

La casa como un ámbito de sombra[3]

A partir de la movilidad sobre un territorio habitado como una casa grande, los indígenas chaqueños han sabido conjugar diversas prácticas para la apropiación estratégica y simbólica de sus ámbitos de vida en el monte. En el contexto de los circuitos mencionados, practicaron la construcción de refugios de sombra que más allá de ciertas variaciones en sus técnicas constructivas y morfológicas, poseían rasgos comunes como forma cupular de planta circular u oval. Sobre una estructura de ramas curvadas y atadas con fibras vegetales, se colocaban paneles fabricados con cañas tacuara y pasturas de aive o paja brava (Braunstein, 1981; Bennett, 1949; Nordenskjold, 1929). A su vez, no siempre la totalidad de la estructura era cubierta, sino que los casos variaban según el grado de permanencia y uso del lugar. Estos paneles vegetales representan un sistema prefabricado, que podría facilitar su ejecución a partir de la división de tareas y su transporte desde los sitios de extracción y montaje. Muchas veces las estructuras se limitaban a oficiar como parantes de vientos, y ante permanencias menos prologadas su construcción no era necesaria. El asiento se organizaba en forma radial en torno a un espacio central ocupado por el fuego, y su área de uso se marcaba con la limpieza del terreno. El sector despejado, identificaba los límites de un sistema dinámico de apropiación doméstica del paisaje cuyas soluciones se adaptaban a los ciclos ecológicos del monte.

Los primeros trabajos que abordan la movilidad de grupos indígenas en el Chaco se remontan a principios del siglo XX (Palavecino, 1936; Karsten, 1932; Boggiani, 1900a; Boggiani, 1900b; entre otros). Pero hubo que esperar a que etnografías más recientes amplíen el estudio de los circuitos desde la perspectiva de la toponimia, vinculando los lugares nombrados a distintos criterios de clasificación, significación y apropiación de los ámbitos del monte, cuyos alcances pasan a formar parte de los sentidos de pertenencia de cada grupo con su ámbito de circulación (Tola y Medrano, 2014; Braunstein, 2012; Salamanca, 2011; Censabella, 2009; de la Cruz, 1993; Wright, 1991; Miller, 1979; entre otros). El monte y el agua, poseen un alcance capaz de considerarse no sólo en ordenadores de los sistemas de movilidad, sino también en muchos de los significados que estructuran aspectos cosmológicos, esquemas de orientación cardinal, parámetros de ubicación espacial, y otros criterios que mantienen vigencia en la ocupación y el uso del medio.

Figura 2
Izquierda: esquemas de las unidades domésticas móviles y estáticas en el Gran Chaco.
Fuente: elaboración propia.
Derecha: las partes de la casa a) lapeh / b) ch’utey / c) lëp’alkaynek / d) nofwinek / e) lhetekcho / f) lëch’otjwa / g) lëjwamek o lamäy nay.
Fuente: redibujo de Silvia Quintana sobre Rodrigo Montani (2017).
Traducciones al wichi realizadas por Justino Pérez de la comunidad de Cañaveral.

Si bien sus refugios eran eficientes piezas de complejidad tecnológica vinculadas a las lógicas de la movilidad, debieron resignificarse a las condiciones sedentarias impuestas por los modelos de colonización. Los autores mencionados que relevaron estas estructuras en la primera mitad del siglo XX, dan cuenta en sus descripciones de la incorporación de soportes de madera como una posible transición hacia una nueva condición estática de la unidad, en la cual el rancho criollo ejerció una influencia sustancial. Ante la dificultad para desplazarse en la búsqueda de recursos estacionales diferenciados, crearon soluciones para contrarrestar las adversidades climáticas mediante sistemas pasivos de confort térmico basados en la generación de reparos y ventilaciones cruzadas. De esta manera, el espacio doméstico chaqueño no es ajeno a la funcionalidad de los refugios seminómadas, pudiendo describirse como un semicubierto para la generación de reparo y circulación del aire, en donde sólo ciertas áreas se cierran en relación con las dinámicas del grupo familiar. El rancho criollo es finalmente apropiado y resignificado, para ser habitado a la manera de los refugios de sombra.

