Giro epistemológico en la proyectualidad y su enseñanza


Universidad de Buenos Aires
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo

Resumen

En el transcurso de la formación se construye buena parte de la cosmovisión que regirá el ejercicio profesional y la práctica docente. El objetivo de este texto es analizar los condicionamientos del pensamiento proyectual a la luz de algunas teorías alternativas que ofrecen nuevas miradas.
La perspectiva de género, mediante las epistemologías feministas, así como las epistemologías del sur, con su enfoque decolonialista, son contribuciones a la epistemología proyectual, que pueden contrarrestar la mirada patriarcal y eurocéntrica vigentes en las producciones de la arquitectura, el diseño, el urbanismo y la formación de arquitectos, diseñadores y urbanistas.
Durante el aprendizaje, las narrativas sesgadas, los espacios ausentes de la historia, los protagonismos invisibilizados, se traducen en fuertes obstáculos epistemológicos que hay que remover para instalar un nuevo estado de conciencia, admitiendo la dificultad que, quienes nos proponemos hacerlo llevamos subjetivamente las marcas de los mismos sesgos cognitivos que deseamos erradicar.

Palabras clave
Epistemología, Arquitectura, Diseño, Enseñanza proyectual

Recibido
21 de octubre de 2022
Aceptado
12 de marzo de 2023

Introducción

La arquitectura y las disciplinas de diseño comparten un mismo modo de pensamiento, con coincidencias en lo proyectual y sesgos disciplinares propios.

El pensamiento pragmático, fuertemente profesionalista y característico de la tradición de estas disciplinas se extiende a sus modalidades de enseñanza.

Al programar los contenidos a enseñar, no es frecuente que se transparenten los criterios con los que se seleccionan las variables a trasmitir y, consecuentemente, permanecen ocultos los fundamentos de las elecciones que durante la formación irán construyendo la subjetividad de los alumnos, proceso que se realiza en un marco institucional a su vez condicionado y condicionante.

Los estudiantes llegan con sus historias de vida y el bagaje de concepciones adquiridas en su contexto familiar, social y durante su formación previa.

Los mismos constituyen marcos referenciales a partir de los cuales incorporan nuevos conocimientos, modificando las estructuras preexistentes y construyendo su perfil disciplinar [1].

Estas concepciones son transferidas a los objetos de diseño, con influencia directa sobre los usuarios y el hábitat, trasladándose a la construcción del imaginario social y a la subjetividad individual y colectiva.

En un cono de sombra permanece velado el fundamento ideológico de las propuestas, omitiendo que “para situarse, sartreanamente, ante un mundo que aspira a una abyecta transparencia visual, es necesario empezar por confesar de qué maneras de mirar somos culpables” (Grüner, 2002, p. 13).

Género y pensamiento proyectual

Durante la historia de la arquitectura, el aporte de la mujer a la profesión y a la academia ha sido desestimado, desconocido, impedido e invisibilizado y con ello sus maneras de pensar, vivir, concebir el espacio, trasmitir sus experiencias y vivencias al habitarlo y conformarlo.

Como plantea Zaida Muxi (2019), “un relato malintencionado de la historia que ha borrado sin tapujos la presencia de las mujeres en la construcción del conocimiento”. Estas perspectivas ausentes, fueron y son fuertemente cuestionadas por las arquitectas y urbanistas feministas que, con su militancia, investigaciones y producciones, señalan la dirección de los cambios, todavía incipientes, al chocar con el techo de cristal que los limita, impide u obstaculiza.

Con estas y otras miradas faltantes se forman las nuevas generaciones profesionales y este es un punto a subsanar. Como afirma Carol Gilligan (1982) la experiencia es sexuada y experiencias diferentes contribuyen a la construcción de subjetividades diferentes. Las consecuencias de estas ausencias quedan expuestas.

Los problemas derivados del pensamiento binario reclaman el pensamiento contextual y narrativo característico de las mujeres desde su lugar de subordinación, opuesto al pensamiento formal y abstracto característico preferentemente de los hombres [2]. Los productos emergentes de unas y otros comunican subjetividades diferentes y construyen subjetividades diferentes.

En el hacer de la arquitectura y el diseño se combina el conocimiento racional y el conocimiento sensible. Ambos, conjuntamente, se transfieren al proyecto, un pensamiento racional, que “demuestra” y un pensamiento poético, que “muestra” (Breyer, 2007). No obstante, el pensamiento racional ha dominado tanto en la historia como en la enseñanza y los objetos emergentes son productos incompletos que miran y construyen la realidad con un solo ojo.

Jerome Bruner (1988) y otros autores, hablan de dos modos de pensamiento, el formal y el narrativo. El pensamiento formal se basa en el pensamiento lógico y el narrativo es un pensamiento no algorítmico que permite actuar razonablemente en el mundo real y en la resolución económica de los problemas cotidianos. Ambos son irreductibles entre sí, pero complementarios, y juntos exponen la diversidad que encierra el pensamiento.

Son dos maneras de conocer que pueden convencer desde diferentes perspectivas, la primera con la verdad y la segunda por su semejanza con la vida, quizás no rigurosamente verdadera pero sí verosímil.

El autor acota que muchas hipótesis científicas o matemáticas comienzan como pequeñas historias para luego pasar a su verificación (Bruner, 1988). Esta caracterización es transferible al proyecto, donde el pensamiento narrativo es un componente vital de las acciones proyectuales, lugar desde el cual esas narrativas silenciadas, están paradójicamente presentes en su ausencia.

No cabe duda que el pensamiento lógico ha sido dominante hasta hoy, la arquitectura y los objetos producidos desde el Movimiento Moderno, de fuerte impronta disciplinar, llevan ese sello compartido por su enseñanza, arrastrando aciertos y también errores u omisiones a subsanar.

Para contextualizar y comprender el problema hay que delinear las características del saber proyectual, un conocimiento en la acción, con origen en el pragmatismo.

Los teóricos del diseño definen la posición epistemológica del proyecto como un conocimiento particular, independiente –aunque relacionado– con la Ciencia, el Arte y la Tecnología, aun cuando en distintos momentos históricos se lo ha incluido, alternativamente, en algunas de estas áreas, ya sea por espíritu de época o por necesidad de diferenciación disciplinar.

