GUADALUPE CIOCOLETTO
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo
Resumen
La inmigración, fenómeno que a lo largo del tiempo ha conformado la ciudad –social y físicamente– ha tenido distintos efectos en lo urbano y en los modos de relacionarse de las poblaciones locales y extranjeras con los espacios públicos.
Una de las colectividades más importantes de la demografía porteña hoy es la boliviana. El Mercado Andino es un espacio poco estudiado, aunque altamente representativo de la bolivianidad, con diferentes elementos de comunicación intercultural conformando su espacialidad.
El presente escrito propone un análisis de su urbanidad, su comunicación intercultural y su valoración por parte de los espacios de poder locales.
Migración, inmigración y la construcción de Buenos Aires
La inmigración extranjera en Argentina tuvo un papel preponderante en el proceso de urbanización del país. Y a pesar de haberse intentado desde tiempos tempranos convocar la inmigración para poblar el extenso territorio nacional, ha sido la ciudad capital la gran ciudad de entrada gracias a su puerto y también un gran centro de oportunidades, a donde se ha dirigido gran parte de la población que ha arribado desde distintos orígenes.
Apoyados en la visión de especialistas en demografía social y migraciones (Mera y Marcos, 2015; Marcos y Mera, 2011) [1], para el presente trabajo se tomarán como un complemento de importancia los datos brindados por los censos, ya que nos permitirán comprender la cuestión de la espacialidad, su producción, reproducción y rol social en el ambiente urbano. La intención de utilizar datos demográficos encuentra su justificación en que
dar cuenta de las particularidades de la inserción residencial de los inmigrantes a partir de una tipología que integre la dimensión sociológica y la material del espacio urbano permite captar nueva información de este complejo proceso socio espacial y aportar datos que enriquezcan el debate, clásico pero siempre vigente, sobre las desigualdades y exclusiones en el acceso y el derecho a la ciudad para amplios sectores sociales (Mera, Marcos, y Di Virgilio, 2015, p. 330).
Esta postura, plantea inclusive que “sobre toda estructura de distribución residencial, se tejen prácticas urbanas cotidianas” (Mera, 2014, p. 254) y coincide, entre otros, con los trabajos de Lefebvre (2000, 1991) quien ya había planteado que es necesaria una visión de los espacios desde el uso y los usuarios, y establecía que la ciudad –entendida como lo físico, lo construido– es una producción humana que se origina en lo urbano: la realidad social constituida por vínculos resalta la importancia de los lazos relacionales en la conformación de la ciudad. Entendemos que la ciudad no es un elemento cristalizado e inmutable y que muchas veces las características de la sociedad que la habita se reflejan en la configuración de sus formas. Comprender quiénes habitan el espacio y cómo lo hacen proporcionaría herramientas para un conocimiento más profundo de la vocación de uso de cada lugar y qué tipo de vínculos fomenta. El entender el origen de los habitantes y su situación dentro de la ciudad puede ayudar a vislumbrar algunas relaciones y solapamientos culturales:
Si abarcamos también la música, los rituales y la gastronomía o alguno de los elementos cruciales de cualquier definición de cultura, rápidamente advertiremos que cada ciudad es Babel y que la diversidad no está distribuida en el espacio, sino más bien puesta en juego en cada espacio (Grimson, 2015, p. 58).
Si bien es sabido que nacionalidad no es sinónimo de cultura, y que confundir ambos términos encubriría las heterogeneidades dentro de cada grupo, extranjerizaría a los hijos de extranjeros y reproduciría el mito de un nosotros nacional (Mera citado en Grimson, 2011; Novick, 2010); aun así consideramos como valioso el aporte que pueden realizar los datos censales respecto al origen de los habitantes del territorio para el presente estudio, dado que aportan información sobre la importancia numérica, distribución y antigüedad de residencia de cada grupo, para estimar así el tipo de ocupación y arraigo al sitio.
La llegada de extranjeros con la decisión de radicarse en el territorio se ha mostrado entonces como un fenómeno continuo y amplio que ha variado dinámicamente según el paso del tiempo y de los diversos hechos históricos: hacia 1850 la cantidad de población extranjera rondó el 50% del total de los habitantes de la ciudad. Luego de la Primera Guerra Mundial el número comenzó a disminuir hasta llegar en el censo de 1991 a su valor relativo más bajo (10,7%). Posteriormente el número tuvo un leve aumento, registrando el censo de 2010 un 13,2% de extranjeros (Dirección General de Estadísticas y Censos – Ministerio de Hacienda, 2011). Según este mismo censo –el último realizado en el país– la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) ocupa el segundo lugar en el cuadro de población nacida en el extranjero según provincia, con el 21,1% del total. El primer puesto lo ocupa el conjunto de los 24 partidos que conforman el Gran Buenos Aires con el 41,1%, y el interior de la provincia contiene un 11% (INDEC, 2012) con lo cual concentran entre los tres destinos el 73,3% de la inmigración censada. Ninguna de las otras provincias argentinas llega a representar un 4%, con lo cual se manifiesta la importancia de estudiar el territorio de la ciudad capital.
