Aperturas AREA 24

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La nostalgia y los objetos mestizos

MARTÍN TISERA
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo


 El antropólogo francés François Laplantine y su coterráneo Alexis Nouss, profesor en el área lingüística, han definido al mestizaje [1] como algo opuesto a la hibridación y a otros conceptos similares con los que comúnmente se lo asocia. En efecto, no se trata en modo alguno de elementos discretos cuyas identidades desaparecen en la nueva forma homogeneizante que ahora constituyen. Por el contrario, el mestizaje une lo opuesto asumiendo los conflictos pero eludiendo los enfrentamientos. Se trata de un tipo de orden que sostiene la tensión de lo diverso reunido, la vibración que produce la discontinuidad en la unión sorpresiva de elementos contrarios (materiales, emociones, formas).

Entre los numerosos y variados casos (un nutrido diccionario de la A a la Z) en los que estos autores ensayan la aplicación de sus ideas, pueden mencionarse el oxímoron y el collage. Ahora bien, si se nos permite continuar observando bajo la luz del mestizaje, tal vez sea lícito detectar su fuerza oscilatoria también en la cohabitación, lograda en un mismo objeto, del pasado y del presente.

Es que, más allá de los objetos denominados retro, hoy pueden verse producciones que encuentran y articulan elementos temporal y materialmente distintos. Se trata de dispositivos propios de la actualidad y artefactos de tiempos pretéritos que son puestos a trabajar en conjunto, materiales que definieron a la máquina de otra época que son utilizados para reconfigurar los últimos productos de tecnología informática.

Cierto es que el diseño (por supuesto que ya el arte desde mucho antes) deambula frecuentemente por un cementerio de formas y, como Víctor Frankenstein, revuelve tumbas para reactivar la vida en lo que está muerto. Las posibles reflexiones a las que invitan actos semejantes de revivificación (revival) son, claro está, múltiples y extendidas. Algunas de ellas, tal vez las más difundidas por considerarse gestos críticos de la época en que se vive, pueden ser: la evasión de un presente que se experimenta como decepcionante, el intento por rescatar valores que se creen ausentes y necesarios en los tiempos que corren, la disconformidad –material y política– con un nuevo modo de producir.

Sin embargo, y sin desconocer posibles solapamientos con aquellos u otros abordajes, se encuentra, inevitablemente, una dimensión nostálgica. La palabra nostalgia proviene del griego y es el resultante de la unión entre las expresiones casa, dolor o vacío. Pero, si bien la nostalgia fue declarada enfermedad a finales del siglo XVII, la literatura romántica se encargó luego de expandir su significado, mitigando su impronta clínica. A partir de entonces, aquella puede ser concebida como un sentimiento ambiguo por las cosas que el tiempo volvió distantes e irrecuperables.

Y es justamente esa ambigüedad en la que reparan Laplantine y Nouss, pues la nostalgia [2] es entendida por ellos como el sentimiento mestizo por antonomasia, dado que supone una permanente fluctuación entre los componentes de los pares presencia-ausencia, goce-sufrimiento.

Sabidos son los otros dos factores (ambos ilusorios) que se suman a la constitución de la nostalgia: la creencia de que todo tiempo acaecido fue más dichoso que el presente y la promesa de recobrar aquello que se ha perdido. Para el psicólogo argentino Néstor Braunstein [3] lo que con ello se intenta es negar la irreversibilidad del tiempo y la exigencia que la vida impone de combatir un goce aferrado al pasado para establecer objetivos puestos en el futuro.

Porque no existe recuperación vital en la exhumación de formas que realiza la nostalgia. La puesta en juego de elementos que pertenecen al pasado en el presente configura una teatralidad como la de todos los ficticios reanimados que logran trascender el sepulcro.

Los fantasmas hacen sus apariciones y lo que estaba muerto parece regresar. Es que la nostalgia motiva un constante vaivén entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Y para explicar mejor este evento, conviene revisar otro mestizaje, diferente de los planteados por Laplantine y Nouss, el zombi. Esta criatura, aun habiendo vuelto del inframundo, no accederá otra vez a su estatus previo de ser viviente. La tensión aparece aquí nuevamente en el ir y venir de este personaje entre las dimensiones de la vida y de la muerte.

Todo lo que retorna del deceso lleva impregnado el hedor de la sepultura, y es el perfume de la nostalgia, hecho de olvidos cuidadosos, lo que pretende ocultar aquella fetidez intolerable. Pero ¿dónde radica entonces la necesidad de activar esos lazos afectivos con el pasado?

En el cortometraje La Jetée (1962) de Chris Marker, el jefe de experimentos, descrito como un hombre desapasionado, habla de una raza humana condenada que cuenta con el tiempo como única posibilidad de supervivencia. La idea entonces es recurrir al pasado para socorrer al presente. Sin embargo, despertar en otro tiempo significa volver a nacer como adulto. El impacto es demasiado fuerte.

Pero “esta es la historia de un hombre marcado por una imagen de su infancia” [4], historia que tal vez sea la de todos los hombres que se han aferrado a un episodio tierno de su biografía “para sobrellevar la locura que vendría después”, para refugiarse de un presente desesperanzador que ha incumplido toda promesa de felicidad formulada por el pasado. De otro modo solo queda para ese hombre entender que “no se puede huir del tiempo, y que ese  instante que le habían concedido de niño, y que tanto le había obsesionado, era el de su propia muerte” ■


Notas

1. Laplantine, F. y Nouss, A. (2007). Mestizajes. De Arcimboldo a Zombi. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. (Volver)

2. Aunque la palabra que en verdad utilizan es melancolía, cabe aclarar que para estos autores melancolía, spleen, nostalgia y saudade están lo suficientemente relacionados como para que no sea posible una decidida escisión. (Volver)

3. Braunstein, N. (2011, enero-diciembre) Diálogo sobre la nostalgia en psicoanálisis. Desde el Jardín de Freud, (11), pp. 51-66. (Volver)

4. Esta cita y las que siguen, pertenecen al cortometraje La Jetée (El Muelle) de Chris Marker (1962). (Volver)