Los procesos de disputas socioespaciales al interior de sistemas urbanos como principio generador de estructura


Universidad De La Salle Bajío
Facultad de Arquitectura
Profesor de licenciatura, posgrado e investigador

Resumen

La organización material del espacio urbano contemporáneo es, indudablemente, el resultado de ciertas disputas por la construcción de sentido. En ellas se revelan los fenómenos de negociación que caracterizan las acciones emprendidas desde los sistemas que intervienen para emplazar sus intereses y cuyas tensiones producen desequilibrios en las funciones urbanas, condicionando así los comportamientos de los individuos que –de manera recursiva– se ponen en juego con consecuencias en sus condiciones de vida tales como: fuertes distorsiones en los valores y usos del suelo, consumo extensivo del territorio y altos grados de privatización de los espacios colectivos, entre otras. Con el objetivo de caracterizar los desplazamientos internos que se producen en los sistemas urbanos se plantea una hermenéutica que permita interpretar –a partir de la conceptualización y la abstracción de los involucramientos– la forma de funcionamiento que adquieren estas pujas y fundamentar la singularidad de sus momentos críticos.

Palabras Clave
Territorio, Sistema urbano, Complejidad urbana, Disputas

Recibido
25 de abril de 2020
Aceptado
19 de setiembre de 2020

Introducción [1]

Los cada vez más crecientes y notorios procesos de fragmentación socioespacial en nuestros entornos y la inequidad en la distribución y acceso a los recursos generados son, probablemente, los rasgos constitutivos más ampliamente reconocidos de la ciudad contemporánea. Sin embargo, mientras que el espacio urbano se escinde y atomiza a partir de formaciones casi siempre tumorales en la estructura de los tejidos urbanos por la dinámica y la estructuración de sus elementos, simultáneamente se suceden acumulaciones y concentraciones que tienden a estimular nuevos ordenamientos en procesos no lineales causantes de un cierto grado de uniformidad relativa: flujos de información, dotación de servicios y nuevas formas de producción del espacio. Estos dos fenómenos –escisión y unificación– conviven simultáneamente una vez que los ordenamientos más hegemónicos hayan emplazado sus movimientos.

El rasgo que los distingue es la cualidad recursiva de formas de reorganización funcional que generan necesidades nuevas donde antes no existían; esto es claramente una condición de funcionamiento inherente a las lógicas de producción y reproducción del capital que hace que el espacio urbano se convierta en un entorno productivo más, ya que su valor de uso general radica en su continuo proceso de valorización del capital, un producto resultante del uso y usufructo de cada una de sus partes al funcionar de manera independiente. Es así como se vinculan dos de los elementos que caracterizan la ciudad neoliberal: por un lado, el proceso de producción, circulación, intercambio y consumo y, por el otro, la ciudad misma que a partir de su valor de uso general “produce y consume los soportes materiales del proceso productivo y de los Medios Colectivos de Consumo (MCC)” [2]. Esto es lo que Castells (1979) explica claramente cuando atribuye dichos procesos al rol del Estado en la condición neoliberal ya que “concentra sus inversiones en aquellas funciones urbanas necesarias a los intereses del polo dominante” (p. 15), es decir, el capital.

En esa lógica, la acumulación capitalista es la que tiene el poder de condicionar a los estados en la producción, administración y provisión de los MCC, subsumiéndolos en su rol debido al consiguiente crecimiento de su déficit operacional que hace que sus funciones tradicionales se vean relegadas. Esta cooptación de sentido es el origen del problema que se plantea cuando los espacios urbanos, en tanto que sistema estructurado por diferencias, reciben tales perturbaciones en la magnitud y la dirección de sus relacionamientos dialécticos que sus significados permiten anticipar los futuros impactos en la producción, organización y estructuración del territorio. Esto último tiene su correlato en los procesos de paulatina privatización que sufre el espacio público en nuestras ciudades como ámbito natural de lo colectivo cuando invierte su sentido al estimular en cada individuo un beneficio personal producto de su pertenencia a un sistema de vínculos efímeros cargados de mecanismos disuasorios, viendo disminuidas sus perspectivas futuras de construcción de un horizonte real en el ámbito de lo colectivo.

La finalidad del trabajo estriba en la caracterización del rol que poseen las dinámicas de transformación de las diferencias llevadas adelante por los sistemas técnicos en las funciones homogeneizantes de toda diversidad en el campo de lo humano y lo no humano para sus propios beneficios. Las organizaciones resultantes no solo permiten caracterizar los dispositivos puestos en juego sino que aportan nuevos elementos para poder intervenir en las lógicas estructurantes que desencadenan mejores prácticas en el ámbito de lo colectivo.  

Metodología

El tipo de investigación, dentro del marco previamente planteado, se corresponde con el tipo hermenéutico dialéctico. Este método permite, desde las capas previas de construcción del conocimiento como son la comprensión y la explicación, una inmersión y captación de la esencia de los procesos constitutivos del objeto de estudio que se hallan en los pliegues de sus inflexiones; alcanzando la interpretación por medio de la reconstrucción del objeto de investigación y su aplicación en la praxis. Una dialéctica entre el acontecimiento y el sentido; aquello que Nitklas Luhmann (1998b) atribuye al modo en que los sistemas sociales construyen la complejidad respecto de su entorno como reaseguro de su acceso a la comprensión dirigiendo así sus procesos de designación, selección y discriminación de los acontecimientos.