Una vez garantizado el confort indispensable de la sombra mediante la construcción de un techo, se continúa cerrando ciertos sectores para la configuración de los distintos ambientes en donde prevalecen dos usos principales: el espacio contenido para dormir, y el espacio semicubierto donde transcurre la mayor parte de la vida cotidiana. Los ambientes se reconocen como densidades o cobijos materializados por la cubierta (sombra), el reparo del viento (protección) y la limpieza del terreno (límites). El lugar de la cocina puede formar parte de este espacio continuo, o como en la mayoría de los casos, conformar un semicubierto independiente en donde el fogón cumple un rol protagónico. Ya sean ámbitos bajo un mismo techo o independientes para usos complementarios, la presencia de este plano de contención solar marca el soporte de la casa y su punto de partida. Puede decirse que el espacio doméstico chaqueño se materializa pensando de arriba hacia abajo: primero se colocan los horcones (columnas), varas (vigas) y largueros (cabreadas), la fajina o enramada (encatrado) y la terminación final de la cubierta con una mezcla de tierra y paja. Concluido el techado, se construyen por etapas según las necesidades de cada familia los cerramientos verticales (paredes, ventanas, puertas) y los pisos.

La unidad doméstica se construye, se vive y se abandona siguiendo el derrotero de la familia nuclear que la constituye. Su condición dinámica, apropiada tanto a los ciclos sociales como a la movilidad, perduran tanto en la memoria como en las prácticas de la economía actual. Así como la vida en el monte se organizaba en torno a un ciclo anual de movilidad sobre un territorio controlado, la unidad doméstica se organiza en torno a un ciclo social que es necesario abordar brevemente para comprender la dinámica residencial:

La familia extensa […], cumplía un ciclo característico que era el reflejo del otro ciclo que realizaban las personas que constituían su núcleo. Al principio de la formación de una pareja, el hombre regularmente se afincaba en la vivienda que residía la mujer […]. En la medida de los requerimientos de la pareja y su importancia, la nueva pareja podía o no construir una choza propia, es decir, establecer un fuego nuevo […]. Esta dinámica de progresivo alejamiento y discreción se veía facilitada por la movilidad que imponía que las viviendas se produjeran con un ritmo de escasas semanas de intervalo (Braunstein, 2000, p. 27).

En este sentido, los materiales naturales que componen su tecnología constructiva, cumplen un rol protagónico gracias a sus características biodegradables. La casa acompaña los ciclos de vida de la familia y sus integrantes: se origina y se concluye persiguiendo el mismo camino. Si bien las materialidades del hogar chaqueño han incorporado distintas soluciones constructivas, perduran aquellas que responden a los criterios del techo como sombra y contenedor de espacios con distintas densidades de cierre capaces de adaptarse a las dinámicas de la familia y su movilidad en el monte. Dentro de este último aspecto, la condición efímera de los materiales naturales permite resolver un objetivo similar al de los refugios: se pueden abandonar libremente. No sólo ante las fragmentaciones familiares, sino ante los ciclos de la vida y la muerte. Este es el ejemplo de las casas que caminan wichis, en donde el hogar se actualiza a partir de la multiplicación de ambientes funcionales. De esta manera, se comienza construyendo una cubierta sobre la cual pueden adicionarse o sustraerse dormitorios que caminan desplazándose en el espacio. En ciertos casos, sucesos significativos como la muerte de un familiar determinan el abandono de su habitación, la cual se deja degradar por la acción de las lluvias volviendo a la tierra gracias a su descomposición como sistema constructivo natural. Nuevamente, la unidad doméstica forma parte de valores simbólicos y rituales que la estructuran.