La formación proyectual exige al principiante la integración de diversos campos convergentes de conocimiento, elaboraciones complejas durante las cuales se va configurando un denso entramado, que se construye en la práctica paradojal de aprender a diseñar, diseñando.

Durante ese proceso se nutre un pensamiento divergente, complejo, reflexivo, crítico y capaz de negociar con la incertidumbre.

Michael Polanyi (1967) al igual que Edgar Morin (1994), sostienen que lo complejo no surge de la mera combinación de elementos simples, sino que aparece en la sinergia de las combinaciones entre conocimiento explícito y tácito. El primero racional y el segundo basado en la experiencia, sensible, subjetivo, que incluye creencias, imágenes, intuiciones y modelos mentales, así como habilidades técnicas y artesanales del “saber cómo”.

Ikujiro Nonaka y Hirotaka Takeuchi (1999) consideran que el conocimiento explícito es sólo la punta de un iceberg y asignan importancia central al conocimiento tácito, un conocimiento personal que no es fácil de expresar, trasmitir o compartir, que se expresa en el know-how y en el cual la intuición, las ideas y las corazonadas subjetivas son su principal característica. El crecimiento en espiral de las sucesivas conversiones entre ambos tipos de pensamiento es, para ellos, una nueva fuente de conocimiento [3].

El proyecto puede comenzar con una narrativa, metáfora, imagen, corazonada, hipótesis… que luego deberán ser verificadas durante el proceso.

El programa de necesidades, al trascender la mera enunciación, es un disparador que debe valorar e incluir (si bien no siempre sucede) las narrativas de los usuarios, sus requerimientos, fantasías, sueños y deseos, las que luego son trasladadas al proyecto en la interpretación objetiva y subjetiva del proyectista.

La profundidad de la indagación, la importancia asignada al usuario, la empatía de las respuestas, hacen a la calidad del proyecto.

El germen del razonamiento y sentimiento que nutren estas decisiones se cultiva durante la formación.

El diseño se encuentra en la posición mediadora entre el sujeto (diseñador) y el objeto (lo diseñado), un vínculo dialéctico que permite comprender fácilmente la influencia de la enseñanza en las acciones del proyectista [4]. “El proceso de diseño tienen una lógica específica, sin embargo, ella se ve influida por otras lógicas que atraviesan el proceso y que lo anteceden y lo trascienden, tanto temporal como conceptualmente” (Doberti, 2008, p. 218).

Lamentablemente los aspectos sensibles no suelen tener un espacio destacado en esa estructura, tradicionalmente racional. Cabe entonces reunir algunas piezas y vincularlas con corrientes de pensamiento alternativas, capaces de aportar a la enseñanza y contribuir a la superación del acotado pensamiento proyectual convencional.

La antropología ha propuesto oportunamente una mirada que evoluciona sobre la idea tradicional de organización de las disciplinas a través de marcos generalizadores y abstractos, y considera la experiencia vivida y concreta de los agentes bajo estudio, sus categorizaciones y perspectivas vitales, situando al investigador en un campo que les confiere valor (Hidalgo, 2006).

La crítica a las concepciones tradicionales y la autocrítica dan lugar a formas de escritura reflexiva sobre el propio trabajo, reconociendo omisiones de género, clase, raza, poder y la contextualización del propio investigador incluido en ese marco.

En similar dirección, abarcadora e inclusiva se sitúan, como propuestas alternativas, los estudios de género y los estudios poscoloniales, con fuerte valorización de la experiencia situada de todos los protagonistas, tanto los agentes investigados como los mismos investigadores.

Desde este punto de vista los estudios de género, su carácter transdisciplinar, el reconocimiento de las formas locales, la resignificación de la objetividad y la valorización de la experiencia, en un contexto de diversidad e inclusión, son parámetros insoslayables en la arquitectura y las diferentes ramas de diseño. Son los que orientan la línea argumentativa de este trabajo, un enfoque desde los mismos niveles en que la práctica feminista actúa, reconocimiento de formas locales, acciones de la vida cotidiana, acción colectiva en grupos, producción de conocimiento, teoría y pedagogía (Mohanty citado en Bach, 2010).

Configuración del espacio

La conformación histórica del espacio es un producto cultural representativo de la ideología dominante, que construye su sentido, modela los estilos de vida que alberga y es transferida a las propuestas espaciales y modos de vida.

La sociedad patriarcal se remonta a lo lejos en la historia; no obstante, adhiriendo a los desarrollos de Carol Paterman podemos decir que el contrato social, origen del derecho político, establece una negociación a través de la cual los hombres renuncian a su estado de naturaleza para someterse voluntariamente al respeto de las reglas a cambio de gozar los beneficios de un intercambio social pacífico, regulado bajo la protección del Estado. “La sociedad civil se crea por medio del contrato de modo que contrato y patriarcado aparecen como irrevocablemente contrapuestos [… ya que] el contrato social es una historia de libertad, el contrato sexual es una historia de sujeción” (Paterman, 1995, p. 10).

El verdadero origen del derecho político se pierde y se instaura el derecho de los varones sobre las mujeres. Quedan delimitadas dos esferas, la pública y la privada (políticamente irrelevante) que incluye el contrato matrimonial. Las mujeres quedan excluidas del contrato originario y sometidas a ese paternalismo, el derecho masculino incluye ambas esferas y abarca la totalidad de la sociedad moderna, civil y patriarcal. En la representación social del espacio, lo público y lo privado quedan plasmados y tienen allí, cada uno de ellos, su residencia simbólica.

Por una parte, la ciudad, esfera de lo público, de la actividad productiva y dominio preeminente del varón y, por otra parte, el espacio doméstico, de orden privado, reproductivo e improductivo –en tanto no remunerado– al cuidado de la mujer.

Esta diferenciación enuncia distintos grados de pertenencia y subordinación.

Dice Mónica Cevedio en su libro Arquitectura y género (2010)que, aunque existe el mito de que el espacio privado pertenece a la mujer y el espacio público al hombre (es decir el espacio de la vivienda y el espacio de la ciudad) a ella no le pertenecen ninguno de los dos, habita y es usuaria pasiva sin cuestionarse ni advertir la invisibilidad que encierran el diseño y la existencia real en esos espacios.

La representación, político, social y física del espacio, se reproduce puertas adentro, en el microcosmos del hogar, demarcando también sectores públicos y privados, segmentando.