Para el trayecto metodológico que se propone es importante la lectura de aquellos momentos críticos y transicionales que ligan las partes del objeto de estudio como rasgos determinantes de una historia de acontecimientos en el espacio urbano concreto. Acontecimientos que, por otra parte se constituyen en las diferencias que producen la identidad que interesa como sustento explicativo y que para Eduardo Álvarez Pedrosian (2011) implica a la vez un proceso de “trazado de las mallas contextuales presentes en un mismo acontecimiento y que son en sí mismos actos de significación, de constitución de sentido y valor” (pp. 166-167).

Se plantea como punto de partida la noción de disputa entre sistemas al interior del objeto de estudio, resumiéndose de la siguiente manera: 

1. Problematización de las relaciones dialécticas: interpretación de la disputa.
2. Abordaje crítico-reflexivo: explicación de la disputa.
3. Descomposición del aporte teórico: principio generador.
4. Reconstrucción teórica: Proceso General de Disputas (PGD).

El territorio como ámbito sistémico se halla configurado en la contemporaneidad a partir de una sucesión de estructuras localizadas de acción y materia. Lo que la antropología simétrica planteada por Bruno Latour (2012) describe en sus objetos sociotécnicos conformados por componentes humanos y no humanos en hibridaciones complejas: formas de utilización del espacio público que a su vez remiten a los modos de habitar el espacio. Estas hibridaciones se relacionan e interactúan por medio de las prácticas que los individuos como constitutivos del sistema social (SS) en su conjunto llevan adelante produciendo formas narrativas a partir de las disponibilidades en la escena urbana. Son estructuras morfológicas que tienden a reproducir sus condiciones de origen produciendo a su vez estados organizativos nuevos. Toda irrupción o perturbación como lo denomina Luhmann (1998b) en su Teoría de los sistemas sociales se convierte en una posibilidad latente dentro del contexto de tales relaciones y es el motivo principal de las disputas por el poder entre las formaciones más hegemónicas y el conjunto del sistema social. Toda una metafísica desplegada en la comprensión del rol que adquieren nuestras acciones y el grado de involucramiento en la composición de la existencia humana. Sobre todo si lo que está en juego finalmente no es la forma en que nos apropiamos del espacio y el modo en que desarrollamos nuestra vida cotidiana en relación con los otros sino el sentido que tiene el poder hacerlo.

Más que el territorio, la tierra y la territorialización, lo que está en disputa es dicha materialidad como entidad. Sigue existiendo espacialidad también en el ciberespacio, en las formas deslocalizadas y en red del capitalismo trasnacional y en otras formas y temáticas abordadas por los estudios que supuestamente caen en el mito de la desterritorialización. Pero para ello hay que asumir el rol integral de los análisis de los procesos de subjetivación frente a las demás cuestiones relativas a los fenómenos humanos, donde la composición de existencia sea el problema que articula los demás problemas y/o la forma de plantearlos (Álvarez Pedrosian y Blanco Latierro, 2013, p. 8).

Estas acciones de captación y retroalimentación de materia en su potencialidad de resignificación es lo que deviene en reposicionamiento o relocalización del sujeto a través de la materia y frente a la dislocación que plantea la acumulación del capital. La técnica es materia racionalizada a partir de su función (rol teleológico) y es una estructura lingüística ya decodificada y simbolizada por sus efectos. La arquitectura como objeto de la técnica puede colaborar en esa relación porque ella es parte constitutiva del sistema a través de su estatus técnico y del emplazamiento que sea capaz de materializar en el campo de los individuos, ya que sus propiedades narrativas la vinculan de diversas maneras al espacio convirtiéndolos así en sujetos a partir del compromiso comunicativo que ellos asuman como portadores de subjetividad [3].

El contexto físico como escenario de tales disputas funciona como estructura precedente de lenguaje que se legitima per se en tanto que existe porque existe la forma, aunque esto no es garantía de la existencia de actos comunicativos susceptibles de significar tales estructuras. Como parte de esta puja, el sistema técnico del capital –en la forma de los medios de producción– tiende a operar en el territorio con el objeto de descentralizar las actividades de comunicación entre los sujetos, atomizándolas por medio de la dislocación espaciotemporal y el control de sus actos comunicativos.

El sistema técnico (ST) cuya principal fuente semiótica es la que proveen los medios de producción a partir de sus lógicas de producción y acumulación, funciona como una potente máquina de subjetivación que todo el tiempo produce constantes e infinitas cadenas de diferencia. Sobre esto último, Luhmann (1998a) hace referencia cuando piensa la cualidad sistémica de la sociedad como conjunto o aglomerado de diversas instancias comunicativas necesarias para establecer un lazo entre sociedad y sistema, es decir, una diferencia respecto del entorno, respecto del interior-exterior de los sujetos. Siguiendo esta lógica y, aludiendo a lo que Deleuze y Guattari (1985) caracterizaban como la “terrorífica” máquina abstracta del capitalismo [4] se puede afirmar que, ante cada disrupción que pueda comportar una amenaza a sus pretensiones homogeneizantes, es puesto en servicio una perturbación de las estructuras ideológicas al interior del sistema social cuyo objetivo es el de producir algún grado de diferencia que pueda neutralizar o eliminar la homogeneización. Un contraste que lo segregue funcionalmente del resto para luego reposicionarlo (territorializarlo) en nuevos agrupamientos.

Esta es la forma que adquiere el proceso de disputa (Figura 1) y que todo el tiempo estructura nuevos territorios cuyas conexiones, relaciones y límites permiten revelar los intereses que se han puesto en juego. Esta es la dimensión política del espacio y es el resultado de la puja a la que se hace referencia cuando se intenta pensarlo como un paño sometido a constantes tensiones y estiramientos sobre el cual van surgiendo rupturas o discontinuidades en la transmisión de los flujos significantes. Lo que Manuel de Landa (2011) caracteriza con su noción de “tradición institucionalizada” para referirse a la estandarización que efectúa el sistema productivo en manos de ciertas decisiones individuales con alto poder hegemonizante.