Simultáneamente, han variado también los orígenes de las personas no-nativas en el territorio de la ciudad. En los últimos cuatro censos –es decir, desde los años ochenta–, se evidencia que la población europea, mayoritaria en el primero de estos registros fue disminuyendo hasta un cuarto de su valor en 2010 debido al progresivo envejecimiento y defunción de este grupo de quienes eran, en gran medida, supervivientes de los flujos llegados en la primera mitad del siglo XX. En sentido opuesto, la inmigración desde países limítrofes y del Perú se ha casi triplicado en el mismo período. A la vez, la inmigración asiática se ha cuadruplicado, aunque en sus valores totales no llega a la relevancia de los otros grupos. Lo que estos guarismos ponen en evidencia es el dinamismo de la inmigración y la variedad de orígenes que históricamente han conformado la población de la ciudad (ver Gráfico 1).
Desde el punto de vista de lo construido, un ejemplo de las modificaciones urbanas que se han originado en la migración e inmigración fue el desplazamiento de la población de mayores recursos desde el centro y los barrios del sur, hacia el norte de la ciudad, motivado por las epidemias de cólera y fiebre amarilla de 1869 y 1871, dejando vacantes las zonas que abandonaban y que pasaron a ser ocupadas por trabajadores del puerto, en gran número extranjeros. Otro ejemplo ha sido la formación de los barrios populares y villas. Estas últimas nacen en la CABA a finales de la década del treinta, enmarcado en el proceso de industrialización y los movimientos migratorios de las provincias del interior hacia la capital (Di Virgilio, Marcos y Mera, 2015; Mera, Marcos y Di Virgilio, 2015; Mera 2008). Este último tipo de hábitat se encuentra en la actualidad altamente relacionado con la población extranjera y principalmente de países limítrofes, ya que casi la mitad de la población de esos sectores censada en 2010 declara haber nacido en otro país, lo cual “revela una marcada relación entre inmigración y pobreza en la CABA, al tiempo que refleja la existencia de condiciones de acceso a la vivienda excluyentes para ciertos grupos procedentes de la migración, para muchos de los cuales la única forma de acceso a la Ciudad pasa por estas alternativas de hábitat informal” (Di Virgilio, Marcos y Mera, 2015, p. 46).
Sin embargo, pese a la larga data de la relevancia de la inmigración, el argumento respecto a la distribución espacial de los extranjeros residentes en la capital no fue motivo de estudio hasta los años setenta cuando nacieron “atravesados por ese modelo del ‘crisol de razas’ […] que por largo tiempo dominó los imaginarios en torno a la ciudad, tanto como la historiografía y el análisis social” (Mera, 2008, p. 12). Se habría repetido en este aspecto la idea homogeneizante de ver a la ciudad como un todo uniforme. Según la misma autora, esta postura sería puesta en discusión recién en la década del ochenta, pasando a realizar el análisis desde una perspectiva étnica, focalizando en el funcionamiento de redes sociales que articulan los desplazamientos de las personas en el territorio. Para esta época, la población no-nativa ya había llegado a uno de sus valores históricos más bajos –probablemente dada la expulsión de la población en villas y asentamientos por parte de la última dictadura militar– y se realiza el primer censo con cuestionario extendido, que permitió conocer el país de origen de los encuestados, además de la situación ocupacional de las personas, la fecundidad y la seguridad social, entre otras nuevas variables [2]. Es decir que simultáneamente con el interés por comprender la composición de la población se han generado herramientas para conocerla.
En conclusión, los datos con los que contamos son los siguientes: según la Dirección General de Estadística y Censos (2014) el censo 2010 ha arrojado entre otros datos que más de la tercera parte de la población que reside en la ciudad no ha nacido en ella y que el 12,2% de la población total nació en el extranjero –población que es en su mayoría femenina (6,9% mujeres y 5,3% varones). También que en la población nacida en el exterior se aprecian diferencias importantes entre los nativos de países limítrofes y Perú respecto a los nacidos en otros países: en los primeros, el 78,7% se concentra en las edades potencialmente activas (15 a 59 años), mientras que en los segundos el porcentaje de población de 60 años y más asciende a 48,2%; es decir, representando a una población más envejecida.
Dentro del territorio de la ciudad se ha observado que la Comuna 1 (el centro histórico y administrativo de la ciudad), seguida de las comunas 7 (barrios de Flores y Parque Chacabuco), 8 (Villa Soldati, Villa Lugano y Villa Riachuelo) y 4 (La Boca, Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya) son en conjunto las que concentran mayor cantidad personas nacidas en el extranjero, englobando entre las cuatro comunas más del 45% de la población extranjera en la ciudad y representando a 135.657 personas de diversos orígenes localizadas en zonas donde más del 20% de la población tiene ingresos inferiores a la canasta básica. Como hemos visto, coincidiendo con el último aumento del número de inmigrantes se ha incrementado la población de oriundos de países limítrofes y del Perú en la ciudad. Mayormente localizados en la parte sur estos colectivos migratorios resultan a la vez en habitantes de las zonas con mayor nivel de deterioro social y urbano; y son los espacios públicos de esas áreas los que reciben la presión de los fenómenos multiculturales y multisociales, donde la diversidad de identidades se confronta.