El modelo espacial heteronormativo sigue rigiendo la arquitectura de la vivienda sin registro de las mutaciones operadas desde la familia nuclear clásica hasta los diversos tipos de convivencia actualmente existentes y en permanente transformación.

La arquitectura con el ritmo aletargado de su propia naturaleza, no ha acompañado los cambios operados y el espacio representado no se corresponde con el espacio vital actualmente requerido.

Las rebeldías se engendran siempre en el corazón mismo de la dominación y la resistencia en su sujeto históricamente damnificado, en este caso la mujer.

Así, se van desarrollando las corrientes feministas, que tuvieron su correlato en las voces disciplinares que, en etapas progresivamente evolutivas, han ido instaurando su crítica y transformación del modelo vigente.

Como se anticipó, el papel de la mujer en la arquitectura y el diseño fue permanentemente invisibilizado, tanto como protagonista del hábitat como en sus aportes disciplinares.

El canon occidental, burgués, heterosexual, clasista, con su práctica patriarcal ha afectado y afecta la producción, la trasmisión de conocimiento y la construcción del espacio; aún en las producciones de muchas mujeres que se incorporaron a la disciplina desafiando el anonimato, pero sin poder concretar el desplazamiento de la mirada androcéntrica.

Algunas voces se alzaron progresivamente para advertir y hacer público este sesgo, que confiere al espacio una delimitación que debe ser revisada, en tanto proyecta valores e ideologías que al reproducirse perpetúan el modelo que lo genera.

Tradicionalmente, incluyendo el hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci (s. XV) y el Modulor de Le Corbusier (s. XX), el varón fue tomado como unidad antropométrica en la construcción del hábitat y, utilizado en los procesos de estandarización de la arquitectura como patrón falsamente “universal”, que ha prolongado el modelo androcéntrico. Su permanencia en cada nivel de nuestras vidas, nos aleja de una arquitectura inclusiva y diversa.

Ese mandato, engendrado en la diferencia de género, es transferido al discurso de la arquitectura y a su representación del espacio que, como productor de subjetividad, es performativo –transfiriendo el concepto de Judith Butler y Marie Lourties (1998)– y obliga a interpretar el género ajustándose a la norma impuesta, a representar en los mismos lugares los mismos papeles y crear una ilusión de realidad a través de la repetición constante que –naturalizada– encubre su origen.

En orden de marcar un camino de cambio, la crítica feminista ha establecido que “si el espacio es un constructo que lleva implícito un sentido que, en un contexto patriarcal, establece roles y perpetúa desigualdades, esto significa que culturalmente, este mismo espacio es susceptible de ser alterado y resignificado” (Novas, 2014, p. 27).

En la disciplina, las arquitectas y diseñadoras feministas recorren el camino hacia esa resignificación sea en la profesión como en la docencia, si bien en este caso y, como veremos, arrastran muchas trabas sociales e institucionales.

Hacia una espacialidad inclusiva y diversa

La modernidad aportó el rediseño espacial del funcionalismo, eficiencia, higienismo y espacio urbano segmentado, con el automóvil como protagonista.

Inicialmente las intervenciones de las mujeres se restringieron al diseño de mejoras en el espacio privado, sin cuestionarse ese orden simbólico y su relación con el mundo doméstico; más tarde estos parámetros son puestos en cuestión y hoy se plantea una necesidad de reconversión que es acompañada por la disolución de la rigidez espacial y la demanda de soluciones flexibles donde las tareas del hogar y el trabajo puedan tener simultaneidad y estar funcional y visualmente vinculadas.

Con esta concepción, el espacio se desjerarquiza y se difuminan los límites al tiempo que las costumbres cambian, la mujer trabaja afuera y en su hogar y el hombre cuida a los niños, hace tareas en la casa y trabaja fuera o en su domicilio, celebrando nuevas masculinidades y relaciones más equitativas.

Ambos han deconstruido y reconstruido sus roles tradicionales, al tiempo que la familia tradicional también muta hacia otros conceptos de relación y nuevos modos de convivencia.

No obstante, subsiste una cultura instalada renuente al cambio, que no quiere arriesgar el sistema generado por aquel contrato social, sustentado en una estructura binaria, heteronormativa, que requiere esa repartición de roles para perpetuarse.

Así como el trabajo penetra el espacio doméstico, muchas funciones del este se trasladan al espacio público. En él se aboga por una ciudad cuidadora y un rediseño desmarcado de la traslación conceptual y física de la desigualdad.

La idea fuertemente impulsada por los colectivos feministas es una ciudad solidaria, inclusiva y diversa, pensada para todas las etapas vitales, desde la infancia a la vejez, libre de discriminación social y espacial, con espacios que no sostengan las diferencias ni las desigualdades de género, clase, raza o edad que, aún hoy, favorecidas por la planificación abstracta y olvidada de la experiencia humana cotidiana, se enfrentan a situaciones que violentan y excluyen.

En el urbanismo actual se piensa una ciudad de proximidad, acortando distancias, aumentando la seguridad, proyectando espacios inclusivos, con servicios comunitarios que permitan combinar el trabajo remunerado con las actividades domésticas; doble imposición históricamente asignada a la mujer.

Combinando la ciudad inclusiva con la preservación del medio ambiente, las nuevas tendencias proponen ciudades compactas, descentralizadas, con utilización de tecnologías limpias y todo lo necesario en una distancia de hasta treinta cuadras, promoviendo los medios de locomoción públicos, no contaminantes, los espacios verdes, recreativos y una vida cada vez más amigable para el peatón. Ya hay numerosos ejemplos que dan cuenta del cambio.

Algunos de ellos se plasman en propuestas, como las de Josep Montaner y Zaida Muxi (2010), investigadores sobre la vivienda del siglo XXI, que consolida un criterio abierto y adaptable a diversas modalidades de uso y diversidad de usuarios, que incluye modelos alejados de los estándares espaciales concebidos para la familia tipo, heterosexual y monogámica. Estos modelos garantizan la flexibilidad, la salubridad y el esparcimiento.

Existen paralelamente, colectivos de urbanistas feministas y propuestas de intervención en el espacio urbano surgidas de sus investigaciones y del resultado de los talleres de mujeres que, luego de analizar críticamente los problemas de la ciudad, plantean soluciones a distinta escala y adecuadas a los recursos.