Figura 1
Forma metodológica de abordaje: componentes del sistema urbano y sus relaciones en el proceso de disputa.
Fuente: elaboración propia.

Ahora bien, si se regresa sobre la condición política del espacio urbano, es posible observar siguiendo estos razonamientos que, cuanto mayor es el grado de innovación material demandado por dichas hegemonías para llevar adelante sus procedimientos, mayor resulta la estandarización burocrática de la que se nutren para priorizar sus intereses. Y lo hacen a partir de su natural rapidez operativa para lograr insertar materialidades encontrando los resquicios óptimos para producir nuevos arraigos en la estructura narrativa precedente en el espacio urbano. De ahí que resulta crucial el tipo y la forma en que se hallan distribuidas las materialidades de la escena urbana (mobiliario, señalética y elementos naturales); hoja en blanco de la construcción narrativa que entrará en el juego para estimular la acción entre los sujetos.

En términos metodológicos, se trata de relacionar el espacio como noción abstracta –cuyos efectos sobre la subjetividad vienen determinados por el modo en que puedan o no desencadenar nuevas acciones entre los individuos– con las estructuras de acomodación conformadas por los diferentes elementos físicos y relacionales que construyen el entorno de nuestra vida cotidiana y que, en definitiva, se constituyen como el principal motivo de la disputa.

Resultados 

La complejidad en los
sistemas urbanos
(Interpretación de la disputa)

El territorio, en tanto que emplazamiento dotado o equipado por disponibilidades materiales y no materiales, es una complejidad que introduce su novedad a partir de las construcciones de sentido. A diferencia de cualquier otro sistema material, el sistema urbano por ser una consecuencia directa del sistema social, tiende en todo momento a la diferenciación, es decir, a la construcción de formas identitarias por medio del recurso de la improvisación. Esto, parece un tanto menor si lo comparamos con la tradición del espacio urbano en otras formaciones culturales tales como los mercados precapitalistas como por ejemplo los zocos en la cultura islámica o los mismos mercados medievales de la Europa Central donde la excesiva diversidad y superposición de disponibilidades materiales funciona como regulador de complejidad respecto del resto del espacio.

En el caso de la ciudad occidental, la regulación de las complejidades en el ámbito urbano funciona como un todo cargado de formaciones homogéneas y heterogéneas simultáneamente, cuyo principal regulador es la acción individual que puja por la constitución de sentido hacia instancias superadoras de lo colectivo. Esta posibilidad del ejercicio de la libertad de acción individual, se convierte en vehículo para establecer grados de identidad tales que habilitan condiciones objetivas necesarias para mantener a su vez el funcionamiento de lo social, asegurando las capacidades de origen producto de su acumulación histórica. Pierre Bourdieu (1977) denomina habitus a la generación de prácticas improvisadas que estimulan a su vez la reproducción del carácter objetivo que les han dado origen.

En la medida en que el habitus es una capacidad infinita para engendrar productos –pensamientos, percepciones, acciones– cuyos límites han sido instaurados por las condiciones históricas y socialmente determinadas de su producción, el condicionamiento y la libertad condicional que garantiza están tan lejos de la creación de una novedad impredecible como lo están de una simple reproducción mecánica de los condicionamientos iniciales (p. 95).

Atendiendo a esta calificación, se está en condiciones de afirmar que en las sociedades democráticas fundadas bajo el pensamiento liberal y soportadas desde la lógica de la globalización, las complejidades urbanas ven resignadas sus capacidades de particularización del espacio (producción de novedad y emergencia) debido a la irrupción espaciotemporal protagonizada por la acumulación del capital cuya tendencia a la homogeneización y estandarización funcional define el funcionamiento de lo que conocemos como sistema técnico (ST). Este subsistema, operante al interior de los sistemas urbanos, es el encargado del trabajo morfo genético ya que incide en el modo en que las disponibilidades materiales existentes son tomadas por los sujetos para ser llevadas a un plano de significación al interior del sistema social (SS). Esto es así porque, como ya se ha explicado, las acciones comunicativas entre los individuos son equipadas por una función ideológica que les da sentido de pertenencia. Este círculo vicioso en constante retroalimentación construye una estructura narrativa (ámbito significativo) siempre en tiempo presente y como promesa de futuro que cancela toda posibilidad de historicidad. En la Figura 1 se han objetivado las relaciones entre SS, ST y el espacio urbano como estructura precedente donde se dirimen las significaciones y por lo tanto, las disputas narrativas.

La función teleológica del ST es siempre subsidiaria del poder de agenciamiento [5] del capital en su actividad de reconfiguración de los límites físicos de cualquier tipo de espacialidad (tarea de la globalización) a partir de estructuras lingüísticas mitificantes (tarea del neoliberalismo). En tal sentido, las decisiones intencionales jerarquizadas encarnadas en las hegemonías sociales y las burocracias institucionales tienden siempre a la homogeneización y racionalización al interior de las diferentes partes para, de ese modo, auspiciar dinámicas de optimización y eficiencia topológica que unifiquen lo existente e impongan así nuevas relaciones.