La población boliviana en la ciudad de Buenos Aires
Según el último censo nacional, del año 2010, la comunidad de este país andino es el segundo colectivo inmigrante más numeroso de la ciudad de Buenos Aires contando un total de 76.609 personas de ese origen, habiéndose multiplicado exponencialmente en los últimos treinta años. Las estrategias de migración desde distintas ciudades de Bolivia hacia Buenos Aires y viceversa son variadas y como ejemplo, Dolph (2011) distingue cuatro: los movimientos de ida y vuelta en los que la persona migrante sucesivamente se estaciona de modo temporario en la ciudad volviendo a Bolivia hasta que consigue la documentación necesaria para trabajar en el país –mayormente realizada por hombres jóvenes, solteros y sin hijos–; la migración de largo plazo –en general de personas con familia en Buenos Aires– que se ha asentado temporalmente en la ciudad y cuya finalidad es volver algún día a Bolivia; la migración en circuito, de personas que tienen familiares o contactos también en otros países –mayormente en Brasil, España o Estados Unidos– y que migran de uno a otro de ellos; y el regreso a Bolivia por parte de quienes han vivido en Buenos Aires y deciden retornar a su país de origen. Lo que estas formas evidencian son los continuos flujos entre Buenos Aires y Bolivia y la importancia que tienen los lazos de parentesco entre las personas migrantes: muchos de los movimientos estarían condicionados por la presencia anterior de personas conocidas, contactos, redes que faciliten la obtención de un puesto laboral y vivienda, lo que justificaría la forma atomizada en que la población boliviana se ha ido asentando en la ciudad.
Al respecto, en el Gráfico 2 se manifiesta la distribución de la población boliviana por comuna de la ciudad según el último censo realizado en 2010. Se puede observar que las comunas 7 (barrios de Flores y Parque Chacabuco) y 8 (Villa Soldati, Villa Lugano y Villa Riachuelo) son las que concentran mayor cantidad de personas bolivianas, seguida por la Comuna 9 (Liniers, Mataderos, Parque Avellaneda). Entre las tres comunas congregan poco más del 66% del total de los bolivianos que habitan en la ciudad. Particularmente, en cada una de ellas la población boliviana encarna casi la mitad del total de sus inmigrantes. Como se ha visto, estas tres unidades administrativo-territoriales están ubicadas en el sur –la zona más degradada de la CABA, caracterizada socio-espacialmente por un déficit de infraestructuras y servicios, y alta presencia de formas precarias de hábitat.
Por otro lado, en un análisis más pormenorizado basado en el trabajo de Marcos y Mera (2015) se puede ver que es un conjunto desigualmente distribuido y muy condensado en el espacio urbano (ver Gráfico 3), y que se concentra fuertemente en determinadas áreas de las ya mencionadas comunas: en algunas unidades espaciales llegan a constituir más del 60% de la población. Esta forma de aglutinamiento se extiende luego hacia áreas de la Aglomeración Gran Buenos Aires y arriba luego, inclusive, a zonas del cordón frutihortícola. En su análisis, Marcos y Mera plantean también el interrogante sobre las formas que podría adoptar su integración a la dinámica urbana dada esta “tendencia a residir en zonas caracterizadas por condiciones de vida deficitarias” (2015, p. 270). Una práctica que en cierto modo tendería a reforzar las barreras urbanas –entre zonas de riqueza y pobreza, por ejemplo– y sociales –que Dolph (2011) afirma, existen remarcadamente desde la época de la dictadura militar– ya presentes en el territorio.
Si bien se ha reconocido por parte del Estado el aporte cultural de esta comunidad, habría sido poco lo legislado en relación con los aspectos sociales –uno de los ejemplos que encontramos es la adjudicación de viviendas en los noventa del Barrio Charrúa, en Pompeya, hoy perteneciente a la Comuna 4– en el cual el 80% de los habitantes era de origen boliviano. Podríamos afirmar, por otro lado, que a pesar de su relevancia hoy es escasa la representación por parte del Gobierno de la Ciudad de esta comunidad, su cultura o sus relaciones interculturales [3]. En las publicaciones estatales –desde el Canal de la Ciudad y los sitios web oficiales– mayormente se resalta su carácter marginal –algunas pocas reflexiones sobre la discriminación, estereotipos, y explotación laboral– y se remarca su presencia en festividades: la fiesta de las Alasitas, la de la Virgen de Copacabana, el homenaje a Bolivia en el Buenos Aires Celebra, por ejemplo.
Benencia y Karasik (1995) señalan que la dimensión cultural de la inmigración boliviana en Buenos Aires “no puede ser pensada simplemente como un proceso de coexistencia de dos culturas: ‘la boliviana’ y ‘la metropolitana argentina’”(p. 36) ya que la población boliviana que ha migrado está conformada por grupos culturales fuertemente contrastantes –contrariamente a la imagen culturalmente homogénea que la población argentina pudiera tener de ellos. Sin embargo, si bien usualmente se celebran sus comidas, danzas, su carácter festivo y folclórico, estos aspectos de su expresión cultural se amalgaman y se toman como homogéneamente representativos de toda la población boliviana. Una explicación a esta estrategia la encontraríamos en que
por definir el sentido de la bolivianidad (como de cualquier otro sentimiento de pertenencia a una grupidad), los atributos culturales son fijados de manera arbitraria y concebidos como esenciales e inmutables, no sólo por quienes asignan a otros la otredad cultural sino también por esos otros que se auto-delimitan (Pizarro, 2013, p. 2).
