Nuevas desigualdades socioterritoriales en el contexto de lo urbano generalizado. Primeras aproximaciones teóricas


Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo
Centro de Investigación Hábitat y Municipio
Programa Territorio y Sociedad



Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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Resumen

Desde hace más de un siglo el proceso de urbanización no se detiene. Los núcleos urbanos crecen, se densifican y se expanden hasta conformar, en algunos casos, grandes áreas metropolitanas en donde lo urbano se generaliza. Por otro lado, los espacios rurales también son transformados a un ritmo incesante. Este artículo propone abrir el debate acerca de estas problemáticas y compartir las primeras aproximaciones teóricas y metodológicas surgidas de la reflexión en el marco de un proyecto de investigación en curso. En esa dirección, se acompasa el planteo teórico con la problematización de las herramientas y metodologías comúnmente utilizadas y se avanza en el planteo de lineamientos y reflexiones metodológicas para un abordaje situado del proceso de urbanización actual.

Palabras clave
Ciudad, Urbanización, Sistemas urbanos, Capitalismo avanzado

Recibido
14 de abril de 2021
Aceptado
19 de julio de 2021

Introducción

Desde hace ya más de un siglo, el proceso de urbanización no se detiene. Impulsado por el desarrollo de la industrialización primero y luego por la expansión del circuito secundario en manos del capital inmobiliario, el tejido urbano –con sus múltiples y diferenciales morfologías– no ha dejado de expandirse a lo largo y ancho del globo. Los núcleos urbanos crecen, se densifican y extienden sin límites hasta conformar, en algunos casos, grandes áreas metropolitanas que, desbordadas, avanzan urbanizando sus espacios periurbanos e incorporando localidades cercanas menores. Por otro lado, los otrora espacios rurales también se transforman a un ritmo incesante. Las actividades agropecuarias se industrializan y sus productos circulan por las redes de comercio mundial, al mismo tiempo que la industria y las actividades logísticas se desplazan sin fronteras en busca de recursos naturales y de ventajas comparativas. El turismo, por su parte, transforma los paisajes globalizando el consumo de experiencias de todo tipo.

Sin dudas, el mundo contemporáneo ha ido expandiendo todos los límites. Los avances de la ciencia y la tecnología han logrado permear fronteras históricamente consideradas infranqueables hasta flexibilizar, incluso, las nociones de tiempo y espacio. Redes globales que facilitan los flujos de bienes, servicios, personas e información; comunicaciones y trabajo a distancia en tiempo real forman parte de nuestro mundo contemporáneo donde las interacciones son posibles a múltiples escalas y en múltiples direcciones. Por su parte, el capital, en su permanente fluir, pendula entre su forma fija –concentrada en infraestructuras, equipamientos o industrias– y su movilidad para incrementar sus beneficios, llegando incluso a devaluar o destruir sus formas fijas para generar otras nuevas y reiniciar el ciclo (Harvey, 2005). Dispersión/concentración; equiparación/diferenciación; tendencia a la “destrucción creativa” de las formas espaciales, la conformación de “arreglos espaciales” siempre temporales y el carácter desigual y provisorio de las geografías capitalistas (Brenner, 2017, p. 205). Estas tensiones no hacen más que complejizar las formas espaciales contemporáneas dotando de un carácter polimórfico al espacio, en donde la escala local y la escala supranacional surgen de forma preeminente.

Megaciudades, ciudades globales, posmetrópolis, exópolis, regiones y archipiélagos urbanos, ciudades dispersas y policéntricas, áreas metropolitanas, ciudades intermedias, ciudades dormitorio, localidades urbanas; sin dudas, las morfologías adoptadas por la trama urbana, cada vez más extendida, son diversas y de una complejidad creciente. Consecuentemente, la teoría urbana ha ido desarrollando una variedad de conceptos que intentan captar estas geografías diferenciales y siempre mutantes.

En este contexto surgen dos tipos de problemas; el primero, de tipo ontológico, se centra en la noción misma de ciudad, ¿cómo es posible definirla en un contexto donde lo urbano se generaliza?, ¿qué elementos y qué procesos distinguen a las ciudades en la actualidad?, ¿es posible seguir sosteniendo la oposición ciudad-campo como base explicativa para comprender el fenómeno urbano? El segundo problema, vinculado con el anterior, plantea desafíos metodológicos, ¿cómo podemos identificar y eventualmente medir lo urbano?, ¿se trata solamente de una cuestión de cantidad, densidad y heterogeneidad de población o se trata de identificar una forma física, un tipo de asentamiento concreto?, ¿será necesario incluir características de tipo cualitativas para captar el fenómeno urbano?

Este artículo propone abrir el debate acerca de estas problemáticas y compartir las primeras aproximaciones teóricas y metodológicas desarrolladas en el marco de un proyecto de investigación en curso [1]. Específicamente, a la luz de una revisión teórica profunda, se plantean y problematizan nuevas dimensiones para el análisis del proceso de urbanización en donde lo urbano se generaliza y, al mismo tiempo, se reflexiona acerca de las alternativas y limitaciones metodológicas para su abordaje.