Los materiales utilizados se obtienen en el monte, implicando conocimientos botánicos sobre especies arbóreas, tipos de maderas, técnicas para su corte y tratamiento. Haciendo uso de estrategias pasivas de ventilación cruzada, han creado una arquitectura de espacios continuos bajo sombra, apropiada a las características del clima y los recursos de la región en la que se inscribe. Las terminaciones arquitectónicas de las unidades, presentan distintas calidades constructivas en función del grado de asentamiento de cada familia. Así podría afirmarse que, para su comprensión la unidad doméstica debe ser abordada como un universo propio de su conjunto social.

Apropiaciones y resignificaciones de los programas para el desarrollo

Las arquitecturas del Gran Chaco y sus formas de habitar, no deben ser medidas por mecanismos generalizadores y sistemas estadísticos de medición. Estos modelos sólo contribuyen a la estigmatización de una complejidad social que trasciende la lectura material de sus habitaciones. Propuestas y diseños promovidos desde una gestión centralizada de las decisiones, son implementados por agencias capaces de influir en políticas que no tienen en consideración las condiciones del lugar y las trayectorias de los pueblos sobre los que actúan. En el marco de los programas para el desarrollo, la transferencia de tecnologías y materiales no suele contemplar las soluciones con las cuales los pueblos wichi significan sus arquitecturas. Al respecto, Yasser Farrés Delgado y Alberto Matarán Ruiz (2014) advierten:

Los impactos globales de las tendencias de homogenización y pérdida de identidades en arquitectura, urbanismo y ordenación del territorio sólo serán superados si se reconocen como parte de la occidentalización del mundo y si se promueve una actitud decolonial que conduzca a la teoría urbano-arquitectónica hacia la “transmodernidad” mediante una “ecología de saberes” que incluye a las experiencias marginadas por el pensamiento moderno (p. 339).

Las riquezas y complejidades de la ruralidad suelen ser ignoradas por un sistema de medición concebido desde una perspectiva urbana. La abundante y diversa información que podría resultar de un estudio responsable del hábitat rural es desestimado como un obstáculo para la implantación de un habitar diseñado en base a modelos de soluciones estandarizadas. Esta clasificación del espacio doméstico, sus usos y materialidades, lleva a la región estudiada a posicionarse como una de las más deficitarias dentro de los mapas de pobreza generados por los indicadores de las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI)[4]. Ante lo expuesto, el territorio se ha constituido en el receptor de una serie de planes para el desarrollo que impactan en la continuidad de sus saberes constructivos, tecnológicos y formas de vida.

En el campo de la vivienda social, este escenario de pautas no consensuadas genera la reacción de sus receptores, mediante iniciativas que actúan a modo de “respuestas a la expansión sociotécnica de las modernidades, que reposicionan a las poblaciones y a los territorios, pero también modifica formas de organización existentes” (Arce, 2019, p. 11). Gracias a ello, los planes de Vivienda Social son apropiados mediante una serie de acciones que traducen el discurso de estos programas hacia un lenguaje local con sentidos y razonamientos propios[5]. Estas labores se podrían resumir en tres casos significativos. En el primero, la propuesta del Plan de Vivienda es asimilada e incorporada al tejido de la casa como parte de la dinámica social de la familia extensa. La Figura 3 ilustra distintas escenas visitadas en comunidades wichi del Gran Chaco. En el segundo caso, el Plan de Vivienda es modificado a partir de adiciones con las cuales sus habitantes logran resignificarlo material y tipológicamente. Estas modificaciones llegan a refuncionalizar sus usos, desafiando a los discursos para los cuales fueron diseñadas. De esta manera, los resultados de los planes de vivienda suelen ser destinados a lugares de guardado o depósito, mientras una gran expansión autoconstruida es habitada como morada acorde a criterios locales. Resuelto como un salón-galería con distintos ámbitos de permanencia, el espacio es contenido por entramados divisorios y perimetrales sobre los que se despliega un sistema de lonas perimetrales en caso de vientos y polvo. Esta solución tecnológica, forma parte de un repertorio de conocimientos empíricos que facilitan el confort térmico pasivo a través de la ventilación.