El espacio-tiempo que determina los rasgos experienciales fundamentales del territorio es el motivo de disputa para cualquier proyecto transformador ya que lo que se pone finalmente en juego es la posibilidad de que el ritmo conformado por los diferentes puntos y distancias en el espacio, sea o no producto de una acción colectiva e improvisada (habitus) como generadora de formas y estructuraciones no jerárquicas. En ese sentido, las interrupciones del ritmo, ya sea por incomunicación de las partes al interior del sistema social (individuo/individuo) o por ausencia de anclajes con su entorno (individuo/espacio físico), son captadas en forma de discontinuidad por la acción del capital en tipos de espacializaciones desprovistas de toda tensión y conflicto (ruptura del habitus). De ahí, la a-historicidad de las construcciones subjetivas que produce el capital. Ahora bien, si se atiende a lo que Luhmann (1998a) teorizaba respecto del aumento de complejidad de sentido dentro del sistema social a partir del tipo de perturbación de que se trate, se puede inferir que el propio sistema es el que selecciona el modo de comunicación que entrará en el juego para la producción de sentido y alcanzar así la diferencia: o bien la extingue por medio de una negación direccionada intencionalmente o bien la ritualiza para convertirla en parte de su historia.

Este es el elemento de preocupación que Deleuze y Guattari (1997) desarrollaron en su teoría al hablar de “esquizofrenia” para referirse al mecanismo propio del capitalismo cuando ante cada posible amenaza discordante que pueda emerger, irrumpe una alternativa siempre inmediata por el mecanismo de la acción estética que “territorializa” un nuevo corte en el segmento de la cadena de significaciones involucradas. Esta es la función del ST para emplazar sus intereses y cristalizar en un rango novedoso las potencialidades que han ido apareciendo como producto de la acción humana.

Si el espacio urbano es la arena de esas disputas y si sus dinámicas actuales tienden a la dispersión y desconcentración de sus múltiples afectaciones, quiere decir que un posible contra-emplazamiento lo debería ofrecer la arquitectura como organizadora del lenguaje que el sistema social necesita para establecer su acto comunicativo en base a sus propios intereses de sentido; de la compleja urdimbre que implica la actividad de organización de sus elementos por la trascendencia de su relación con los individuos dentro del sistema. Estas formas de captación de materia a la espera de ser significadas por el sistema social para componer la existencia es lo que deviene en reposicionamiento del sujeto en el territorio a través de la materia frente a la dislocación que interpone el capital. La técnica es materia racionalizada por su función; una estructura lingüística ya decodificada, ya simbolizada de manera previa para producir sus efectos.

La condición topográfica
de la diferencia
(Explicación de la disputa)

La principal característica de los procesos de disputa entre el sistema social y el sistema técnico se explica sobre una metafísica inherente a los cuerpos. La materia que constituye la realidad de lo tangible tal como la conocemos es la cualidad inherente a los cuerpos y sus presencias. No hay posibilidad de la diferencia si no existiesen ciertas corporalidades susceptibles de ser operadas en tanto que narraciones e interpretaciones como formas posibles de constitución de sentido. Bajo estas circunstancias, autores como Manuel Delgado (2013), David Le Breton (1995) y Alicia Lindón (2009) entre otros, ponen su acento en los cuerpos como presencia en el espacio, donde lo topográfico se convierte en la superficie que permite emplazar las micro situaciones donde las prácticas se tiñen de significaciones. Es en este punto donde la teoría de la disputa más ontológica planteada por Luhmann se vincula con una perspectiva topológica en la que se disponen los cuerpos a partir de un sinfín de estructuras relacionales cuyo anclaje queda condicionado por las diferencias entre los desplazamientos, sus relaciones de proximidad y la condicionalidad de sus límites.

Esta perspectiva topológica dentro del estudio de las dinámicas urbanas es un reclamo encabezado desde la filosofía por Jeff Malpas (2015), cuya teorización desarrollada acerca de la noción de lugarcomporta un claro avance respecto de lo que se conoce comúnmente como “giro espacial” al interior de las ciencias sociales, ya que contrapone la idea de que la identidad humana “puede concretarse espacial y topográficamente pero no estar conformada por el espacio y el lugar” (p. 214). En vez de esto, el espacio y el lugar son asumidos desde estas posturas como ámbitos en los que la propia construcción de la identidad opera, y lo hace por tanto, para construir la articulación espacial y topográfica de la identidad.

Lo que no ha sido reconocido por el giro espacial es el sentido en que el espacio y el lugar sustentan la posibilidad misma de la propia construcción social; y no se ha dado justamente porque se ha ignorado la naturaleza del espacio y el lugar con independencia del carácter social de su construcción. Lo que resulta interesante de todo esto es la cuestión de las formas y las estructuras topográficas y espaciotemporales como manifestación de la acción humana.

Resultan de interés entonces, las nociones de regionalidad propias de este tipo de pensamiento donde lo relacional de los acontecimientos se halla condicionado solo dentro de ciertos límites y no de manera ramificada e infinita. La relacionalidad de las acciones se da dentro de una base de superficialidad, y esta se puede reconocer por sus rasgos topográficos, en definitiva, por el lugar que unifica y diferencia y por ello constituye y determina. El límite se convierte así en “algo esencialmente productivo, más que algo meramente restrictivo” y por ende, esa “naturaleza productiva del límite” es también algo que concierne a la noción de lugar, ya que a partir del límite se puede determinar su condición finita y singular (Malpas, 2015, p. 220). Todas estas nociones son decisivas para la teoría de la disputa, ya que son el principal cuerpo de preocupaciones por vincular las acciones del sistema social con su contexto e intentar comprender, si el proyecto de la técnica que se encuentra detrás de las formas contemporáneas del capitalismo utiliza su retórica espacializada, sus constantes territorializaciones y su lenguaje de redes, conectividades y flujos para destruir los límites que preservan el lugar de la identidad. 