En esta cita, Pizarro establece que esa uniformidad en el concepto de ser boliviano vendría dada desde ambos lados de la línea virtual que separa un nosotros de un ellos, robusteciendo desde ambas perspectivas la diferenciación: el reconocimiento de diferencias internas en alguno de esos grupos descompondría la fuerza tanto de una identidad como la de sus bordes.
Es así que no se hace mención a las distintas naciones que conforman el Estado Plurinacional de Bolivia, ni a las varias lenguas que se hablan en el país, ni a las diversas creencias religiosas o a las costumbres que se comparten con algunas poblaciones argentinas. Se podría señalar además que al resaltar esos elementos culturales de forma homogénea se ha reflejado mayormente la diferencia entre las personas nativas y las bolivianas, haciendo poca mención a interacciones entre ambos grupos o a los rasgos compartidos. Esta última omisión resulta llamativa, teniendo en cuenta que según algunos autores esta comunidad ha logrado conformar redes sociales activas y permanentes a raíz de las cuales “los bolivianos han constituido ámbitos comunes de práctica cultural en diferentes espacios: en el mundo del trabajo, en el barrio, en la interacción cotidiana con diferentes actores” (Benencia y Karasik, 1995, p. 37), incluso desconociendo que “la inmigración boliviana en el Sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ha creado paisajes propios” (Sassone, 2012, p. 19).
En cuanto a la construcción de la ciudad, el rol de la población boliviana en Buenos Aires excedería la mera construcción de sus propios lugares de habitar: Dolph (2011) propone, incluso, que “la realidad tangible del trabajo de los bolivianos en la industria de la construcción de Buenos Aires es ayudar a producir espacios urbanos mercantilizados y fetichizados” (traducción propia, p. 40), sosteniendo en su discurso la relevancia del creciente rol de las personas bolivianas en la industria de la construcción y su relación con la mercantilización de los espacios urbanos convertidos a raíz de esto en locus de poder y reproduciendo la segregación dentro de la cual se localizan sus espacios de vida. Por esta razón resulta de importancia la reflexión sobre los lugares de la ciudad en donde realmente se expresa la comunidad boliviana.
El Mercado Andino en la ciudad
En este contexto de expresiones culturales encontramos el Mercado Andino: un lugar que en la práctica no es un mercado –lugar público con tiendas o puestos– sino más bien un centro comercial de escala barrial que se ubica en Liniers, en el límite entre la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires (ver Gráfico 4), cercano a importantes vías de transporte: la terminal de ómnibus, la estación de trenes, la avenida Gral. Paz y la avenida Rivadavia por las cuales circulan numerosas líneas de autobuses. Se desarrolla a lo largo de aproximadamente 300 m sobre la calle José León Suárez y sus transversales Ramón Falcón, Ibarrola y Ventura Bosch. Es un lugar popular en la ciudad donde se consiguen alimentos típicos de Bolivia y del norte argentino que funciona a diario, aunque con mayor afluencia los días sábados. Allí se comercian alimentos y bebidas típicas, trajes folclóricos, indumentaria e imitaciones de marcas originales de vestimenta. También se encuentran restoranes y locales de servicios, desde estudios de abogados a lugares de lectura de la fortuna en hojas de coca. La identidad –nacional, política, cultural– boliviana se expone en los nombres de los comercios, los alimentos típicos al paso, las insignias nacionales y la música. Abundan colores y olores que reproducen en Liniers la relación no solo cultural sino también religiosa con la tierra de origen. Los recursos culinarios son aquí estrategias culturales generadoras de cohesión que se traducen en prácticas socioespaciales. Se evidencia el poder de la identidad como reactivo a la globalización en cuanto resulta una imagen que se contrapone a las formas y normas estándar de los comercios fuera de la zona: algunos comercios promocionan sus productos a viva voz, en otros se escucha música o radio por altoparlantes, la mayoría de los comercios están adornados con insignias nacionales bolivianas.
Las veredas de este mercado eran ocupadas de modo irregular hasta enero de 2018 cuando fueron desalojados los manteros y puestos de venta informal. Esta ocupación –ilustrada en el relevamiento fotográfico de la Figura 1– funcionaba no solo como expansión de los comercios: también los puesteros colocaban de modo independiente toldos y sombrillas para acondicionar su situación ante el clima. Los cestos de basura son escasos aun hoy, y en algunas oportunidades los puestos callejeros bloqueaban el acceso a los mismos. La carga y descarga de mercaderías sumadas al intenso tráfico habitual de la zona produce incluso en el presente algunas congestiones en el tránsito. En conjunto, el mercado en sí todavía incluye algunos elementos de apariencia irregular y sin control, transmitiendo una sensación de cierta precariedad y marginalidad. En el relevamiento fotográfico de la Figura 2 se puede observar el funcionamiento actual del mercado en un día de semana.