Figura 3
Diversas escenas en donde la Vivienda Social es incorporada al tejido de la unidad doméstica wichi.
Fuente: registro fotográfico de los autores.

Finalmente, la misma conformación de las comunidades se actualiza continuamente en torno a las movilidades presentadas. En el escenario de esta complejidad, las diferencias entre los miembros de una familia extensa se acuerdan mediante la separación de sus integrantes. Como consecuencia de estas fragmentaciones pactadas, el grupo desprendido se desplaza monte adentro en busca de un nuevo hogar. De esta manera, en el proceso de conformación de un asentamiento, sus unidades domésticas presentan cualidades constructivas que deben ser concebidas como transicionales y en curso de conformación de sus propios ciclos. Como resultado, los planes de Vivienda Social son desarmados para transportar todo aquello que pueda ser cargado: techos, puertas, ventanas y artefactos. A este desarme selectivo presentado para el tercer caso, se lo conoce en el hablar local con el nombre de pedaceo. Los muros de mamposterías y sus cimientos de hormigón pasan a formar parte del paisaje y quedarán abandonadas como un testimonio, que será nombrado en la memoria de los topónimos del territorio de la comunidad. Un sitio más en el lenguaje de un circuito que se renueva continuamente.

Alberto Arce y Norman Long (2000), proponen el concepto de contra-labor para referirse a las formas en que las intervenciones del desarrollo son apropiadas y transformadas por los actores locales. Enfocadas desde esta perspectiva, las reconfiguraciones desplegadas sobre los programas de Vivienda Social abordados permiten aprender a leer de nuevo la práctica cotidiana de la gente de una manera distinta, que Arturo Escobar (2002) presenta como contradesarrollo hacia modernidades alternativas. Dentro de un repertorio de acciones para la resistencia, los pueblos indígenas del Gran Chaco invierten estos modelos mediante su resignificación hacia otras utilidades con sentidos y necesidades propias. En este marco, la unidad doméstica wichi mantiene su vigencia reformulándose bajo diferentes formatos. El enfoque presentado, permite valorar nuevas arquitecturas que los pueblos indígenas del Gran Chaco despliegan como una forma de apropiación y modificación de los prototipos de la modernidad. Estas iniciativas, representan las voces que se enfrentan a la subordinación de los programas homogeneizadores. Acciones anónimas que merecen su lugar y reconocimiento como procesos de empoderamiento. Ampliar la mirada hacia los actos que redefinen el desarrollo, podría suponer otras formas de valorar las arquitecturas vernáculas.

Propuestas de diseño participativo como alternativa a los órdenes del desarrollo

En la búsqueda de alternativas, se expone un proyecto de carácter colectivo de investigación y acción en donde docentes, investigadores y estudiantes trabajan en conjunto con comunidades indígenas que habitan el territorio Lhaka Honhat (Salta). Se socializan ejercicios de diseño realizados en forma participativa, que apuntan hacia la construcción de soluciones apropiadas a las demandas locales desde una perspectiva etnográfica. Estas propuestas reflejan preocupaciones de las comunidades e intereses pedagógico-institucionales, que resultan transformadores para las disciplinas del diseño involucradas. Los discursos disciplinares contemporáneos surgidos en los países centrales, introducidos en nuestra realidad periférica latinoamericana con desajustes sustantivos (Ledesma, 2018), deben afrontar nuevas aproximaciones que cooperen en la tarea de alejarse de los modelos y representaciones establecidos por la práctica profesional (Galán, 2008). A partir de la perspectiva decolonial (Escobar, 2016; Quijano, 2014; Segato, 2013; Castro-Gómez, 2005; entre otros autores), se intenta desafiar esta forma de pensar en las disciplinas proyectuales realizando ejercicios que permitan reflexionar sobre los modos de operar del diseño junto a grupos indígenas: ¿cómo plantear innovaciones incorporando de forma central las características del territorio y los conocimientos de sus actores?, ¿cómo el territorio puede transformar la experiencia pedagógica en aulas universitarias?