El proceso de disputas socio espacial:
una dimensión política del espacio
(Principio generador)

Las nociones que han entrado en juego en esta deriva teórica configuran cada una de ellas un eslabón de la “cadena equivalencial” al modo de lo representado por Laclau (2005), cuya tesis está fundamentada en el concepto de “solidaridad espontánea”, donde un conjunto heterogéneo de identidades pujan –en una relación hegemónica– hacia el logro de un tipo de universalidad manifiesto en la experiencia social inalcanzable (“objeto imposible”) frente a un sistema de opresiones que tiende a la desintegración de cualquier rasgo de identidad universal (“subjetividad universal”). Trasladando lo anterior al objeto de estudio, lo hegemónico es una forma de construcción de la novedad a partir de la contingencia expresada por la alteración del espacio tiempo que impulsa el capital como sistema opresivo/prescriptivo. De este modo, la noción de subjetividad es la solidaridad espontánea producida por la acumulación de heterogeneidades (cadena equivalencial) que en su devenir de complejidad tendiente a la hegemonía de la experiencia (objeto universal imposible) construye una diferencia de sentido (identidad universal):

De este modo, las nociones de acumulación, complejidad y diferencia conservan las mismas equivalencias respecto de la constitución hegemónica explicada por Laclau en su teoría política y permiten demostrar la implicación de los procesos de disputa en la producción del espacio como una disputa política o, dicho de otro modo, la dimensión política como elemento de disputa inherente a la producción del espacio. En la lógica de esta contienda, lo que se pone en juego en todo momento es la posibilidad de diferenciarse del entorno a partir de complementos funcionales que son producto de la paulatina superposición de acciones. Por ejemplo, las formas de utilización del tiempo que propician ciertas espacialidades cuando los sujetos interactúan de manera espontánea desencadenando acciones no planificadas y, definiendo a su vez nuevos límites y lugares que potencian cíclicamente novedosos y más optimizados comportamientos. Son acumulaciones que como se dijo, aumentan la complejidad ya que exigen otro ámbito de decisiones y permiten cancelar su enviciamiento endogámico por vía de la improvisación.

En la Figura 2 se resumen las tres fases comunicativas que caracterizan el Proceso General de Disputa (PGD)y que afectan al espacio urbano en tanto que estructura material precedente. Se advierte allí, un proceso que va desde un primer estadio marcado por una cierta complementariedad de los elementos intervinientes a otro más caracterizado por la diferenciación funcional. Mientras que a la izquierda de la gráfica se representan las acciones que protagoniza SS en su funcionamiento sistémico, por la derecha se muestra la forma de intervención del ST intentando, como ya se ha explicado, incidir en las prácticas de significación (diferencia de sentido) por medio de la igualación de las diferencias. En el centro del esquema se halla representado el espacio urbano como estructura precedente que dota de materialidad y revela las singularidades de la disputa.

Figura 2
Las tres fases comunicativas del PGD.
Fuente: elaboración propia.
El funcionamiento sistémico del espacio urbano
(Caracterización del PGD)

Con la intención que los conceptos planteados puedan ser interpretados dentro de un fenómeno que hemos distinguido como de puja entre un sistema de tipo autorreferencial, donde los sujetos son estimulados por la conciencia, o no, de las acciones de subjetivación que dotan de sentido su presencia corporal y sus vivencias en el espacio, la comunicación intersubjetiva es su principal recurso explicativo.

Primera fase comunicativa

El orden precedente existente en el espacio urbano interactúa con el SS a partir del grado de heterogeneidad disponible. Así, el conjunto heterogéneo provisto por el entorno urbano como estructura preexistente viene determinado por su complementariedad funcional. Esto significa que el nivel comunicativo está dado por un tipo de intencionalidad centrado en la conciencia propia del sujeto que actúa como individuo en una relación causal y lineal guiada por sus propios intereses. De ese modo, la narrativa del espacio urbano genera un ámbito significativo de base ya que los objetos intervinientes en la escena disponible no configuran un estímulo adicional para la producción de sentido debido a su natural disposición y yuxtaposición. Su proximidad, su practicidad y su ausencia de límites le otorgan una lógica y coherencia adicional al exterior conformado.

El SS en su conjunto mantiene las relaciones naturales de complejidad interna a través de la formación de unidades de sentido como lo muestra la Figura 3. Estas unidades le aseguran a su vez la continuidad sistémica ya que regulan las leves perturbaciones que le opone el entorno produciendo tipos de diferencialidades en su funcionamiento interno. La característica principal es la domesticidad de los encuentros entre los individuos, cuya utilización del tiempo no remite necesariamente a la planificación de acciones.

Figura 3
La primera fase comunicativa: unidades de sentido marcadas por la heterogeneidad del orden precedente.
Fuente: elaboración propia.

Por otro lado, el ST adquiere así la forma del propio ordenamiento exterior que actúa como lenguaje precedente brindando las opciones de acoplamiento al sistema social SS: esto no es otra cosa que las diferentes manifestaciones que, sobre la marcha de los acontecimientos van surgiendo en la escena urbana; por ejemplo, los estímulos que se desencadenan en un vecindario cuando algún individuo particulariza su espacio a partir de la renovación material de su vivienda. Las acciones que se desencadenan son, en ese sentido, decisiones condicionadas por una acción primigenia dentro de un ámbito de reconocimiento que es propio del interior del SS y que estimularán, en un corto lapso de tiempo, otras intervenciones puntuales en las viviendas circundantes con el solo objeto de reproducir la acción inicial: renovar o cambiar parte de los elementos de la fachada.