El Mercado Andino es el caso de cómo, a partir de una estructura presente –zona comercial preexistente, cercanía con los puntos de residencia y concentración de la comunidad– el tejido social –colectivo boliviano con necesidades laborales y de visibilidad– ha acogido y modificado el espacio público, brindándole una nueva identidad a la vez que reafirma la propia. Esta apropiación dota de un nuevo significado al espacio y permite identificarlo como un lugar boliviano por bolivianos y argentinos. Al mismo tiempo, facilita, a través del comercio mayormente de elementos gastronómicos, la participación de esta colectividad particular en la cotidianeidad de la vida local.
Este sector, entonces, emerge dentro del mapa de la ciudad de Buenos Aires como un agregado impensado dentro del collage que no obedece a las reglas impuestas. Y si bien otorga visibilidad a la comunidad proponiendo una relación con el espacio encontrado y una respuesta al mercado laboral que les es esquivo, como espacio didáctico refuerza la imagen de fuera del orden e ilegitimidad. Podría decirse que al transmitir una apariencia urbana negativa –contraria a una imagen de controlada buscada por el marketing urbano– se contribuye a erigir una barrera étnica, paradójicamente con un grupo cultural que es cercano al argentino, sobre todo con particular similitud a las poblaciones del norte del país.
El espacio del mercado en el barrio
En este sector de Liniers prevalecen las construcciones bajas de hasta tres pisos, aunque se destacan algunas grandes construcciones como la terminal de ómnibus Parada Liniers y el Liniers Plaza Shopping. La calle José León Suárez es una vía de única mano altamente transitada, que tiene sobre ambos lados largas filas de automóviles estacionados –práctica prohibida por las leyes de tránsito de la ciudad. Las calles transversales son menos transitadas, pero a pesar de ello están también ocupadas por autos estacionados. Si bien el mercado es un punto convocante, la presencia del shopping, la estación de ómnibus y la importancia de la avenida Rivadavia como vía comercial influyen en la persistente presencia vehicular.
A pesar de que el nombre popular con el que se conoce esta zona es el de Mercado, poco queda aquí de esa idea de lugar público con tiendas o puestos. Esta porción del barrio estaría, al día de hoy, incluida en el Plan de Puesta en Valor de Liniers presentado en enero de 2018 “para beneficio de los comerciantes y los vecinos” (Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2018). Los trabajos del plan de renovación comenzaron ese mismo mes con el ordenamiento de la ocupación de las veredas y remoción de puestos callejeros y vendedores ambulantes, prosiguió con la remodelación de la avenida Rivadavia con mejoras en las veredas y paradas de transporte público, y continúa al presente –enero de 2019– con modificaciones de las calles y veredas desde Rivadavia hacia el sur.
El equipamiento
Podríamos afirmar que el equipamiento, al día de hoy, es escaso: los cestos de basura son pocos, y si bien en la esquina de José León Suárez e Ibarrola encontramos un contenedor de grandes dimensiones, también hemos visto durante los relevamientos que la basura se acumula a sus costados. En ese mismo cruce de calles se han colocado bolardos y desagües –parte de una intervención urbana anterior que unificaba el nivel de la vereda y la calzada de manera de eliminar barreras urbanas para el peatón–; pero a pesar de estas intervenciones en algunos sectores de las veredas, hoy también se presentan roturas y piezas flojas.
En algunos sectores se siguen haciendo conexiones –de cable, de teléfono– por vía aérea, lo que resulta en un entretejido de cables que se entrelazan a la altura de los primeros pisos.
Las funciones
Las funciones preponderantes en este sector son las de comercio y servicios. En una lectura del uso de las plantas bajas desde la Avenida Rivadavia, estas son prácticamente las únicas dos funciones. Las viviendas comienzan a aparecer sobre la calle José León Suárez mientras nos movemos en dirección sur y en especial una vez atravesada Ventura Bosch. Inclusive, se ocupan con servicios –peluquerías, consultorios,entre otros– y restoranes algunos de los pisos superiores, a los que se accede desde la calle por una puerta simple sobre la línea municipal.
Dentro del rubro comercio, los que más se reiteran son los que comercian alimentos –principalmente verdulerías y productos a granel: cereales, harinas, hierbas, condimentos– y los de indumentarias. También se encuentran cotillones donde se consiguen elementos folclóricos y religiosos de la cultura andina, y en algunos casos las tres funciones juntas. En cuanto a los servicios, proliferan las peluquerías y los servicios de salud, pero dada la cercanía a la terminal de ómnibus el servicio que más se repite es el de las casas de cambio y envío de dinero.
El Mercado Andino como canal intercultural
Sabemos que a través de las relaciones y las experiencias el hombre convierte los espacios indiferenciados en lugares con un significado. Es interesante, entonces, intentar responder a los siguientes interrogantes: ¿de qué modo las distintas formas de expresión cultural transforman a este espacio en un lugar con significado de bolivianidad?, ¿existen otros aspectos de la inmigración boliviana que se reflejan en estas expresiones?, ¿han influido los espacios de poder en el mensaje intercultural de este sector?