En Cataluña se ha intervenido sobre los resultados obtenidos en más de 80 talleres en seis años sobre “La experiencia de las mujeres en el entorno cotidiano”.

También hay que destacar el trabajo en Barcelona del Col-lectiu Punt 6 una cooperativa de arquitectas, sociólogas y urbanistas que trabajan desde el 2005 con experiencia local, estatal e internacional, su origen fue tras la aprobación de la Ley de Barrios, una normativa pionera que, en su punto 6, planteaba la equidad de género en el uso del espacio urbano y equipamientos [5].

En Madrid la Ley de igualdad de 2007 y 2016 demanda a las administraciones públicas considerar la perspectiva de género en el diseño de la ciudad.

En Argentina existen colectivos de mujeres y numerosas propuestas que se orientan en ese sentido.

Hay que agregar la existencia del feminismo ecologista, que trabaja en la búsqueda de soluciones sustentables en arquitectura, diseño y urbanismo.

Estas nuevas miradas se sustentan en la experiencia situada de las mujeres, tanto en sus vivencias del espacio privado como del espacio público y atendiendo a las distintas necesidades planteadas por cada clase social.

Si bien todavía falta mucho, el diseño de los espacios públicos y privados de acuerdo con la lógica patriarcal va siendo progresivamente reemplazado por propuestas con perspectiva de género que trata de eliminar las diferencias y reivindicar la equidad, tras el objetivo de una espacialidad sin discriminación.

Ana Falú [6], militante feminista, advierte que la desigualdad impacta en la construcción de ciudadanía, que es necesario suturar las heridas urbanas de la desigualdad con políticas públicas. También marca la ausencia de mujeres en la planificación urbana y en las políticas habitacionales, lo cual tiende a perpetuar los mismos problemas que se enuncian.

Plantea la necesidad de salitas maternales, hogares de día para adultos y tercerización de servicios domésticos para facilitar el trabajo, considerando que las mujeres de las clases más desprotegidas son las que más sufren la falta de soluciones. Ampliando el concepto de territorio dice:

Estos cuerpos nuestros son nuestro territorio. Son ese territorio del que necesitamos reapropiarnos para poder apropiarnos del territorio “casa”, del territorio “barrio”, del territorio “ciudad”, del territorio “metrópolis”. Tenemos que apropiarnos de estos cuerpos puertas adentro, donde todavía la violencia es mayor, y puertas afuera, donde también suceden los femicidios y las violencias como el acoso sexual (Reportaje realizado el 7 de agosto de 2020).

En síntesis, la perspectiva de género arraiga en una nueva conciencia, más elevada, individual, social y ambiental, y su insumo básico es la experiencia situada de las mujeres.

En la arquitectura trasciende lo doméstico y propone nuevas formas de habitar. En el urbanismo brega por una ciudad cuidadora, inclusiva, diversa y amigable con el planeta.

Es igualmente necesaria una nueva metodología de análisis, adaptar un método generalmente abstracto a uno sensible a las diferencias y a la diversidad de experiencias, que incluya las miradas aún no consideradas y permita completar y complementar la perspectiva sesgada tradicional, androcéntrica, binaria, heteronormativa, clasista, eurocéntrica… sumando nuevos aportes, sin exclusiones.

Invisibilización disciplinar de la mujer

La arquitectura registra una larga historia de discriminación de la mujer desde tiempos muy remotos; no obstante, y sin retroceder mucho, podemos mencionar a la memorable Bauhaus (1919-1933), supuestamente progresista y aún hoy fuerte referente para las escuelas de Arquitectura y Diseño, en la cual el lugar femenino fue siempre obstaculizado, subestimado y eclipsado.

El primero y uno de sus más destacados directores, Walter Gropius, decía:

Según nuestra experiencia no es aconsejable que las mujeres trabajen en los talleres de artesanía más duros, como carpintería, etc. Por esa razón en la Bauhaus se han formado talleres marcadamente femeninos como el que se ocupa de trabajar con tejidos. También hay muchas inscripciones en encuadernación y alfarería. Nos pronunciamos básicamente en contra de la formación de arquitectas (Hernández, 2019).

En su creación se inscribieron en la Bauhaus un 50% de mujeres cuya participación se desalentaba. El mismo Gropius pensaba que la presencia de las mujeres daba a la escuela fama de “lugar de aficionados” y se empeñó en reducirlo hasta llegar al tercio. Muchas estudiantes no se graduaron, no obstante, se destacaron profesionalmente y, aún invisibilizadas, escribieron la historia de la escuela con su legado, que sigue vigente.

En 1963 se crea la UIFA (Unión Internacional de Mujeres Arquitectas), al no ser admitidas en la organización profesional de arquitectos estadounidenses, AIA (American Institute of Architects). Esta discriminación no fue excepcional, se ha replicado y replica en distintos lugares y organizaciones del planeta.

Si revisamos publicaciones, eventos disciplinares, tribunales de evaluación, premiaciones, entre otras actividades nacionales e internacionales, se confirma que la presencia de la mujer en la disciplina resulta notable e intencionalmente ignorada o, más recientemente, utilizada para exhibir acciones “políticamente correctas” pero manteniendo el statu quo.

El falso neutro obtura el conocimiento de la realidad y genera la distorsión de enseñar tal como aprendimos y reproducir los errores heredados, al mantener institucionalmente y con pocos cambios la mirada androcéntrica de la enseñanza.

Urge completar inclusivamente la mirada y revertir tantas consecuencias enquistadas. Podemos comenzar con “revelar la pluralidad de posibilidades de representar el mundo y en mostrar cómo cada representación, narrativa o discurso lo constituye” (Hidalgo, seminario de 2022) [7] y comprender que “ningún trabajo teórico es ajeno a la experiencia de quien lo ha escrito”.

Cada situación está biográficamente determinada (Schultz citado en Bach, 2010) hay “un punto de vista” de la mujer desde el que se producen las interpretaciones del mundo natural y social (Smith citado en Bach, 2010) y hay que recuperarlo.

La experiencia de las mujeres hasta hoy es institucionalmente subestimada y todavía no encontramos los recursos para recuperar la voz e impulsar los cambios, es un silencio que produce mucho ruido, pero tan naturalizado que las acciones para revertirlo son todavía tibias, aún por parte de quienes las sufren, y el espíritu de época que obliga a las instituciones a realizar algunos cambios, no supera el maquillaje conocido como pinkwashing.