Cómo se ha mencionado, este propósito conlleva un doble desafío, por un lado, implica revisar un conjunto de nociones clásicas, de raíz dualista, nominal y estática, muy arraigadas en la matriz teórica de la planificación y los estudios urbanos en general y, por otro lado, una revisión y replanteo de las herramientas y metodologías comúnmente utilizadas. Sin duda, las reflexiones aquí presentadas son de tipo exploratorias, siendo que el artículo se orienta más a fomentar una apertura de las fronteras teóricas y una utilización reflexiva de las herramientas metodológicas y menos a la presentación de resultados ya consolidados.

El artículo se organiza de la siguiente manera. En el primer apartado del escrito se introducen las principales discusiones teóricas que lo sustentan, así como el análisis de la capacidad explicativa de los conceptos en el actual contexto de la urbanización generalizada. Luego, se problematizan las herramientas y metodologías comúnmente utilizadas y se avanza en el planteo de lineamientos y reflexiones metodológicas para un abordaje situado del proceso de urbanización actual. Por último, en el apartado final, en lugar de la postulación de conclusiones que obturan los debates en curso, se presenta un conjunto de reflexiones que se orientan a la apertura de nuevos interrogantes.

Un problema conceptual

El concepto de ciudad es sin dudas más complejo de lo que puede parecer a simple vista. Las definiciones que se han dado a lo largo del tiempo y desde diferentes disciplinas son muy diversas y destacan múltiples elementos. Algunas definiciones relacionan el surgimiento de las ciudades con la presencia de una organización social compleja y con la posibilidad de generar un excedente de producción agrario que le permita, a un determinado grupo social, radicarse lejos de las áreas productivas. En esa línea, se ha asociado a las ciudades con el desarrollo de las actividades políticas y con la sede de las relaciones de poder (Singer, 1975). Luego, se ha asociado la forma ciudad a un tipo particular de asentamiento espacial –en cuanto a su dimensión, densidad y heterogeneidad de población– surgido a la par de la producción industrial y como fuente de un conjunto de valores y de un modo específico de estilo de vida urbana (Simmel, 1986; Park, 1999). 

Desde otras perspectivas, la ciudad es considerada una forma de socialización de las fuerzas productivas y de densificación de las relaciones capitalistas de producción, circulación y consumo en el espacio (Castells, 2014). En las ciudades se concentran y se articulan espacialmente las infraestructuras físicas necesarias a la producción y los transportes, la fuerza de trabajo –que se reproduce en base a servicios y equipamientos colectivos de consumo– y las empresas dedicadas a la producción, circulación y comercialización, cuya cooperación en el espacio aumenta su productividad (Topalov, 1979). Pero ante todo, la ciudad es una forma particular –no universal– de relación espacio-sociedad en un momento dado, cuyas relaciones sociales no se circunscriben a límites morfológicos o jurisdiccionales. Como se verá más adelante, espacio, sociedad y tiempo son elementos indisolubles en un intento de problematizar el concepto ciudad y de urbanización.

La organización del espacio tiene efectos sobre la posición social de las personas, dirá Doreen Massey y es en este sentido que “la geografía importa” (2012). Desde la perspectiva aquí adoptada, se considera que la relación entre lo social y lo espacial conlleva una doble implicancia; por un lado, que los procesos sociales necesariamente modifican el espacio; pero a su vez, que las formaciones espaciales también alteran el devenir de los mismos procesos sociales. Como menciona Massey, “las distribuciones espaciales y la diferenciación geográfica pueden ser el resultado de los procesos sociales, pero también afectan al funcionamiento de esos procesos. ‘Lo espacial’ no es solo un resultado, es también parte de la explicación” (2012, p. 268).

En este sentido, si algo caracteriza el paisaje del capitalismo, en todas sus etapas, es lo que varios autores dieron en llamar el “desarrollo espacial desigual” (Lefebvre, 2013; Smith, 2008; Harvey, 2005; Massey, 2008), que debe comprenderse ya no solamente como “la espacialización de la particularidad” propia de los lugares, sino como una posición distintiva y relacional en el marco de una determinada configuración espacial global (Brenner, 2017). Es decir, las ventajas comparativas entre los diferentes lugares del globo, aquellas que le permiten al capital seleccionar sus movimientos en función de alcanzar una maximización de beneficios, ya no están signadas únicamente por una distribución de atributos de la naturaleza –emplazamientos estratégicos, amplias extensiones de tierras fértiles, presencia de recursos naturales– sino que, gran parte de ellas, están siendo producidas y reproducidas por el mismo accionar del capital, las grandes empresas transnacionales, los estados nacionales y los organismos financieros y de cooperación de carácter supranacional. En este sentido, Neil Smith (2008, p. 133) ha señalado que la división espacial del trabajo y la lógica de acumulación del capital –que promueven la interconexión de múltiples espacios del globo– generan un doble movimiento de “equiparación y diferenciación” que pone de manifiesto una de las tensiones del sistema. Por un lado, los espacios se homogeneizan tanto física como culturalmente al igualarse las condiciones de producción y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y, por otro lado, se generan nuevas y profundas diferencias entre los lugares. Esta diversificación de las formas geográficas en la instancia del capitalismo avanzado es resultante de las múltiples tensiones y contradicciones generadas en y por el circuito de acumulación del capital (Lefebvre, 2013; Smith, 2008).