Tenemos un caso en el que el comercio tiene una función primordial. Esta actividad subsiste, sin duda, como un modo de apertura no solo intra sino extracomunitaria, siendo así promotora de sociabilidad. En el Mercado Andino las fachadas, y en ocasiones las veredas, son principalmente modificadas por comerciantes y personas usuarias por medio de la exposición de mercaderías por fuera del límite del local, carteles, techados y filas de espera más allá de la línea municipal. Como espacio del actuar económico (Mela, 1989), tienen una marcada connotación funcional: la misión principal de estos elementos es la de promover y facilitar la venta –exponer productos, proteger del sol o la lluvia a los clientes, ofrecer servicios. La pregunta emerge ante elementos que exceden esta función: insignias nacionales, murales alusivos, música tradicional. Según Lefebvre (1991) “La representación simbólica ayuda a mantener estas relaciones sociales en un estado de coexistencia y cohesión” (traducción propia, p. 32). Llevándolo al caso de estudio se podría afirmar que las distintas expresiones encontradas reafirmarían la existencia de la población boliviana en el espacio urbano y su identidad como comunidad. Entendemos y resaltamos que tomar este único elemento como expresión cultural llevaría “jerarquizar excesivamente lo étnico en detrimento de otras pertenencias como la clase, las zonas de residencia, etc.”(Grimson, 2001, p. 97). Por esta razón llegamos al análisis de estos puntos recién luego de revisar distintos aspectos de la inmigración boliviana en Buenos Aires. Se comprende a las manifestaciones en el Mercado Andino como parte y producto de las otras pertenencias.
Dentro de las demostraciones culturales encontradas, merece la pena incluir también los festejos, aunque no sea esta la función primordial asignada al sector bajo análisis. Si bien este no es un punto de la ciudad donde este aspecto social tenga lugar con mayor frecuencia –como sí lo pueden ser el Barrio Charrúa o el Parque Indoamericano– existen festividades que se realizan en el Mercado Andino, a veces como sede accesoria. El festejo, tanto como la ocupación de la vereda buscan también visibilidad y reconocimiento, trastocando el significado cotidiano de la calle, cargando este elemento urbano de un nuevo valor, emergente de la identidad boliviana que lo llena ya no en la vida doméstica comercial si no en la conmemoración de tradiciones del país de origen.
En un análisis detallado (ver Gráfico 5) se evidencia la fuerte presencia de la comunicación intercultural. La mayor parte de los locales comerciales -incluso aquellos sin referencias culturales- se encuentran, casi exclusivamente, sobre las calles J. L. Suárez e Ibarrola. En ese conjunto, aproximadamente un tercio de los comercios hacen referencia a Bolivia de alguna manera. Dentro de éstos, la presencia de alimentos típicos e importados y las referencias a insignias nacionales son los modos de comunicación más repetidos.
Según la clasificación de Grimson (2001) los elementos comunicativos presentes corresponderían a una escena del tipo intercultural directa, ya que corresponde al espacio público y también al tipo intracultural directo, ya que a la vez es este un territorio de actividades grupales, festividades y actividades rituales –aunque no sea esta su función primordial. Como ya ha sido explicado, la comunicación intercultural es un modelo orquestal y en este caso eso resulta evidente: se superponen elementos de distintos lenguajes: verbales –textos que refieren a costumbres, topónimos que dan nombre a locales comerciales, nombres de comidas típicas exhibidos en carteles y promociones– y no verbales. Incluidos en estos últimos, son los del tipo paralingüístico –algunos acentos al hablar, y el volumen de la música o la radio en algunos locales– los que más abundan, y dentro de ellos los que hemos clasificado como visuales: los colores de la bandera boliviana o su escudo, las imágenes de las comidas exhibidas en fotos o los alimentos en venta exhibidos en cestos, los elementos folclóricos expuestos en el exterior. La comunicación olfativa y táctil también están presentes dada la naturaleza de los comercios, aunque lo están en menor medida: son persistentes los aromas de los alimentos y en especial de los condimentos que se perciben al transitar las veredas, el canal táctil actúa sobre los elementos que se exhiben. Probablemente, este canal y los del tipo kinésico y proxémico hayan sido modificados a raíz de los trabajos del Plan de Puesta en Valor: al retirar a los manteros, puesteros y vendedores ambulantes la vivencia de los espacios es distinta a la de un año atrás; sin embargo, algo aún puede percibirse en los comercios que exponen sus productos por fuera de la línea municipal. Inclusive, en muchos de los locales no existe la típica vidriera –entendida como una pared física, aunque transparente que separa el interior y el exterior del local– y deja de existir un límite entre productos y visitantes. En la mayoría de los casos, los canales de comunicación se presentan combinados, dando como resultado un contexto complejo y expresivo (ver Figuras 3 y 4).