En el ámbito de la formación puede afirmarse que se ha dejado afuera el conocimiento de la mitad de la historia de la arquitectura. Algunos datos a continuación servirán de ejemplo.

Ser mujer y arquitecta

La evidencia habla por sí sola: durante los flamantes 200 años de la Universidad de Buenos Aires (UBA) han estado al frente 82 rectores y ninguna rectora. En los 75 años de la Facultad de Arquitectura, hoy Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU-UBA), entre 1949 y 2021, hubo 31 decanos y una sola decana (a la postre, destituida).

Puede parecer curioso, pero si se les pide a los estudiantes de arquitectura que nombren referentes de la disciplina, llegan a listar un buen número de hombres y, excepcionalmente, alguna mujer (o ninguna).

En los talleres de Arquitectura [8] es común analizar ejemplos vinculados con los temas a proyectar, las obras elegidas por las cátedras son generalmente de varones, salvo alguna excepción.

Personalmente, al hacerme cargo de la cátedra vertical de Arquitectura, el trabajo introductorio, tradicionalmente llamado “Los Maestros”, se transformó en “Mujeres Arquitectas”, con el objetivo de iniciar una etapa de visibilización, no sin cuestionamiento de algunos docentes varones que pensaban que era “discriminatorio” (debo decir que previamente nunca habían notado que existiera discriminación).

Actualmente de las casi 30 cátedras de la materia Arquitectura, todas son conducidas por varones. Sobre 66 cargos regulares de Profesores/as, Titulares, Asociados/as y Adjuntos/as, 64 corresponden a varones y solo dos a mujeres, datos que surgen de consultar la página oficial de la facultad.

La tendencia de género cambia cuando se revisan inscripciones y tesis presentadas en maestrías y doctorados, allí la presencia femenina es elevada, mostrando que cuando sobre la capacidad no influyen factores externos desequilibrantes (generalmente institucionales), los números se revierten.

Entre los ingresantes y egresados de Arquitectura hay mayoría femenina; no obstante, las numerosas mujeres que revistan en la docencia ocupan cargos menores y pocas veces acceden a puestos jerárquicos regulares.

Entre los motivos a analizar, que no es objetivo de este artículo, se pueden mencionar: menos antecedentes por las limitaciones en alcanzar puestos relevantes, desaliento generado por la estructura androcéntrica y la sesgada composición varonil de las jefaturas de cátedras y de los jurados en los concursos, todo lo cual suele inclinar los resultados.

Si bien recientemente se exige paridad en la conformación de los tribunales, al considerar los tiempos institucionales para el llamado a los concursos y la demora en concretar los ya sustanciados, esto tarda en revertirse, tanto más si no lo acompañan decisiones que impulsen el equilibrio real en tiempos breves.

Algunos de estos problemas van encontrando solución en reglamentaciones que favorecen la equidad, si bien en la práctica concreta aún solo se guardan las formas [9].

Felizmente algunas carreras de diseño revelan situaciones de mayor diversidad, diferentes a la comentada para Arquitectura, fuertemente marcada por el profesionalismo [10] y el androcentrismo tradicionales, de difícil remoción.

En la profesión y la enseñanza, tratando de señalar y revertir la ausencia femenina, distintos equipos realizan tareas de investigación, reivindicación y visibilización del género.

Algunos ejemplos aleatorios: “Un día una arquitecta” es un blog que se inició en 2015 en América Latina y España, pasado un año de su creación habían publicado 450 biografías y en 2020 (en su 4ta. edición) se extendían a 800 los artículos que rescataban los aportes disciplinares femeninos.

Paralelamente, Wiki proyecto Mujeres, al observar que Wikipedia en español tenía solo 60 biografías femeninas sobre 1,2 millones artículos, crea la categoría “Arquitectas” y “Women in Architecture edit-a-thon”, con eventos en 18 ciudades del mundo, produciendo un exponencial crecimiento de las publicaciones del género.

Con la misma intención, en el país se están relevando obras donde la autoría de las mujeres era omitida o ignorada. Por ejemplo, en la casa del puente (Mar del Plata), de Amancio Williams y Delfina Gálvez Bunge, Carolina Quiroga logró que la Comisión Nacional de Monumentos de Lugares y de Bienes Históricos, en 2018 incluya la doble autoría hasta ahora omitida, como tradicionalmente sucede.

Con iguales intenciones, Quiroga integra junto con Inés Moisset, otra destacada arquitecta feminista, “Nuestras Arquitectas” y trabajan desde hace unos años en “Remapeo y Nuevas cartografías” investigando y relevando las obras ignoradas de las mujeres arquitectas.

En el ámbito de la FADU y sus siete carreras, se van produciendo algunos gestos alentadores: conferencias, conversatorios, paneles sobre cuestiones de género; reglamentación de cupos equitativos; creación de la Unidad de género; cátedra de Diseño y Estudios de género para todas las carreras de grado; Taller de arquitectura feminista; investigación sobre Patrimonio y perspectiva de género; Seminarios de posgrado, Género y políticas sexuales y Diseño y teoría feminista; la asistencia obligatoria de docentes al Curso de género organizado por la UBA y, recientemente, el primer Congreso FADU GADU (Género, Arquitectura, Diseño y Urbanismo), son solo algunos ejemplos.

Si bien los cambios reales y el protagonismo a nivel institucional aún están pendientes, el tema se va instalando y esto denota un cierto avance.

Arquitectura enajenada

A partir de las ideas de Gaston Bachelard (1990), la arquitectura es un hacer para el ser que, como expresión, “crea ser”. Siendo así, cada habitante debería sentirse representado en plenitud o, por lo menos, no sentirse enajenado de su propia existencia. Hoy cabe preguntarnos en qué medida esto sucede.

Si bien la arquitectura responde a una necesidad primaria, el albergue, esta condición debe ser trascendida para expresar y producir emociones, comunicar un sentido de pertenencia, representar al usuario y al diseñador en su subjetividad, situados en un momento y lugar único de su existencia y cultura.

Hoy el perfil de las grandes ciudades suele destacarse por una espectacular arquitectura, que exhibe una muestra de vanidades sustentada por el poder económico: edificios cada vez más grandes, más altos, más sorprendentes, más tecnológicos, más caros y ostentosos del capital que los genera.