Los procesos de urbanización no escapan a estas dinámicas estructurales de carácter global. Así, la trama urbana se extiende y las áreas del globo se interconectan dando lugar a lo que David Harvey (2005) denominó como “ajustes espaciotemporales”, que no son otra cosa que herramientas anticíclicas para reubicar los excedentes de mano de obra y de capital. En ese sentido, Harvey entiende a la construcción del espacio como el circuito secundario del capital, siendo el circuito primario aquel vinculado con la producción industrial. Es decir que, frecuentemente, grandes proyectos de inversión responden no solamente a un conjunto de necesidades particulares de equipamiento o prestación de servicios, sino que también buscan atender las necesidades de circulación del capital, ofreciendo una vía de descarga para la colocación de los excedentes de capital y desplazando las sistémicas crisis de sobreacumulación en el tiempo y en el espacio. En definitiva, el avance del proceso de urbanización le da cumplimiento al doble requerimiento del capital de fijarse en el espacio para poder iniciar su ciclo de acumulación y, al mismo tiempo, generar nuevos flujos y espacios para reinvertir lucrativamente el excedente de ganancias ya acumulado (Harvey, 2014).

Sin dudas, el fenómeno urbano excede al límite físico y administrativo de las ciudades implicando a sus áreas periféricas, espacios agroindustriales y de logística, localidades rurales cercanas a los reservorios de materias primas, pueblos atravesados por redes de intercambio y de circulación de insumos, bienes y capital. Es en este sentido que algunos autores hablan de la “fluidez socioespacial” y del “dinamismo incesante del fenómeno urbano” en el capitalismo contemporáneo (Lefebvre, 1972; Brenner y Schmid, 2016). Formas urbanas extendidas, complejas y mutantes que moldean a nuevos y disímiles paisajes. ¿Es posible entonces hablar del campo en contraposición a la ciudad? ¿Cómo identificar la frontera concreta entre los espacios rurales y los núcleos urbanos? ¿Es válido continuar definiendo a la ciudad como lo opuesto, como lo otro de lo rural?

La ciudad está en todos lados y en todas las cosas. Si el mundo urbanizado es ahora una cadena de áreas metropolitanas conectadas por lugares/corredores de comunicación (aeropuertos y líneas aéreas, estaciones y ferrocarriles, estacionamientos y carreteras, telepuertos y autopistas informáticas), ¿qué queda por fuera? ¿Acaso el pueblo, la aldea, el campo? Tal vez, pero solo parcialmente. Las huellas de la ciudad están en todos estos lugares como personas que viajan a diario entre su hogar y el trabajo, y también en forma de turistas, trabajo a distancia, medios de comunicación y urbanización de los modos de vida. La división tradicional entre la ciudad y el campo ha sido destruida (Amin y Thrift citados en Brenner, 2013, p. 44).

Ahora bien, que “la ciudad esté en todos lados y en todas las cosas” es sin dudas una formulación teórica. Como se mencionó anteriormente, concebir la idea de lo urbano generalizado es alejarse de una concepción que equipara lo urbano a la ciudad y a esta última con un objeto físico resultante. Así como la ciudad es más que una pieza morfológica, el fenómeno urbano ha de comprenderse como un proceso relacional que excede a los asentamientos poblacionales, que los pone en relación y a la vez los conecta con los espacios de soporte que proveen energía, logística, bienes y también servicios. A su vez, el fenómeno urbano debe comprenderse en clave de los modos culturales que lo caracterizan y que se han diseminado con fuerza en múltiples direcciones: nuevas modalidades de consumo y de esparcimiento, acceso y utilización de tecnologías de información y comunicación, globalización y una tendencia a la homogeneización de modos de vida, entre otras. Desde esta concepción relacional de lo urbano, más allá de que se encuentren ciudades con similares características intrínsecas, las comparaciones se vuelven esquivas. ¿Qué elementos se están comparando cuando, por ejemplo, el Banco Mundial afirma que “más del 50% de la población mundial vive en zonas urbanas”? [2]