Desde la metodología que acompaña el proyecto, se piensa la innovación como una forma de plasmar “conocimientos articulados en cadenas de valor, y que el diseñador en contextos complejos es más un agente de procesos, que un autor de productos” (Galán, 2008, p. 23). Se evita asociarla con el concepto del diseño de autor, ya que su conocimiento protagónico no es revelador respecto a la naturaleza de los fenómenos que se abordan (Galán, 2008). De esta forma, la innovación se concibe como una construcción colectiva generada mediante la activación de procesos participativos. Se argumenta que es en el intercambio de saberes, donde ocurre una innovación relevante para las partes. El gran desafío surge en la realización de ejercicios de diseño horizontales, que dan lugar a lo que definimos como innovación, es decir, una situación de saberes compartidos y potenciados. Los ejes de trabajo que surgieron a partir de la acción conjunta en el territorio resultaron en la alimentación, la creación de dispositivos para escuelas en el marco de la Educación Intercultural Bilingüe (EIB), los textiles y las soluciones apropiadas para la construcción[6]. En el siguiente apartado, para continuar con los estudios del hábitat tomados para la presentación del trabajo se hará foco en las exploraciones realizadas en los dos últimos ejes.

Para poder hacer un trabajo participativo en territorio, se planteó para el proyecto marco una investigación a través del diseño[7]. Como lo explican Alain Findeli, Denis Brouillet, Sophi Martin, Christophe Moineau y Richard Tarrago (2008), se trabaja en tres escalas definidas: (1) Escala marco, que incluye la creación de contenidos teóricos a partir de la reflexión sobre el trabajo y el análisis de datos, similar a otros proyectos de investigación de otras disciplinas; (2) Escala proyectual, donde se incluye lo que conocemos como producción de las disciplinas profesionales. En el caso del presente proyecto implica el trabajo participativo de diseño entre miembros de comunidades, investigadores y estudiantes FADU en las temáticas propuestas; (3) Escala pedagógica, que es lo asociado a la educación en diseño. Se tiene en cuenta la experiencia en las aulas y se analiza el proyecto desde una perspectiva de la educación proyectual, para ser integrado en la formación profesional. Se concibe el trabajo dentro de lo que en antropología social Rita Segato (2013) llama antropología por demanda, poniendo al servicio del grupo los recursos del etnógrafo. Para esto, se realiza recolección de datos por medio de grabaciones audiovisuales, fotos, entrevistas y notas de campo a partir de la permanencia de los investigadores en el territorio, para trabajar con miembros de las comunidades de Lhaka Honhat en distintas temáticas que se iban pautando con la visita de los estudiantes.

En la búsqueda de soluciones apropiadas

Al igual que los refugios, los entramados de madera y fibras vegetales representan una solución tecnológica significativa en el rancho vernáculo chaqueño actual. Se utilizan tanto en paramentos verticales (muros), como en los paramentos horizontales (techos). Ambos pueden combinarse con morteros de tierra en el caso de buscarse espacios cerrados. En estos casos, se observan técnicas constructivas como la quincha y el palo a pique. Posteriormente se incorporaría el uso del adobe, el cual permite superar la falta de disponibilidad de agua en el terreno permitiendo su fabricación en las orillas de aguadas lejanas para su posterior traslado a la obra. Aun siendo un material con capacidad portante, su difusión no ha desplazado el uso de estructuras independientes de madera. Éstas, continúan liberando a los paramentos de toda carga para permitirles oficiar como un cerramiento flexible y permeable. Para los ambientes destinados a la vida social (comer, estar, cocinar, entre otros), los entramados suelen utilizarse sin revocar y se combinan con elementos móviles que se despliegan sólo ante la necesidad de controlar los vientos (textiles, lonas, chapas, entre otros).