Existe, además, sobre los locales comerciales de la calle José León Suárez, un punto donde se hace una clara alusión a la cultura prehispánica. El mural La leyenda de la Coca realizado por los artistas callejeros Antropoide Sánchez –de Bolivia– y Henrique Hudson (Hudhen) de Uruguay “tuvo la intención de contar una leyenda de la cultura incaica a través de un mural que sugiera un recuerdo a las raíces indígenas” (Sánchez y Hudson, 2015). Al momento de explicar la obra, los autores relacionan ese mito directamente con la historia de Bolivia y justifican su localización en este sector de Liniers.
Reflexiones finales
¿De qué modo las distintas formas de expresión cultural transforman a este espacio en un lugar con significado de bolivianidad?
Los trabajos de Sassone (2007), ya entendían a esta porción de ciudad como un lugar –espacio con significado (Tuan, 2014)– boliviano, clasificándolo como un lugar de comercio. Luego del trabajo realizado podríamos agregar también la función de lugar de servicio y afirmar que además tiene una función de comunicación identitaria e incluso hasta de reafirmación frente a la población local: ratificaría la presencia de la comunidad en el sur de la ciudad y serviría a sostenerla –tanto desde su funcionamiento como desde su representatividad.
Si bien es una porción de ciudad circunscripta aproximadamente en 500 metros de recorrido, la bolivianidad se torna omnipresente. Tomando una postura desde la vida cotidiana del espacio urbano, se puede establecer que, a pesar de los últimos cambios, en una perspectiva peatonal es prácticamente imposible no tener alguna referencia a Bolivia. En el relevamiento fotográfico se puede apreciar el carácter altamente comunicativo de las fachadas y del sector en su conjunto.
Incluso las formas de las celebraciones refieren a lo boliviano, ya que las procesiones como las que se hacen en honor a las vírgenes son un tipo característico de algunos rituales de religiosidad popular [4] que se han podido mantener en el Mercado Andino: en principio, no habría sido necesario modificar la forma original de la celebración para adaptarla al espacio urbano disponible, aunque sí ha sido necesario alternar su funcionamiento habitual por el lapso que dura la celebración.
¿Existen otros aspectos de la inmigración boliviana que se reflejan en estas expresiones?
Más allá de lo relatado anteriormente, es posible observar en las características espaciales algunos otros aspectos de la inmigración boliviana. Por un lado, se encuentra una evidencia de la predisposición de la comunidad a atomizarse en sectores de la ciudad: la presencia de comercios étnicos se diluye abruptamente más allá de los límites del área estudiada. Si bien se encuentran algunos locales de comercio gastronómico-alimenticio sobre la avenida Rivadavia al salir de la capital, estos son pocos y se ubican solo en los primeros metros.
Se evidencia también la persistente relación con la tierra de origen: se aglomeran en el Mercado Andino distintos prestadores de servicios de envío de paquetes y dinero y de venta de pasajes y su cartelería carga las visuales peatonales –y aunque si bien no lo hacen mayormente de modo verbal, recurren a ciertas alusiones a la bandera boliviana o imágenes folclóricas.
Siendo tan significante la presencia de venta de alimentos, esto confirmaría la valoración de la Madre Tierra expuesta en los trabajos analizados de Sassone: ya no tendrían una valoración únicamente alimenticia, sino simbólica, religiosa y social.
Incluso se podría vislumbrar en el comercio y el grado de reciprocidad e interconexión a varios niveles que se desarrolla en el Mercado Andino algo del concepto de piso ecológico –que el profesor Zalles Pinell [5] describe como una forma de aprovechamiento del espacio de raigambre prehispánica mediante la diversificación de los ecosistemas, que al día de hoy se refleja como un movimiento “entre diferentes zonas geográficas pero también entre diferentes industrias, profesiones y negocios, van formando clústers y generando economías de escala” manteniendo “intercambio y comunicación constante entre grupos gremiales y clanes familiares, cuyas potencialidades trascienden países y fronteras en afán de superación”. Podría decirse que en el Mercado Andino se vislumbran ciertos aspectos de ese intercambio y del comercio como forma de progreso en la propia situación.
Sin embargo, también se infieren algunas ausencias en cuanto a la comunicación verbal. Resulta llamativa la ausencia de una terminología en idiomas originarios más profusa. Una justificación certera de ello requeriría un profundo análisis sociolingüístico de la comunidad boliviana que excede los límites de este trabajo. Sin embargo, es posible arriesgar algunas suposiciones: por un lado, que lenguas como el quechua o el aymará pudieran estar relegados al ámbito familiar, por otro, que la lengua originaria está íntimamente ligada no solo a una noción de cultura, sino que esta tiene un lugar específico en la estructura clasista de la sociedad boliviana (Sichra, 2005).
¿Han influenciado los espacios de poder en el mensaje intercultural de este sector?