De todos modos, distanciarse de los discursos que pregonan que nos encontramos transitando una “era urbana” de una forma tan simplista, no significa dejar de reconocer que, tanto empírica como culturalmente, se observa una creciente diseminación del fenómeno urbano donde –tal como afirmaba la sociología urbana clásica– se han extendido los bienes de consumo colectivos y se ha extremado la separación entre las esferas de la producción y el consumo. En este sentido, lo urbano ha de comprenderse como un proceso histórico y multidimensional ligado a modos de producción y modelos de desarrollo antes que a formas físicas universales y estáticas. El concepto así definido posibilita el reconocimiento de un tejido heterogéneo –en cuanto a sus posibles formas físicas–, en el cual se entrelazan relaciones políticoeconómicas, socioecológicas y socioculturales de múltiples escalas y que también interpelan a los espacios rurales. La condición urbana, entonces, debe comprenderse postulando la interdependencia y la complejidad surgida del entrelazamiento entre lo social, lo histórico y lo espacial (Soja, 1996, p. 3).

Por otra parte, es importante considerar que en el actual contexto la división espacial del trabajo genera un entramado desigual de redes y flujos que establecen notorias diferencias entre una ciudad ubicada en la periferia del sistema capitalista mundial y otra ciudad más central. En este sentido, el fenómeno de urbanización no es un hecho universalizable para los distintos espacios del globo, porque las desigualdades del sistema-mundo capitalista condicionan el –y son condicionantes del– proceso de urbanización en cada territorio y en cada región. A la vez, la creciente preponderancia del mercado sobre amplias esferas de la vida y de lo privado sobre lo público, en el marco de los procesos de neoliberalización en marcha, fomenta la competencia interurbana para la atracción del capital, en detrimento de otras relaciones o estrategias de cooperación y complementación regional [3].

En este sentido, el costo de la colocación de una ciudad al servicio de la generación de ventajas comparativas globales implica, en cierta medida, la cesión del espacio urbano como ámbito vivencial, de sociabilidad, de encuentro y de articulación solidaria, especialmente, si esos objetivos sociales no son compatibles con “los de los propietarios y/o administradores del capital” (De Mattos, 2010, p. 84). Cuando esto sucede, la intensidad de la conexión global suele ser la intensidad de la fragmentación local. Cuando este tipo de articulación global-local se intensifica, la producción del espacio se implica en procesos sumamente mediatizados que vuelven cada vez menos accesible y aprehensible el espacio producido a sus residentes, alterando sus estilos de vida y lesionando, en parte, su derecho a la ciudad (Ciccolella, 2012; Kozak, 2010). Dicho de otro modo, se considera que cuanto más mediatizada por procesos de múltiples escalas se vuelve la producción y reproducción de los espacios urbanos, más se enajenan las ciudades de la gran masa de sus pobladores.

Ahora bien, los asentamientos poblacionales requieren establecer relaciones con otros nodos y territorios y, consecuentemente, la multiescalaridad de los procesos no debe ser reducida y acotada al vínculo global-local. Las vinculaciones pueden darse con redes y asentamientos que no estén fuertemente acoplados a procesos o estrategias de actores de la economía globalizada, sino que se relacionen con procesos de corte endógeno. De hecho, buena parte de las ciudades aún se producen y reproducen predominantemente al interior de una trama de asentamientos de población, con diferentes grados de aglomeración, generando así un sistema interconectado de centros poblacionales. Se trata de sistemas urbano-regionales, conectados mediante vías e infraestructuras de transporte, donde algunos núcleos urbanos sirven como centros de servicios a asentamientos poblacionales de menor complejidad funcional, a la vez que estos operan como áreas de provisión de servicios a otras localidades o parajes de su entorno. En estos sistemas urbano-regionales, la distribución, nivel y complejidad de los servicios prestados por los aglomerados se estructura como un dispositivo jerarquizado, ligado por vínculos funcionales que inciden en la calidad de vida de las poblaciones comprendidas en las áreas de influencia de estos. Por lo tanto, más allá de la relación local-global que se impone en el contexto de lo urbano generalizado, es importante rescatar el papel de intermediación que tienen las ciudades en el entorno territorial en el que se insertan y su rol en cuanto a la provisión de bienes y servicios para la reproducción social y para el desarrollo de actividades económicas que se despliegan a muy distintas escalas.

Las ciudades continúan siendo centros de interacción social, económica y cultural; ofrecen empleos, servicios e infraestructura colectiva a la población propia y también a la población de su entorno; funcionan como mercados locales para sus productos, cumplen un rol de integración de flujos y pueden absorber inversiones productivas más allá de su tamaño poblacional (Hildreth, 2006). La cantidad de habitantes de las ciudades que desarrollan estas funciones puede ser muy diversa, variar históricamente y en función de cada país y cada región. Asimismo, las ciudades pueden asociarse a más de un sistema urbano-regional –en el sentido antes expuesto– y a la vez, desempeñar un papel importante como cabezas de ciertas cadenas de producción agroindustriales, revestir vocación anfitriona para el turismo interno y externo o funcionar como centros de servicios especializados, entre otras particularidades que hacen dinámicos y flexibles a los sistemas urbano-regionales.