Segunda fase comunicativa

El orden existente en el espacio urbano en aparente equilibrio se ve alterado ahora, por una perturbación generada desde el ST al interior del SS mediante acciones arbitrarias producto de decisiones intencionales que, a modo de elementos de embonamiento intentan un acoplamiento estructural a través de la imposición de un tipo de ordenamiento de carácter homogeneizante (Figura 4).

Figura 4
La segunda fase comunicativa: acoplamientos estructurales marcados por la homogeneidad del orden impuesto por la hegemonía.
Fuente: elaboración propia.

Este efecto estaría determinado por una discriminación funcional de carácter hegemónico que producen distinciones en la estructura subjetiva de los componentes del SS: acciones correspondientes al sistema económico, a las instituciones burocratizadas, como las oficinas de planeamiento, o producto de anomalías con poder de corrupción dentro o fuera de estas instituciones. Se desencadenan así, ciertos grados de desórdenes en el reparto de las funciones, generándose como consecuencia un reordenamiento de las acciones entre los sistemas actuantes.

El nivel comunicativo dentro del SS viene ahora condicionado por dicha irrupción en la que sus componentes son ligados a las estructuras narrativas del contexto, por medio de acoplamientos captados por el interés impuesto a partir de la hegemonía organizativa. Esto genera una dependencia respecto del entorno que tiende a disgregar las acciones comunicativas dentro de las unidades de sentido, produciendo por lo tanto una inevitable resignificación por medio de la acción mitificante de la técnica que se ha intercalado entre las heterogeneidades anteriores. De esta forma, el SS, en respuesta a la perturbación producida por la técnica en su interior, genera un grado de diferenciación del entorno, que aumenta su complejidad de sentido a través de la mediación de elementos de identidad intrasistema que comenzarán una paulatina tarea de selección y redireccionamiento de sus intereses.

El catalizador de tales dislocaciones, es el sentido que comienzan a tener la producción de límites y bordes conformadores de una cierta regionalidad, dominada por la diferencia entre el interior del SS que intenta mantener la domesticidad de sus acciones y la nueva exterioridad creada por el ST (círculo rojo dentro del esquema de la Figura 4), por medo de la imposición de sus ordenamientos materiales. Lo que esto finalmente produce, es un aumento de complejidad de sentido del SS que reacciona a la perturbación del ST en su interior y que se traduce en una diferenciación del entorno, redireccionando sus intereses a partir de una disputa narrativa y significante en el ámbito del lugar y sus límites.

En concreto, se refiere a las formas que adquieren las concentraciones de actividades informales o de presencias imprevistas, en ámbitos que han intensificado sus procesos de homogeneización: las apropiaciones en torno a centros comerciales, la latencia de presencias inoportunas en los bordes de las comunidades cerradas o que paulatinamente se han ido clausurando al entorno o, más específicamente, los individuos que merodean en torno a las nuevas zonas, con el consiguiente aumento en la sensación de inseguridad que esto trae aparejado. El aumento de complejidad dentro del SS implica el redireccionamiento de las acciones de designación y selección que condicionan la vida cotidiana como por ejemplo, la forma de posición y en muchos casos el cambio de opinión de aquellos individuos que ahora se identifican con los valores subjetivos que el ST difunde. Esto es, la ultra defensa de derechos individuales como la vigilancia extrema, la clausura total o parcial del espacio público o la penalización de acciones que antes eran patrimonio de lo colectivo, por ejemplo, el circular en bicicleta por lugares antes permitidos o la inhibición de la intimidad que proveen ciertos espacios en la nocturnidad.

Contingencia / Agenciamiento

Producidos ya los acoplamientos estructurales, es decir, el lenguaje emplazado en forma de una resignificación mitificada por parte del ST, el lugar pasa ahora a cumplir el rol de estructura narrativa ya que todas las acciones se han desplazado a los nuevos exteriores creados. Es allí donde los cuerpos y los deseos necesitan disponer de una alternativa espacial que, reconociendo los grados de homogeneidad reinante en el entorno producto de las decisiones intencionales impuestas por las hegemonías sociales, pueda revertir la lógica de significación implantada por el ST a través de la disputa por la generación de estructuras relacionales y espaciales nuevas (Figura 5).

Figura 5
La contingencia/agenciamiento. Estructuras complejas nuevas marcadas por lo heterogéneo de la diferencia a partir de las homogeneidades creadas.
Fuente: elaboración propia.

Estas estructuras son parte de los fenómenos en el espacio urbano que interesa estudiar y son, en definitiva, los nuevos ordenamientos generados por uno u otro sistema en la forma de híbridos complejos producidos a partir del compendio de material lingüístico disponible en el entorno. Por ejemplo, las huellas generadas en el territorio por ciertas acciones deliberadas de los usuarios que terminan por legitimarse como espacios de circulación o permanencia; la naturalización de ciertas formas de clausura en el espacio urbano y las diferentes formas de individualización del espacio público.

Esta fase que hemos denominado de contingencia y agenciamiento, viene caracterizada por la diferenciación funcional que han alentado las reorientaciones de sentido que el SS se ha impuesto para accionar, buscando el equilibrio en su entorno por medio de la acción colectiva. Es la disputa real al poder hegemónico que le implicará una tarea de selección, designación y reorganización de sus componentes –los sujetos– que desencadenarán ahora complejas concatenaciones de acción en el entorno.