Estas parecerían ser hoy las discutibles cualidades que construyen su sentido.

Una saturación de imágenes de este tipo inunda los distintos rincones del planeta y, en muchos casos, son totalmente ajenas al espíritu del lugar y contribuyen a distorsionar o a diluir la identidad de sus contextos.

Junto a la presencia del falso neutro se agrega la falsa universalidad (ya instalada por el Movimiento Moderno con su Estilo Internacional). Durante la formación esta fascinación sorprende y seduce, hasta instalarse como referente rápidamente transculturalizado y descontextualizado. Esto puede verse en los proyectos que suelen manifestarse en formas vaciadas de contenido.

Su contracara es la extrañeza que suscitan los proyectos de algún estudiante de otra cultura, que transfieren al diseño representaciones que escapan a las preconcebidas y legitimadas por el campo, en tanto se ignoran otros imaginarios y consecuentemente se desconocen arquitecturas locales, con materiales y tecnologías del lugar, con su carga cultural, su arraigo al paisaje, su transmisión de sentidos auténticos, las que son subestimadas e invisibilizadas, a pesar de ofrecer un valioso lugar para nutrir la mirada disciplinar.

Así como el feminismo fue un punto de apoyo para algunos de los temas descriptos intentando revertir la mirada e incluir otras subjetividades, ahora en la misma dirección y con muchos puntos de contacto, cabe mencionar las epistemologías del sur, que también pueden nutrir nuevas y ricas reflexiones.

Uno de los puntos de contacto de ambas epistemologías es la valoración de la experiencia y el conocimiento situado. Donna Haraway (1995) que se refiere a la doctrina de la objetividad encarnada, manifiesta:

En favor de políticas y epistemologías de la localización, del posicionamiento y de la situación, en las que la parcialidad y no la universalidad es la condición para que sean oídas las pretensiones de lograr un conocimiento racional. Se trata de pretensiones sobre las vidas de la gente, de la visión desde un cuerpo, siempre un cuerpo complejo, contradictorio, estructurante y estructurado, contra la visión desde arriba, desde ninguna parte, desde la simpleza (p. 335).

También la enseñanza debería renunciar a la visión desde ningún lugar, posicionarse e introducir en el debate de la didáctica los pensamientos y conocimiento ausentes de las minorías y de muchas culturas ignoradas.

Eso no significa erradicar arquitecturas que ya hemos integrado a nuestro imaginario y forman parte del inconsciente colectivo y de nuestro acerbo, pero tampoco trasponer imágenes que nos son ajenas. Es posible dar cabida a otras formas de percepción, de expresión, de conocimiento, de saberes ancestrales, no incompatibles con nuestros propios saberes y sentires.

Comprender otras realidades y dar lugar a otros discursos permite intervenir disciplinarmente junto a diversas comunidades sin violentar sus costumbres; como ya ha hecho la arquitectura por ignorancia o pensamiento único.

El WRI (World Resources Institute) estima que para el año 2025 habrá 1.600 millones de personas que carecerán de una vivienda adecuada.

Las poblaciones a los que deberían estar dirigidos nuestros servicios son las más desprotegidas, olvidadas y desconocidas, y se encuentran localizadas en distintos lugares del mundo.

Contar con un pensamiento divergente, crítico, liberador, impactaría en los productos de los diseñadores al partir de una mejor escucha, una interpretación empática y una perspectiva que indague la otredad. Se trata de la búsqueda de un ángulo diferente a partir del cual las proposiciones y jerarquías establecidas por la perspectiva normal puedan ser desestabilizadas (de Sousa Santos, 2017). De este modo, los profesionales que formamos, plantearían soluciones más adecuadas. Se requiere una formación que integre epistemologías diversas, un giro epistemológico para operar con una subjetividad sin líneas abisales, como define Boaventura de Sousa Santos.

El desconocimiento disciplinar de las formas representativas de las arquitecturas de nuestro interior profundo, de culturas latinoamericanas muy próximas a nuestro “sentipensar” [11] y otras culturas postergadas, ha invisibilizado conocimientos y perspectivas, marginándolos de lo abordable y pensable por quienes podrían aportar soluciones.

Estas nuevas subjetividades no demandan “reemplazar” sino “integrar”, de no ser así caeríamos en el riesgo de permutar un prejuicio por otro. Se trata de tener disponibles, comprensivamente, imaginarios que nos sensibilicen con empatía frente a las solicitaciones de cada situación particular.

Las epistemologías del sur, dice el mencionado autor, nos abren a la comprensión de la existencia de otros tipos de conocimiento, procesos de producción, recuperación de la dignidad avasallada por el colonialismo, permiten descubrir otras experiencias, respetar otros sentires y pensares, salir de una epistemología de la ceguera hacia una epistemología de la visión, de una epistemología de las ausencias e incluir realidades suprimidas o ausentes. Salir, en síntesis, de la “pereza de la rutina” que nos obliga a la repetición.

De Sousa Santos propone pasar de la monocultura a la ecología transescalar (utiliza la metáfora agraria donde otros autores hablan de “pluriversos”).

No se trata de cambiar el signo de la exclusión sino de abogar por una profunda inclusión, con nuevas miradas que pluralizan, integran las voces faltantes y las arquitecturas silenciadas, tendiendo a construir una nueva ética profesional y docente.

Hay experiencias concretas que han propuesto modos superadores de hacer arquitectura y urbanismo en comunidades postergadas y más allá del pensamiento dominante.

Se puede hablar de un nuevo concepto para hacer ciudad, que lleva “del espacio ocupado al lugar habitado”, (Yory, 1998) es el concepto de topofilia, una perspectiva ontológica que analiza nuestra relación emocional con el mundo a través del significado [12]. La topofilia designa esa experiencia única que cifra los lazos existentes entre la persona y el lugar que habita, ya sea este la ciudad, la periferia o el campo.

Es una idea que proviene, entre otras fuentes, de la filosofía de Bachelard (1990; 1972), la que a partir de comprender el valor humano de los espacios y despertar sentimientos de empatía, ha derivado en la implementación de estrategias urbanas de identificación y pertenencia, que motivan la apropiación y el cuidado de áreas degradadas y posibilitan su reconversión, apelando a la relación indisoluble entre el ser y el estar que se manifiesta a través del lugar y la posibilidad de ser en él.