Contrario a todas las particularidades presentadas, los planes de Vivienda Social difundidos en la región desconsideran la forma y función de las arquitecturas vernáculas chaqueñas. El desarrollo despliega sus normativas disciplinarias, inspirada por estándares de clasificación reduccionistas que no contemplan las complejidades de las trayectorias locales. En consecuencia, las soluciones constructivas industrializadas se imponen a través de índices y reglamentos sobre saberes regionales basados en el uso preponderante de materiales naturales. Propuestas de diseño y construcción basadas en la gestión participativa del hábitat social, surgen como una posible metodología capaz de enfrentarse a la transmisión unilineal de tecnologías ajenas a las realidades del lugar. Los abordajes de la investigación-acción, permiten considerar a los saberes vernáculos del monte y la selva como un eje capaz de decolonizar las políticas del desarrollo hacia una “arquitectura cuyo punto de originación se encuentre en las concepciones espaciales subalternizadas” (Mignolo citado en Farrés Delgado, 2016, p. 186).

Con este objetivo, se realizaron diversos ejercicios desde el enfoque del diálogo de saberes. Considerando a los entramados como un elemento significativo de la arquitectura vernácula wichi, se los tomó a modo de eje para explorar alternativas de diseño participativo aplicado a la construcción de muros permeables empleados como cerramientos, parasoles, divisorias y otras funciones de contención de los espacios de sombra y reunión social del grupo familiar. Para la elección de las tramas, se tomó como referencia la gran variedad de diseños utilizados en las bolsas enlazadas de chaguar conocidas como llicas (Figura 4), relevadas durante las exploraciones textiles como parte de los ejes de trabajo. Desde principios del siglo XX, se cuenta con referencias etnográficas (Lozano, 1941 [1733]; Nordenskiöld, 1912; von Rosen, 1924; Schmidt, 1937; entre otros) que dan cuenta del empleo del chaguar para la elaboración de tejidos. En 1944, María Delia Millán de Palavecino realiza un relevamiento de sus funcionalidades, reuniendo un catálogo de motivos y categorías con nombres. A comienzos de los noventa, los antropólogos Mónica von Koschitzky (1992) y Jan-Ake Alvarsson (1992) presentan un estudio completo de los bolsos enlazados, desde el proceso de producción hasta sus usos y significados. Rodrigo Montani (2017; 2007), indaga sobre los significados de los diseños en trabajos etnolingüísticos realizados entre los wichi de los Baldes (Salta).

Figura 4
Relevamiento de figuras en los diseños de bolsas enlazadas de chaguar de la región de Santa Victoria Este.
Fuente: matriz armada con fotografías de Silvia Pérez.

Estos patrones de figuras y ornamentos conformados a partir de geometrías generadas por la combinación de hilos de colores teñidos con tintes naturales, se relacionan con nombres vernáculos y significados que relatan la historia local. Dentro de esta variedad, se opta por la trama de zigzag o codo, conocido en wichi como katoltes wok chojnhiche. El resultado arquitectónico del entramado, representa lo que en el diseño textil se llama una sarga quebrada (Figura 5). Para su fabricación se emplean varas de palo bobo, montadas sobre bastidores mediante la técnica vernácula de cielorraso de caña tejida[8]. Esta exploración de soluciones apropiadas, encuentra en la incorporación de la trama de tejidos un elemento simbólico que podría llevar el diseño de cerramientos hacia nuevos horizontes.

Figura 5
Diseño de cerramientos en base a figuras textiles de los bolsos wichís de chaguar.
Fuente: ejercicio realizado por estudiantes e investigadores de la FADU-UBA en el marco del proyecto PIA.