En función de lo expuesto, se considera que lo urbano es una construcción teórica antes que metodológica, una abstracción conceptual antes que una forma evidente por sí misma, un proceso histórico antes que una forma universal y estática, un tejido desigual que enlaza relaciones socioculturales y político-económicas de múltiples escalas. Sin embargo, el concepto de ciudad ha quedado, en gran medida, ligado a una forma física, a un sistema de valores y un modo de producción que, en la actualidad, coexisten con otras formas urbanas, otros valores, estilos de vida y modalidades productivas y financieras. En función de esta fijación conceptual que ya no responde acabadamente al fenómeno urbano contemporáneo, es que muchos autores han comenzado a distinguir el concepto de ciudad a partir de nuevas representaciones que la asocian a “lo ilimitado”, a la expansión de sus fronteras (Mongin, 2006, p. 195) y en muchos casos a su multiescalaridad: megalópolis, metrópolis, posmetrópolis (Soja, 2008), ciudad global (Sassen, 1999).

Estas nuevas acepciones responden, en cierto modo, al planteo hipotético que Lefebvre hiciera a comienzos de la década del setenta del siglo pasado, bajo el supuesto de la difusión de la “sociedad urbana” que se acompaña, justamente, de la “urbanización generalizada” (Lefebvre, 1972). Sus efectos ya son observables tanto a nivel global, como a nivel de la urbanización latinoamericana (De Matos, 2010), lo que sin duda ha despertado la necesidad de reabrir el debate teórico. Desde la perspectiva aquí adoptada, el concepto de ciudad como opuesto a la noción de rural ha quedado agotado de significantes y obstruye el análisis conceptual de los procesos en marcha por su baja capacidad explicativa. En contraposición, lo urbano –aunque también es una noción compleja y relacional– conserva aún la posibilidad de adaptarse a los nuevos referenciales. De todos modos, lo que queda en evidencia –como postulan Brenner y Schmid (2016)– es la necesidad de modificar e incluso reinventar los marcos teóricos y metodológicos sin resquemores ni ataduras, para poder dar cuenta de las formas socioespaciales inestables y mutantes que se dan en el capitalismo avanzado.

Apuntes para problematizar y pensar el desafío metodológico

A nivel mundial, según la documentación metodológica de los organismos estadísticos, los países miden –y de forma muy diversa– el fenómeno urbano en función de la cantidad de población que habita en una localidad o en la división administrativa más pequeña utilizada (ONU, 2018). Cómo puede observarse, estas comparaciones se establecen centralmente en función de un criterio demográfico, cantidad de población, en un recorte territorial determinado y arbitrario que es establecido por cada país. Como afirman Brenner y Schmid (2016):

A pesar de su larga historia en la demografía urbana y su influencia cada vez más extendida en el discurso académico y la política contemporánea, la tesis de la era urbana es una base errónea para conceptualizar los patrones de urbanización del mundo contemporáneo: es empíricamente insostenible (un artefacto estadístico) y teóricamente incoherente (una concepción caótica) (p. 312).

Empíricamente insostenible, dado que las formas espaciales –ciudad y campo– no pueden concebirse como compartimentos estancos e inmutables en los cuales se ubican cantidades variantes de población a lo largo del tiempo. Teóricamente incoherente, porque referirse y medir en esos términos el fenómeno urbano no contempla la superposición de redes y flujos que entrelazan porciones del territorio y la necesaria interrelación entre lugares y escalas que generan un tejido urbano cada vez más complejo, heterogéneo y dinámico. En suma, considerando las dinámicas de reestructuración socioespacial mencionadas, que reconfiguran incesantemente los límites, las escalas y las morfologías de la urbanización, para su análisis parece inútil imponer una determinación estadística sobre cualquier espacio de asentamiento poblacional centrada en la dicotomía urbano-rural.

Sin embargo, en la mayor parte de los países del mundo, los centros de estadísticas utilizan el criterio unívoco de talla o concentración demográfica para definir y delimitar las áreas urbanas y distinguirlas de lo otro, homogeneizado bajo la rúbrica de rural. En última instancia, el problema central es que estos artefactos estadísticos se desentienden de la complejidad del actual proceso de urbanización e impactan en la definición de objetos de estudio en cuantiosas investigaciones urbanas, donde lo no urbano termina siendo un campo vacío, una otredad (Brenner y Schmid, 2016) y a la vez lo urbano se vuelve una categoría profundamente heterogénea al punto tal de perder capacidad explicativa. En ese sentido, el hecho de que las unidades de relevamiento estadístico conlleven a una definición ontológica de las ciudades como objetos de estudio de fronteras rígidas, como si fueran polígonos cerrados que agrupan a los sistemas de población, actividades económicas e infraestructura, debe ser problematizado en el campo de los estudios urbanos.