Es el momento donde las decisiones intencionales hegemónicas han producido tal agitación en el SS, que sus emplazamientos y ordenamientos comienzan a ser estabilizados por patrones rítmicos de acción en el lugar de las disputas. Estos ritmos utilizarán los anteriores límites impuestos (segmentos rojos adheridos al círculo punteado de la Figura 5) para desplazar el sentido por la vía del interés colectivo. Estos nuevos patrones rítmicos son las consecuencias no intencionales de las decisiones intencionales y pueden caracterizarse por ciertos grados de espontaneidad, en las apropiaciones por la aparición de nuevos límites disputables al ST.

En definitiva, lo que surge ahora es un nivel comunicativo marcado por la discontinuidad en el sentido como característica inherente a todo agenciamiento en tanto que proceso compuesto de emergencias y constreñimientos, de ganancias y pérdidas de significado que se disputan el SS y el ST.

Discusión

Sobre la técnica y su narrativa como vehículo de ordenamiento

Si el lenguaje de la técnica, encarnado por lo que hemos denominado ST es un código cerrado de lineamientos que organizan funciones de racionalización sobre las prácticas encarnadas por el  SS –la “racionalidad práctica” alcanzada y denunciada por autores de diferentes ámbitos del conocimiento como Michel Foucault (1982), Jean-François Lyotard (1984), Ignasi De Solá Morales (1995), o Roberto Fernández (2005), Gianni Vattimo (2007), Edgar Morín (2009), de Landa (2011), entre otros– lo cierto es que, desde que el ser humano se desvincula de la tierra, del topos que explicaba su existencia, le ha hecho falta un investimento lingüístico que pueda dar cuenta de semejante disrupción. En ese sentido, la aparición de la herramienta como instrumento de racionalización, estandarización y diferenciación que separó paulatinamente al humano de las actividades que lo aferraban al territorio en su necesidad de supervivencia, fue lo que desencadenó las formas evolutivas del lenguaje. Esto permitió sintetizar nuevos ordenamientos y asegurar la transmisión de conocimientos, sobre todo, la diferenciación de sus entornos de actuación en distribuciones sociales más o menos estables por encima de las posibilidades de transformación de la materia, es decir, la artificialización del territorio natural.

De esta forma, el sistema técnico tal como lo comprendemos en la era posindustrial, basado objetivamente en la lógica de acumulación del capital y sustentado subjetivamente por la libertad individual y librepensadora en su fase neoliberal, ha podido fundarse no solo en la aparición del dinero, como lo explica de Landa (2011) cuando le atribuye a la aparición del papel moneda una función diferenciadora y ordenadora de estratos en la organización material del territorio, sino también en la construcción discursiva que establezca un nuevo orden jerárquico en la constitución de lo cotidiano. Isabelli Lorey (2017) en su teoría respecto de las disputas sobre el sujeto, reconoce la existencia de una tensión entre las formas hegemónicas de individualidad e identidad con nuestros cuerpos (p. 190). Por lo tanto, la problematización en torno a los procesos de captación de la subjetividad en el espacio urbano, habilita modos alternativos a los tradicionalmente encarnados por los ordenamientos hegemónicos de poder en el cuerpo social como lo son, por ejemplo, la acumulación capitalista o el patriarcado, cuya influencia impacta en las formas de sujeción de los cuerpos a instancias performativas de lenguaje, en definitiva, a formas narrativas que devienen en sujetos. Los hallazgos que se desprenden de la caracterización del proceso de disputas permiten comprender que también en el entorno físico, donde se desarrolla parte de la vida cotidiana en la contemporaneidad, existen estructuraciones materiales que forman otros tipos de narraciones.

Sobre el territorio como forma narrativa de las diferencias

Los discursos urbanos son el cuerpo donde se emplazan las formaciones hegemónicas que construyen poder por la vía de la homogeneización y la racionalización material. Estas formas de emplazamiento son, en definitiva, procedimientos de igualación de significado por medio de la inserción de la novedad o de lo novedoso. La cuestión, es pensar alternativas de establecimiento de la diferencia entre individuo y entorno donde el sistema técnico, aunque irrumpa con sus lógicas de ordenamiento, no logre consumar la obviedad de la existencia; y esto acontece sobre los territorios.

El territorio es una disposición a cualquier forma de acción que establezca una diferencia de sentido y se vincula con el ritmo que adquieren los espacios de actuación, sean estos físicos o virtuales, donde puedan percibirse o no la materialidad de sus ordenamientos. Ahora bien, si la complejidad es el imposible a alcanzar y sobre ella se asientan las determinaciones inherentes a nuestra propia falta, al vacío constitutivo que el psicoanálisis pone como vinculación con lo real de la existencia, quiere decir que la narrativa de la diferencia es una potencialidad siempre abierta e inconclusa de emplazamiento de sentido, o sea, del sentido que adquieren las acciones de los sujetos en la búsqueda de una existencia común.

Habría que poner también el acento en la noción de diferencia ya que no es lo mismo diferencia que diferenciación. Se entiende que sobre el primero –la diferencia– recaen todas las maneras que tienen los vínculos sociales de trascender hacia un destino en común aceptándose en ese proceso las diferencias inherentes al corpus social: clase social, poder económico, rol, entre otros. Mientras que el segundo –la diferenciación– es justamente el mecanismo de ordenamiento llevado adelante por el sistema técnico. Todo lo contrario a la búsqueda de un destino común. Una axiomática de la acción que permite a Delgado (2007) afirmar que los territorios en la era del capital, han sido producidos y ordenados para permitir su lectura y por lo tanto su control, mientras que el espacio urbano no puede ser leído, ya que es “una pura potencialidad” y no constituye una forma discursiva (narrativa).