La topofilia es un modo de diferenciar el espacio mensurable, abstracto, geométrico, del espacio vivido, con su carga sensible e imaginativa arraigada en el ser, que vuelve a poner en foco la experiencia de vida, el sentimiento de apego que liga a los seres con los lugares, los identifica y donde cada uno es y es con el otro.

Esta filosofía, utilizada para hacer ciudad desde sus habitantes y los lugares que habitan, tiene el objetivo de forjar relaciones emotivas y poner límite a la intolerancia que, sumada a situaciones de pobreza, es desencadenante de la violencia.

Con esta idea y sumada a pequeñas acciones de autogestión barrial, se fomentaron actividades ambientales para recuperar el espacio público, el equipamiento comunitario y asegurar su preservación, cuidado y mantenimiento.

El investigador colombiano Carlos Mario Yori ha profundizado en el tema del desarrollo urbano participativo con dimensión sustentable bajo el concepto de topofilia, criterio que se aplicó, entre otros, en distintos sitios de Bogotá (1992).

Se trata de un trabajo social, que logra un clima de conciliación y articulación de las diferencias, en favor de un proyecto común.

Las acciones se integran y aportan, no solo para mejorar la calidad de los espacios habitados en las zonas que lo requieren, sino a promover el cuidado vecinal de esas inversiones, en tanto comunidad. Al ser partícipe y sentirlas como propias, la gente las mantiene y las protege.

Otro caso destacable es el de Medellín, caracterizado por poseer una topografía irregular con fuertes desniveles que mantenían desconectadas las distintas zonas urbanas, con asentamientos aislados, relegados a un contexto de pobreza, que la convertía en una de las zonas más peligrosas y con mayor índice de delito del planeta.

En este caso, el proyecto estratégico de urbanismo social debía comenzar por grandes obras de infraestructura que conectara la ciudad física, mental, estética y espiritualmente, logrando la interconexión entre los barrios y de ellos con el casco urbano, mejorando el saneamiento, las infraestructuras en vivienda, salud, educación y deportes, para dar a los niños y jóvenes nuevas oportunidades y contención para alejarlos del delito.

Se requería detectar las necesidades reales y responder con soluciones que fueran aceptadas por la comunidad, soluciones simples, económicas, de buen diseño, expresivas, de gran calidad espacial, que despertaran identificación y apego. Para lograrlo cualquier propuesta necesitaba la opinión, experiencia y aprobación de sus habitantes, con los que se trabajó, entre otras cosas, en los llamados talleres de imaginario colectivo, donde se forjaban acuerdos previos a la intervención. La misma se realizó en etapas, cada una correspondió a una gestión de gobierno, en una continuidad que sostuvo el proyecto más allá de las diferencias políticas y los cambios de gestión, integrando grandes obras con intervenciones a pequeña escala y de gran impacto.

Las estadísticas reflejaron la notable reducción de los índices de delito y pusieron en evidencia los cambios sociales que pueden lograrse cuando se procura una vida digna a los habitantes, unificando los esfuerzos y fortaleciendo los lazos afectivos entre habitante y lugar hasta alcanzar condiciones de vida decorosas.

Este tipo de iniciativas requieren gestión y apoyo institucional y no pueden articularse sin intervenciones gubernamentales a gran escala que produzcan cambios estructurales. Estas soluciones, aparentemente estéticas, son profundamente éticas.

Obstáculos epistemológicos

Hemos transitado, hasta aquí, por distintas situaciones disciplinares que revelan la subordinación del pensamiento a epistemologías generalmente disociadas de los contextos donde prestan servicio. Una subordinación que muchas veces permanece inconsciente para sus protagonistas, que es marcadamente perniciosa sobre sus acciones y que se transfiere al plano educativo.

Vuelvo a citar a Bachelard y en esta oportunidad a su concepto de obstáculo epistemológico, relevante en el plano didáctico. Plantea dos perspectivas, por una parte, el obstáculo epistemológico, que emerge del conocimiento cotidiano, la presencia del sentido común que suele obstruir la aprehensión del conocimiento disciplinar. Dos conocimientos diferentes, igualmente importantes, cada uno en su contexto particular de acción.

En arquitectura los objetos del hábitat tienen una cotidianeidad tal que se naturalizan y producen en los estudiantes concepciones alternativas, de sentido común pero ajenas al campo, que hay que desnaturalizar y reconstruir.

Este conocimiento anterior es una concepción insistente y persistente, que emerge como “error” hasta ser desmontado y sustituido críticamente, dejando libre el acceso al conocimiento disciplinar. Se trata de un tema de permanente preocupación en la didáctica.

El adolescente llega con conocimientos empíricos constituidos y hay que reemplazar este saber cerrado y estático por un conocimiento abierto y dinámico, dialectizar todas las variables experimentales.

A los profesores nos cuesta entender que no se comprenda, habida cuenta de que el obstáculo es difícil de desmontar (Bachelard, 1976). Se cree comprender, pero entre la observación y la experimentación no hay continuidad sino ruptura. Lo que cree saberse ofusca lo que debiera saberse.

La opinión piensa mal, es contraria al espíritu científico, obstaculiza y es necesario deconstruirla y reconstruirla para desmontar cada obstáculo.

Bachelard amplía y sostiene que hay que plantear el problema del conocimiento científico en términos de obstáculos, que no son externos, sino que aparecen en el acto mismo de conocer, como una especie de necesidad funcional, que causa estancamiento y hasta retroceso, una inercia que emerge bajo la forma de obstáculo epistemológico.

Se requiere desandar el camino, ya que se conoce en contra de un conocimiento anterior, y al volver sobre un pasado de errores se aprende a reconocer los problemas. Al proyectar, plantear bien el problema resulta ser el primer acto creativo.

La segunda perspectiva, por otra parte, refiere a que existe otro obstáculo, el conocimiento académicamente adquirido, sesgado, instalado como una verdad irrebatible que excluye y posterga la adquisición de otro conocimiento inacabado, inclusivo, capaz de celebrar la diferencia e integrarla con empatía.

Ese conocimiento fallido se constituye en un nuevo obstáculo epistemológico, esta vez generado por los mismos que debemos removerlo y esto resulta muy difícil de lograr sin un cambio radical, ya que cada uno enseña lo que sabe.