A modo de ejemplo, en el caso argentino, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) define a la población urbana como aquella que reside en localidades de más de 2 mil habitantes. Esta definición no considera ninguna otra variable, como así tampoco establece criterios respecto de la extensión espacial en la que se despliega cada aglomeración de personas. De este modo, en función de esta clasificación estrictamente demográfica, en el año 2010 Argentina registró un 91,2% de población urbana –no rural– distribuida en un 19,4% del territorio (540.766 km2). Sin embargo, un 94% de esos espacios considerados como urbanos por el INDEC (509.416 km2) tienen una densidad de población menor a 10 habitantes por hectárea y una densidad edilicia menor a 2,5 viviendas por hectárea. A priori, esta densidad de personas y de viviendas puede suponerse baja para articularse con una densidad de infraestructura, equipamientos, servicios y relaciones de producción, circulación y consumo que le otorguen cierta condición urbana a esos espacios [4]. Asimismo, con apoyo de imágenes satelitales y de sistemas de información geográfica, se observó la existencia de radios censales [5] catalogados como urbanos que abarcan vastas extensiones de suelo muy poco pobladas [6]. Por lo tanto, otra consideración que cabe sobre los datos censales es que la delimitación espacial que el INDEC hace de la superficie de los asentamientos urbanos acarrea ostensibles limitaciones para la aprehensión de datos relativos a la densidad de atributos urbanos de los mismos. En ese sentido es que se considera fundamental la problematización de las limitaciones y potencialidades de los datos y de sus modos de relevamiento para un aprovechamiento crítico de estos.

En efecto, un primer paso para pensar estrategias metodológicas orientadas al análisis del proceso de urbanización actual es identificar y poner en cuestión los abordajes universales –artefactos estadísticos– que miden de igual manera fenómenos muy diversos. Dada la complejidad y heterogeneidad de las transformaciones en marcha, se requiere que cada propuesta metodológica-instrumental se ajuste y responda claramente a los objetivos de investigación propuestos, a la vez que considere las particularidades del contexto territorial de referencia. Esto último, no solo en función de los distintos atributos de la naturaleza y de la consecuente selectividad territorial impresa en la disposición de infraestructuras, sino también en referencia al posicionamiento relativo del objeto de estudio en las redes y relaciones de dependencia de la economía globalizada.

En el apartado anterior, se han señalado las diferencias que entraña el proceso de urbanización en territorios periféricos y dependientes, configurados fundamentalmente para la exportación de bienes naturales a gran escala, en comparación con aquellos territorios centrales, nodos de acumulación y consumo del sistema dominante mundial. En ese sentido, un dato relevante para (re)pensar el fenómeno urbano, en y desde América Latina, es la tendencia a la hiperconcentración de población, servicios, equipamientos e infraestructura, así como la concentración de relaciones de poder económicas y políticas y la convergencia de las conexiones más directas con los actores de la economía globalizada en unos pocos núcleos urbanos constituidos en rizoma de las redes globales.

En el caso argentino, esta situación se pone de manifiesto en la hiperconcentración urbana presente en la Región Metropolitana de Buenos Aires y en la creciente desigualdad socioterritorial que ello mismo implica. Dado que las relaciones centro-periferia se reproducen multi-escalarmente al interior de los países, un aspecto central de la configuración de lo urbano en Argentina es que, mientras se concentra la inversión y la población en los grandes centros metropolitanos, se generan amplias áreas desprovistas de condiciones para el desarrollo de actividades productivas y para la reproducción social de sus habitantes. De esta forma, el proceso de urbanización en curso acentúa las desigualdades socioterritoriales y debilita paulatinamente las relaciones de cohesión social centradas en la proximidad física (De Mattos, 2010). Al respecto, es importante tener presente que estas desigualdades no refieren a un mero desequilibrio o desajuste transitorio, sino a un proceso estructural de inercia acumulativa porque la concentración económica y territorial tienden a reforzarse recíprocamente (Gómez Lende, 2005; Velázquez y Manzano, 2015; Schweitzer, 2020). En última instancia, la macrocefalia urbana argentina es, en el fondo, el resultado de un proceso dialéctico de dispersión/concentración en permanente tensión y reproducción que no debería ser soslayado en cualquier intento de problematizar el proceso de urbanización en el país.

Dadas las características de los procesos socioespaciales en curso y sus efectos en la (re)organización de los asentamientos humanos, se considera que los instrumentos teóricos y metodológicos centrados en distinguir categorías nominales (ciudad, ciudad región, metrópolis y sus opuestos, ámbitos rurales o suburbanos) han de sustituirse por otras herramientas que permitan analizar los procesos de conformación y mutación de los asentamientos, así como las relaciones existentes entre las diferentes áreas, ya sean urbanas o no (Brenner, 2013). En otras palabras, esta apertura metodológica debería incluir los aspectos multiescalares y globales de las transformaciones, como las vinculaciones con otros espacios supranacionales, así como también las relaciones establecidas con aquellos ámbitos de carácter no urbano: áreas productivas y turísticas, sectores agroindustriales, centros de logística y paisajes operativos abocados a la extracción de materias primas. Estas áreas, generalmente desestimadas de los análisis urbanos, se encuentran cada vez más interrelacionadas con los cambios y mutaciones de las grandes aglomeraciones y deberían ser consideradas como parte integrante de un tejido urbano generalizado.