Los resultados obtenidos en la pequeña escala de un cerramiento, permiten dimensionar los alcances que estos ejercicios tendrían en caso de ser aplicados al diseño de una vivienda apropiada (Figura 6). Evidencian la relevancia que podrían brindar los saberes vernáculos, si se toman como eje en procesos de diseño participativos entre técnicos y actores locales. Como reflexión final, se abren nuevos caminos exploratorios enunciando una pregunta de Escobar (2016):

¿Puede el diseño ser reorientado de su dependencia del mercado hacia una experimentación creativa con la forma, los conceptos, los territorios y los materiales, especialmente cuando es apropiado por las comunidades subalternas en su lucha por redefinir sus proyectos de vida de una manera mutuamente enriquecedora con la Tierra? (p. 19).

Figura 6
Experiencias de entramados implementados en diversos centros comunitarios de comunicades indígenas del Chaco Central y las Yungas, mediante procesos colectivos de Taller-Obra.
Fuente: autoría de XhARA y CIMBRA.

Conclusiones

La innovación pensada como un proceso colectivo de diseño con participación de los actores locales, permite redimensionar los marcos de referencia proyectual para situar el foco en los saberes. El rol preponderante del proyectista es relativizado para formar parte de un contexto, en donde la valoración no se centra en un producto sino en la propia activación de un procedimiento de acciones que visibilizan las ofertas locales. La redefinición de un marco de referencia con identidad, permite enfrentar los discursos de la modernidad y la promoción de modelos de instrumentación estadística que desconsideran las trayectorias de los pueblos sobre los que actúan. La experiencia presentada puede enmarcarse en una forma de activismo en el ámbito del diseño, ya que se propone desafiar los parámetros de las disciplinas proyectuales asociadas a los mercados, para trabajar cooperando en los desafíos sociales de un grupo particular. Esto implica por un lado una reacción hacia formas establecidas dentro de las disciplinas y cuestiona asimismo estructuras asimiladas y reproducidas en un nivel que excede al ámbito proyectual.

En un contexto donde se debió transitar desde la dispersión y la movilidad sobre un territorio, hacia el sedentarismo y la concentración en poblados; el habitar wichi supo desafiar distintos mecanismos de control en la búsqueda de continuar con la representación de sus lógicas de desplazamiento. Las reacciones con las cuales campesinos e indígenas del Gran Chaco intervienen los planes de Vivienda Social, mediante su apropiación y resignificación hacia prácticas con sentidos y necesidades propias, dan cuenta de un proceso de resistencia que se actualiza dinámicamente. Ampliar la mirada hacia los actos que redefinen el desarrollo, podría suponer otras formas de valorar las arquitecturas vernáculas ■


REFERENCIAS

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NOTAS

[1]     El trabajo se inscribe en un proyecto PIA 22-001 de la FADU-UBA, dirigido por Malena Pasin y Mercedes Ceciaga. Éste tiene como marco el proyecto de doctorado en Antropología Social y Diseño de Catalina Agudín, el cual cuenta con financiamiento del Fondo Nacional Suizo (SNF, por sus siglas en alemán) y se encuentra dentro del programa interdisciplinar SINTA en la Universidad de Berna.


[2]     La práctica de recorridos para el uso de recursos se los identifica en la antropología con el nombre de marisca. En torno a estos circuitos de movilidad espacial se despliegan múltiples prácticas como la toponimia, la historia oral, cosmología y otros conocimientos.


[3]     Los contenidos de este apartado tienen como antecedente el trabajo “La sombra como hogar: dinámicas del espacio doméstico en el Chaco Central” (Trillo, 2018).


[4]     Estos indicadores son promovidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a través de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).


[5]     En trabajos anteriores (Trillo, 2023 y 2018), se abordaron los procesos de apropiación y resignificación con los cuales wichis y guaraníes resisten a los programas de Vivienda Social en el Chaco Central y las Yungas saltojujeñas.


[6]     Para más información sobre los alcances del trabajo ver: Agudin, Pasin, Ceciaga y Trillo (2023).