La antes mencionada estructura androcéntrica de la disciplina está acompañada de visiones conservadoras, conscientes o no, que intentarán resistir el cambio. Ese pensamiento incompleto, obturador, instalado como verdadero y único, se transfiere a la formación y a los objetos de arquitectura, diseño y/o urbanismo. Docentes y estudiantes necesitamos en primer lugar: aprender a desaprender. Parafraseando a Hans-Georg Gadamer (1984), el dominio de prejuicios no percibidos nos vuelve sordos, en tanto los prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su ser. Llevamos esas marcas y renovarlas es un largo proceso por emprender.

A lo largo de este escrito, se intentó señalar algunos contenidos que la formación disciplinar ha marginado e indicar ciertas epistemologías alternativas que emergen como posibilidad de crítica, reflexión y cambio.

Las alternativas planteadas no pretenden ser las únicas, amplían la perspectiva y son disparadoras de otras búsquedas, siempre inclusivas y diversas.

Estamos lejos reconocer y enmendar los problemas, y más de subsanarlos, aun así, admitiendo que las soluciones desbordan el ámbito disciplinar y requieren cambios sociales y políticos profundos, equidad y miradas inclusivas hacia géneros, razas y culturas, no ignoramos que pequeños cambios y conciencias alertas, área donde la educación es transformadora, son objetivos irrenunciables sobre los que persistir, con la obstinada insistencia de la gota que orada la piedra.

Somos responsables de proponer y acompañar los cambios, podemos lograrlo con una formación crítica y liberadora que replantee la cultura del habitar con fundamentos profundamente éticos.

Tal vez en algunos casos el giro epistemológico propuesto podrá sumar pequeños gestos reformistas o, en otros casos, inspirar un revolucionario giro copernicano, lo importante es dirigirnos sin pausa hacia una arquitectura, una ciudad y un planeta más amigables, donde cada ser encuentre su lugar. El proyecto es una acción de reflexión que requiere de una teoría que incluya esos objetivos y, a su vez, construye teoría al instalarse como referente de otra acción proyectual superadora, constitutiva y constituyente de ese espacio destinado a albergar a cada ser único e irrepetible, que tiene una sola vida para disfrutar… o padecer ■


REFERENCIAS

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NOTAS

1.  Enrique Pichon-Rivière (Ritterstein, 2008) denomina ECRO, Esquema Conceptual Referencial Operativo, a las concepciones propias de cada estudiante, con las que aborda los problemas, esquema que, progresivamente, va transformando su subjetividad, en los diferentes contextos sociales en los que interactúa.


2.  Según Diana Maffia (1990) “Ha sido una característica del pensamiento moderno tomar como categorías básicas una serie de dualidades […]. Cuando el dualismo entre masculino y femenino se dibuja sobre estas categorías, la masculinidad se vuelve sinónimos de razón y objetividad (cualidades asociadas a la participación en las esferas públicas de gobierno, comercio y ciencia) mientras que la feminidad se vuelve sinónimos de sentimiento y subjetividad ( cualidades asociadas con la esfera privada de lo doméstico y el hogar). Este dualismo, profundamente asentado en la cultura occidental, ha estimulado y mantenido una dominación jerárquica de lo masculino sobre lo femenino”.


3.  En mi tesis doctoral (Romano, 2015), he desarrollado una analogía de la teoría formulada por estos autores y el conocimiento proyectual, en sus distintas etapas.


4.  “Entre el sujeto y el objeto se encuentra el proyecto” (Bachelard citado en Morales, 1999, p. 149).


5.  Recientemente han publicado el libro Urbanismo Feminista que en Buenos Aires fue presentado en 2018 conjuntamente con La Ciudad del Deseo, un colectivo de profesionales que a partir de 8M trabajan sobre la dimensión física, política y simbólica, en clave transfeminista.


6.  Arquitecta, reconocida activista social por los derechos humanos, ha sido Directora Regional del Fondo de desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y personalidad reconocida en la investigación de los temas arquitectónicos y urbanos desde una perspectiva de género.


7.  Notas del seminario “Explicar, interpretar, criticar el mundo social. Epistemología de las ciencias sociales” FLACSO Argentina 2022.


8.  Al hablar de formación, me refiero principalmente a la carrera de Arquitectura y a la materia troncal del mismo nombre en la FADU-UBA donde se sitúa mi desempeño.


9.  La reciente elección del Consejo Directivo (2022), por ejemplo, requería una 50% de paridad de género, sin embargo, en la práctica, al ver la composición del mismo, las mujeres ocupan mayoritariamente la lista de suplentes.


10.  Las mujeres en la profesión también encuentran un techo de cristal, con menos posibilidades de ascender y sueldos inferiores y si bien las hay muy exitosas no puede negarse la desigualdad existente.


11.  Arturo Escobar (2014) habla de senti-pensar concepto a través del cual pensamiento y sentimiento se ponen en el mismo eje para interpretar y actuar. Sentipensar con la tierra, con relación a nuevas lecturas sobre el desarrollo y el territorio retoma a Orlando Fals Borda (citado en Escobar, 2014, p. 16) sentipensar, pensar desde el corazón y la mente o co-razonar.


12.  Junto al concepto de topofilia vale mencionar el concepto de topoanálisis, el estudio psicológico sistemático de los parajes de nuestra vida íntima (Bachelard, 1990) un análisis que puede transparentar aspectos de la vertiente subjetiva que interviene en el diseño.


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Romano, A. M. (Noviembre de 2022 – Abril de 2023). Giro epistemológico en la proyectualidad y su enseñanza. [En línea]. AREA, 29(1). Recuperado de https://www.area.fadu.uba.ar/area-2901/romano2901/

Doctora y Arquitecta por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Graduada en la Carrera de Formación Docente. Es Profesora Consulta Titular de la FADU-UBA. Tiene una larga trayectoria dedicada a la enseñanza de Arquitectura, Medios expresivos, Morfología y Dibujo. Ha formado y coordinando equipos docentes en disciplinas de diseño. Es Profesora de Posgrado, Doctorado y Carrera de Especialización en Docencia Proyectual, en la FADU-UBA, la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y la Universidad de Palermo (UP).
Integra jurados, comités académicos y dirige tesis para diversas universidades. Es autora de artículos y libros sobre arquitectura, diseño y didáctica proyectual. Ha desarrollado paralelamente una amplia actividad profesional.