El efecto urbano ha sido naturalizado, en lugar de verse como un enigma que requiere teorización y análisis. En la medida en que los urbanistas perpetúan esta naturalización seleccionando determinadas categorías de análisis, el campo sigue atado a un lastre epistemológico. […] Más que nunca, resulta urgente descifrar la interacción entre la urbanización y los patrones de desarrollo espacial desigual, pero las nociones territorialistas de la ciudad, lo urbano y la metrópolis son herramientas conceptuales cada vez menos adecuadas para ese fin (Brenner, 2013, p. 64).

Las cuestiones teórico-metodológicas hasta aquí referidas forman parte del cuerpo conceptual del proyecto de investigación en el que se enmarca este artículo, en el contexto del cual se ha desarrollado un diseño metodológico en el que las aglomeraciones urbanas cobran relevancia en clave de su complejidad y diversidad funcional, antes que por su peso demográfico. En este sentido, el análisis se centra en (1) las condiciones para el arraigo de la población y para el desarrollo de actividades económicas; (2) el acceso a infraestructuras; (3) la participación en los principales flujos –centrípetos y centrífugos– de mercancías, bienes y personas; y (4) el papel de intermediación territorial. Ello conduce a un planteo en el cual se destacan las relaciones funcionales por encima de los límites jurisdiccionales.

Por último, más allá del (re)planteo conceptual y metodológico, es importante mencionar que la operacionalización de la mencionada estrategia metodológica debe sortear las limitaciones implicadas en la disponibilidad de información, su dispersión institucional, el diferente nivel de agregación de los datos y la discontinuidad temporal en la producción de estos. Finalmente, más allá de los objetivos que se persigan, se entiende que analizar lo urbano es analizar un proceso y no una tipología y, por lo tanto, requiere de una aproximación procesual crítica y multidimensional que integre etapas cuantitativas y otras cualitativas, ajustando y (re)inventado instrumentos y métodos para avanzar sin soslayar la complejidad que actualmente asume el proceso de urbanización extendida. Este es, en última instancia, el desafío pendiente.

Consideraciones finales

El actual proceso de urbanización presenta escenarios de una complejidad creciente que requieren de audacia y creatividad para ser afrontados. Los esquemas y marcos teóricos utilizados deben ser sometidos nuevamente a discusiones profundas con la finalidad de desarrollar herramientas que permitan comprender acabadamente los fenómenos en curso. En ese sentido, este artículo pretende reabrir el debate e introducir reflexiones teóricas y metodológicas.

A nivel teórico, se observa que conceptos como el de campo y ciudad han de ser problematizados y reformulados porque su ambivalencia semántica dificulta la comprensión y el análisis de un proceso, en el cual, la urbanización se extiende física, económica y culturalmente con diferentes niveles de intensidad y en múltiples territorios. En ese punto, limitar el concepto de lo urbano a un indicador de cantidad de población o a una forma física determinada, obtura la complejidad adquirida por el actual proceso de urbanización. En definitiva, lo urbano requiere ser abordado a partir de considerar las diferentes dimensiones implicadas en su desarrollo –aspectos económicos, sociales, culturales, ambientales, tecnológicos y físicofuncionales– así como mediante la identificación de las redes de relaciones y flujos que dan forma al proceso de urbanización actual.

En cuanto a las posibilidades metodológicas, operativamente se registran limitaciones en la disponibilidad de información estadística orientada a estos objetivos y lineamientos teóricos, a la vez que se destaca la ausencia –en algunos países– de información relativa a la intensidad de las redes y flujos que sostienen el carácter relacional del proceso de urbanización en curso. Sin embargo, aún con estas limitaciones, se entiende que la cuestión relacional del proceso de urbanización es un desafío metodológico-instrumental que debe ser afrontado en el campo de los estudios urbanos.

En suma, las puertas de entrada a la cuestión de la urbanización y sus modalidades de producción y expansión son múltiples y, en cualquier búsqueda de un examen que reconozca la complejidad del proceso, se deben problematizar las concepciones teóricas y luego concebir instrumentos metodológicos que posibiliten la comprensión de las dinámicas en curso. De este modo, las formas de clasificación de los diferentes espacios pueden asumir múltiples categorías, indistintamente de su condición de urbana, y en función del rol que cada área desempeña en el marco de una urbanización generalizada. En este punto, es necesario recordar que la metodología deberá siempre ajustarse a los objetivos que subyacen a cada investigación de forma tal que responda al sentido del para qué se la realiza.