[7]     Cabe destacar que los autores retoman la clasificación de Frayling (1993): investigación sobre diseño/arte, para diseño/arte o a través del diseño/arte. Investigaciones sobre el diseño tienen como objeto de estudio a las disciplinas proyectuales, por ejemplo estudios socio-históricos. Los trabajos para el diseño tienen que ver con investigaciones que ayudan a resolver problemáticas para desarrollos proyectuales. En cambio, las investigaciones a través del diseño persiguen reflexionar alguna temática particular a través de acciones proyectuales. En el caso de los proyectos aquí presentados el foco es la reflexión entre los estudios profesionales de las disciplinas proyectuales y la situación de grupos indígenas en Argentina.


[8]     El trabajo en territorio fue posible gracias a la colaboración de los artesanos Amadeo Frías y los hermanos Justino y Adolfo Pérez, de la comunidad de Cañaveral. En el proceso de diseño con experiencias situadas en el territorio, participaron los estudiantes Julián Lichy, Joaquín Nigoul y Martín De Rito. Otro desarrollo vigente se encuentra dentro de la Cátedra Garbarini de Diseño Industrial FADU-UBA en Proyecto Final (PF).


SECCIÓN DEBATES
Como parte de la discusión académica, invitamos a debatir con las ideas presentadas en este artículo. Si su contribución respeta las reglas del intercambio académico y comprobamos fehacientemente su procedencia, será publicada en línea sin referato. Puede enviarnos su reflexión aquí.

INFORMACIÓN PARA CITAR ESTE ARTÍCULO:

Trillo, Joaquín; Agudin, Catalina Lucía; Pasin, Malena y Ceciaga, Mercedes (2024, mayo-octubre). Saberes compartidos y procesos participativos de diseño en el Chaco Occidental. Salta, Argentina. [En línea]. AREA, 30(2). Recuperado de https://area.fadu.uba.ar/area-3002/trillo3002/

Arquitecto por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Titular de XhARA www.xhara.com.ar. Socio fundador de la Cooperativa CIMBRA. Investigador independiente. Trabaja en proyectos de arquitectura apropiada con organizaciones sociales, campesinas e indígenas en la región del Gran Chaco. Participa como colaborador externo del Centro de Proyecto, Diseño y Desarrollo (CEPRODIDE-FADU-UBA).
Doctoranda en el programa SINTA, que forma parte del Instituto de Antropología Social de la Universidad de Berna y del Instituto de Investigación en Diseño de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berna (HKB). Su proyecto de doctorado fue seleccionado para ser financiado por el Fondo Nacional Suizo SNF (09/2021-01/2025). En 2019 obtuvo un máster en diseño en la Fachhochschule Nordwestschweiz (FHNW), Basilea, Suiza. Diseñadora Industrial por la FADU-UBA.
Diseñadora Industrial y Especialista en Metodología de la Investigación Científica. Directora a cargo de CEPRODIDE-FADU-UBA. Docente e investigadora en Universidades Nacionales en grado y posgrado. Titular a cargo de cátedras en carreras de Diseño Industrial de la FADU-UBA (Metodología de la Investigación) y de la Faculta de Arquitectura, Planeamiento y Diseño (FAPyD) de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) (Diseño y Cultura Alimentaria). JTP en Semiótica y Cultura Visual. Forma parte del núcleo de la Red Latinoamericana de Diseño y Alimentos.
Diseñadora industrial por la FADU-UBA. 30 años de docencia Universitaria. Coordinadora de la Licenciatura en Diseño Industrial de la Universidad Nacional de Rafaela (UNRaf). Profesora e investigadora. Integrante del CEPRODIDE-FADU-UBA. Dicta seminarios, conferencias, ha publicado textos y participado de congresos. Es jurado de concursos profesionales, académicos. Socia de Zumdisegno, obteniendo en dos ocasiones premio Innovar del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MinCyT). Asociada de la cooperativa Creando Conciencia dedicada al tratamiento de residuos reciclables.