Se ha mencionado la valoración que el Gobierno de la Ciudad ha hecho sobre algunos eventos culturales, como la Declaración Nº 379 (1998) de la Legislatura porteña, donde declaraba de interés cultural los festejos en conmemoración de las Fiestas Patronales de la Virgen de Copacabana. Pero aparte de las modificaciones del Plan de Puesta en Valor que se están llevando a cabo desde 2018, la participación de la ciudad como espacio de poder sobre este sector en particular del territorio no es manifiesta y se habría limitado a permitir los cortes de calles necesarios para realizar los desfiles de las celebraciones. Por ejemplo, la Resolución Nº 465/SSTYTRA/16 (2016) de la Secretaría de Tránsito y Transporte sancionada en setiembre de 2016 que autoriza “a la Parroquia Virgen de Copacabana, con motivo de la realización de una procesión y un evento cultural, con presencia policial” (Art. 1) incluyendo cortes totales, momentáneos y sucesivos y posteriormente una misa conmemorativa, a la vez que “no implica autorización para la ocupación de veredas ni otro espacio público ni la realización deactividades comerciales, promocionales y/o actividades publicitarias” (Art. 6). La Resolución Nº 613/SSTYTRA/17 (2017), con artículos similares, sirve como autorización para la celebración de las Fiestas Patronales de la Virgen de Urkupiña de ese año.
Sin embargo, se puede afirmar que más allá de esos ejemplos, el Mercado Andino prácticamente carece de colaboración por parte de los espacios de poder locales para facilitar la comunicación intercultural: no son evidentes, al menos desde la vivencia cotidiana del lugar, participaciones de espacios del Gobierno de la Ciudad o de entidades bolivianas en el país. Por el contrario, las marcas culturales son producidas por los propios dueños de los locales: los colores nacionales, las especias comerciadas en la vereda, los topónimos bolivianos escritos en los negocios conforman las “marcas culturales visibles que hablan de un paisaje urbano “exótico” para las miradas de los vecinos y de los transeúntes habituales” (Sassone, 2014, p. 10), pero que han sido creadas desde la colectividad hacia el afuera. Se reiteraría aquí, nuevamente, en esa exotización desde adentro, la diferenciación hacia ambos lados que se hace de la propia cultura respecto de aquella del país receptor a modo de afirmación de la propia identificación.
A modo de conclusión
En este caso se puede ver cómo, a partir de una estructura existente –zona comercial preexistente, cercanía con los puntos de residencia y concentración de la comunidad– el tejido social –colectivo boliviano con necesidades laborales y de visibilidad– se apropia y modifica el espacio público, brindándole una nueva identidad a la vez que reafirma la suya. Esta apropiación brinda un nuevo significado al espacio y permite identificarlo como un lugar boliviano por locales y extranjeros. Al mismo tiempo, facilita, a través del comercio la participación de esta colectividad particular en la cotidianeidad de la vida local.
La forma física de la ciudad hace visible la red relacional y a la vez esa misma red la transforma. La forma de la ciudad es así cambiante, pues se ajustará a las modificaciones de la propia estructura social. Entendiendo que la ciudad actual se construye continuamente a partir de los elementos que emergen y se superponen, queda expuesta la pregunta sobre el rol del urbanismo y los parámetros que se adoptan desde los espacios de poder para seleccionar cuáles emergentes son apoyados, promocionados o disimulados. Es decir, qué patrimonio urbano es validado desde los espacios de poder y cuál no lo ha sido aún, o lo ha sido en menor medida. Las decisiones en pos de obtener una imagen de ciudad global guiadas por estrategias de mercado parecen haber derivado en operaciones urbanas dispares, y las calidades espaciales que se han buscado y se ofrecen replican las situaciones sociales preexistentes –discriminación, irregularidad– de la comunidad bajo estudio ■
REFERENCIAS
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Notas
1. Si bien las autoras reconocen las limitaciones que los indicadores y medidas estadísticas desarrolladas hasta hoy ofrecen sumado a la dificultad de captar por sí solas las dimensiones sociales de la espacialidad, entendemos que aportan una herramienta interesante y poco explotada para los estudios de espacialidad urbana que complementa los estudios que estamos realizando en este trabajo. (Volver)
2. Se toman para este estudio los datos aportados por la Dirección General de Estadística y Censos y los trabajos de Mariana Marcos, Gabriela Mera y María Mercedes Di Virgilio mencionados enlas referencias, que explican y tienen en cuenta las limitaciones que cada censo puede presentar. (Volver)
3. Estas conclusiones nacen a partir del trabajo realizado para el Proyecto Acreditado 32/15 307 “Representaciones Simbólicas y Espaciales de la Noción del ‘Otro’ en las formas de promoción de la Diversidad Cultural Argentina. Estudio Comparado entre la Ciudad de Córdoba y el Área Metropolitana de Buenos Aires” en el marco del Instituto de Artes y Ciencias de la Diversidad Cultural de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, para el cual se analizaron la página oficial www.buenosaires.gob.ar y sus publicaciones online, la página del área de turismo de la ciudad www.turismo.buenosaires.gob.ar/es, la página del Observatorio de las Colectividades –que al día de hoy ya no está disponible– y la producción del Canal de la Ciudad– el canal público de CABA. (Volver)
4. Rituales que incluso, si pensáramos en el desplazamiento lineal en el espacio de las procesiones, llegarían hasta tradiciones prehispánicas (Terrón de Bellomo, 2005). (Volver)
5. Jefe de Carrera de Arquitectura y Turismo en Universidad de Aquino Bolivia UDABOL. Consultado en entrevistas personales, en http://ramirozalles.blogspot.com/ y en Zalles Pinell (2018). (Volver)
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