En cuanto a las referencias al sistema urbano argentino, cabe mencionar que la hiperconcentración que lo caracteriza también debe ser problematizada, atendiendo a sus implicancias negativas en las condiciones de vida de la población. De igual manera, han de (re)pensarse las relaciones que los diferentes núcleos urbanos establecen con su espacios productivos, agroindustriales y logísticos. Desde esa convicción, se sugiere aquí la implementación de una estrategia metodológica multidimensional, que posibilite la caracterización de los territorios, al mismo tiempo que la evaluación de sus relaciones. Esto último, en consideración de que en el contexto de lo urbano generalizado, más allá de las conexiones globales-locales, se vuelve central el papel de intermediación que tienen las aglomeraciones urbanas en sus entornos socioterritoriales.

Por último, es importante considerar que el proceso de urbanización generalizada implica, en mayor o menor medida, un incremento en la intensidad, multiplicidad y dirección de las conexiones que se dan desde y hacia diferentes escalas. Estos procesos, si no se logran encauzar, mediatizan la producción del espacio volviéndolo ajeno y cada vez menos accesibles para la mayor parte de sus habitantes, lesionado su derecho a la ciudad. ¿Cómo lograr que las relaciones de cooperación, complementariedad y solidaridad prevalezcan frente a la competencia entre territorios que se disputan la atracción de capitales globales? O, ¿de qué manera puede concebirse un desarrollo endógeno de los territorios en el marco de la urbanización generalizada? son interrogantes que no deberían soslayarse en cualquier iniciativa que busque reducir las desigualdades socioterritoriales. Interrogantes que, como se ha visto, plantean complejos desafíos teóricos y metodológicos en el campo de la planificación urbana y regional ■


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NOTAS

1.  Proyectos de Investigación Científica o de Innovación Tecnológica. Programación Científica-UBACyT 20020170100071BA, “El sistema regional de asentamientos en la Argentina del SXXI. Lineamientos estratégicos para promover el desarrollo equilibrado del territorio” dirigido por la Dra. Mariana Schweitzer con sede en el Programa Territorio y Sociedad del Centro de Investigación Hábitat y Municipio de la FADU-UBA.


2.  “Hoy en día, alrededor del 55% de la población mundial, 4.200 millones de habitantes, vive en ciudades. Se cree que esta tendencia continuará. En 2050, la población urbana se duplicará, y casi siete de cada 10 personas vivirán en ciudades” (BM, s.f.).


3.  Este proceso está claramente explicado por Carlos de Mattos (2010).


4.  Cabe aquí preguntarse por la necesidad de (re)definición del modo de vida rural en el marco de lo denominado como “nueva ruralidad” en América Latina.


5.  El radio censal es la mínima unidad geoestadística del INDEC.


6. La geometría de los radios censales no necesariamente registra correlato con las formas de ocupación del suelo, sino que responde a necesidades logísticas del procedimiento censal.


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Petrocelli, S. P. y Scardino, M. (2021, mayo-octubre). Nuevas desigualdades socioterritoriales en el contexto de lo urbano generalizado. Primeras aproximaciones teóricas. [En línea]. AREA, 27(2). Recuperado de https://www.area.fadu.uba.ar/area-2702/petrocelli-scardino2702/

Arquitecto y Especialista en Planificación Urbana y Regional por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Investigador del Programa Territorio y Sociedad del Centro de Investigación Hábitat y Municipio de la FADU-UBA y miembro del Grupo de Trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) Fronteras, Globalización y Regionalización. Líneas de investigación: procesos de producción del territorio en el contexto de grandes proyectos de inversión, (neo)extractivismo, políticas públicas, capacidades de gestión municipal, sistemas urbanos-regionales y ciudades intermedias. Última publicación: capítulo Ciudades intermedias y ordenamiento territorial en Argentina, en coautoría con Mariana Schweitzer, Marisa Scardino y Mariel Alejandra Arancio, en Ciudades Intermedias y nueva ruralidad (2021), Carrión y López-Sandoval (Coords.), Quito, FLACSO. DOI: https://doi.org/10.46546/202010savia
Licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y Especialista en Planificación Urbana y Regional (FADU-UBA). Becaria doctoral del CONICET. Investigadora del Programa Territorio y Sociedad del Centro de Investigación Hábitat y Municipio de la FADU-UBA y miembro del Grupo de Economías Regionales y Economía Social del Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR/CONICET). Líneas de investigación: procesos de producción del territorio vinculados al desarrollo de actividades extractivas, políticas públicas, economía regional y procesos de re-escalamiento del estado. Última publicación: capítulo Ciudades intermedias y ordenamiento territorial en Argentina, en coautoría con Mariana Schweitzer, Santiago Pablo Petrocelli y Mariel Alejandra Arancio, en Ciudades Intermedias y nueva ruralidad (2021), Carrión y López-Sandoval (Coords.), Quito, FLACSO.
DOI: https://doi.org/10.46546/202010savia