Conclusiones

El territorio es un espacio incontrastable sobre el que operan las fuerzas de lo social y es la hoja en blanco donde el capital intenta escribir su discurso en su voluntad hegemónica por la acción narrativa; mientras que el espacio urbano es la membrana física donde se traducen las iniciativas que la urbanística lleva adelante en su pretensión normalizadora por medio de la arquitecturización, forzando al territorio a “asumir esquematizaciones provistas desde el diseño urbano, siempre a partir del presupuesto de que la calle y la plaza son textos que vehiculizan un único discurso” (Delgado, 2007, s/p).

La caracterización del proceso de disputa socio espacial al interior de los sistemas urbanos responden a una lógica productiva cuyos aspectos ontológicos ya han sido anunciados por el psicoanálisis lacaniano en lo referente a la constitución de un universal totalizante o de un para todos que destruya la posibilidad de construcción de un “sistema equivalencial de demandas insatisfechas” en el plano de los significantes (Alemán, 2012, p. 71).

Bajo estas condiciones queda bien en claro el vínculo existente entre la dimensión política contenida en los aspectos simbólicos y las capacidades comunicativas de los acomodamientos materiales del espacio y la capacidad inherente al tipo de configuración de lo topográfico puesto en los límites y superposiciones para alcanzar la diferencia de sentido entre los individuos. Una disputa siempre existente en todo entorno físico tensionado por la emergencia y la contingencia en la búsqueda de un destino común inherente al sistema social.

El ST que incide en la narrativa del espacio, es quien desplaza a la verdad y quién expulsa la imposibilidad de construir un después porque en la alianza que se ha constituido entre el capitalismo y la técnica, el presente toma la forma del absoluto y entonces, como bien dice Jorge Alemán (2019) estamos frente a la consumación del “crimen perfecto” donde “nada podrá salvarnos del colapso infernal que viene insinuándose desde el futuro, a la manera de una solicitación” (p. 185).

Finalmente, comprender que la amenaza latente es aquella que desplaza a los sujetos de su pertenencia sistémica bloqueando su condición de ser hablante, sexuado y mortal, es decir, captando su brecha ontológica para llevarla al plano del consumo utilitario y no permitir así que la diferencia potencial que constituye todo lo que no ha sido captado por la técnica, pueda ser aprovechado y transformado en una acción comunitaria nueva. En la medida en que puedan surgir en el territorio nuevas formas narrativas contingentes de producción del espacio estaremos en presencia de la potencia contenida en el común ■


REFERENCIAS

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Notas

1. El presente texto es el resultado de las derivas teóricas producidas por el autor en su tesis doctoral “Arquitectura y sujeto: las disputas por el sentido y sus lógicas de emplazamiento en el espacio urbano del capital”. Programa Interinstitucional de Doctorado en Arquitectura (PIDA), Universidad de Guanajuato (UG), México. (Volver)

2. Los Medios de Consumo Colectivo (MCC) son objetos materiales producidos a la manera capitalista, es decir, en una relación capital-trabajo y por lo tanto contienen valor. Su valor de uso no se encuentra materializado por un objeto que pueda venderse, que se separe de la esfera de la circulación para ser destruido por el consumo personal o productivo (Lojkine citado en Ornelas Delgado, 2000, p. 53). (Volver)

3. En toda acción humana lo que existe como forma comunicativa es lo que Luhmann (1998a) establece como “acoplamiento estructural”. No es precisamente una acción lingüística sino una respuesta de comportamiento estimulada por las irritaciones del entorno que producen diferencias de sentido al interior de los sistemas. (Volver)

4. Se refiere a la doble acción del capitalismo como efecto maquínico que mientras decodifica flujos de significado extrayendo una plusvalía, produce simultáneamente formas burocráticas de control que operan sobre la realidad territorializando así una parte de la plusvalía del total de lo que absorben. (Volver)

5. Esta noción tan utilizada por los estudios urbanos permite comprender los procesos internos de conformación y ruptura presentes en toda complejidad y pueden definirse como la relación de cofuncionamiento entre elementos heterogéneos que comparten un territorio. (Volver)


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Ferreti, M. A. (2020, mayo – octubre). Los procesos de disputas socioespaciales al interior de sistemas urbanos como principio generador de estructura. [En línea]. AREA, 26(2). Recuperado de https://www.area.fadu.uba.ar/area-2602/ferretti2602/

Doctor en Arquitectura por el Programa Interinstitucional de Doctorado en Arquitectura (PIDA) de la Universidad de Guanajuato (UG), Guanajuato, México. Magíster en Arquitectura, crítica y proyecto por la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC), Barcelona, España. Arquitecto con honores por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Córdoba, Argentina. Ha cursado un posgrado en Investigación Científica en la Universidad De La Salle Bajío (UDLSB), León, México y desde el año 2010 ha ejercido la docencia en grado, posgrado y la investigación en varias universidades de México, entre las que se encuentran la Universidad De la Salle Bajío (UDLSB-León), el Tecnológico de Monterrey (ITESM-Campus León) y la Escuela Superior de Arquitectura de Guadalajara (ESARQ).
Entre 2016 y 2018 ha ejercido como Profesor de tiempo completo en la Licenciatura en Arquitectura y en la Maestría en Arquitecturas Avanzadas (MAA), Centro Roberto Garza Sada de Arquitectura, Arte y Diseño (CRGS) de la Universidad de Monterrey (UDEM). Ha impartido cursos, diplomados, conferencias y participado de exposiciones y mesas redondas en torno a la teoría y la crítica acerca del proyecto doméstico, la arquitectura moderna y el espacio urbano en España, México, Perú y Costa Rica. Ha publicado diversos artículos en revistas latinoamericanas.