Resignificar la observación y el registro fotográfico de espacios públicos. Una experiencia desde Quito


ANDREA CEVALLOS ARÁUZ
CRISTHIAN PARRADO RODRÍGUEZ

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales – FLACSO Ecuador
Departamento de Asuntos Públicos
Maestría en Estudios Urbanos



Resumen

Este artículo reflexiona sobre el uso de la observación y la fotografía en la investigación urbana de los espacios públicos, pretendiendo con ello resignificar la forma con la que se aplica y se presentan los resultados de ambas técnicas. Asume como lugar de estudio al parque de Cotocollao de la ciudad de Quito (Ecuador), donde se aplicó un ejercicio de observación flotante, buscando a su vez el registro fotográfico de sus prácticas urbanas. Concluye apelando por una observación reflexiva que reconsidere la forma de observar, cuestione lo registrado y, con ello, de cuenta del régimen escópico que sustenta su elección.

Palabras clave
Espacio público, Observación, Régimen escópico, Registro fotográfico


Introducción

El uso de la observación y la fotografía en la arquitectura, el urbanismo y los estudios urbanos ha sido discutido en numerosas ocasiones. Por un lado, la observación se aborda como un recurso privilegiado con el cual se acerca al entendimiento de los factores que estructuran la experiencia urbana en los diversos lugares que la componen como el transporte público (Augé, 1998; Aguilar, 2013), la vida barrial (Guber, 2004) o cualquier espacio público en general (Delgado, 1999). La fotografía, por su parte, se entiende como una herramienta que permite problematizar y repensar lo urbano por medio de la imagen postal (Santillán y Villegas, 2016), la investigación histórica (Lara, 2005; Laso, 2017) o el estudio de las prácticas de enseñanza universitaria (Iturra, 2013; Augustowsky, 2017). En todo caso, tanto la observación como la fotografía se perciben como importantes recursos metodológicos con las cuales se puede acceder a cómo se vive, piensa, representa y enseña la ciudad.

En estas formas de acceso se puntualiza la posibilidad que ofrecen ambos recursos para comprender, a partir de un proceso de extrañamiento, lo que resulta demasiado familiar en la investigación. Se asume que con su uso reflexivo toda experiencia social puede llegar a ser objeto de estudio. Sin embargo, en la actualidad existen algunos trabajos que aplican masivamente el registro y el reporte fotográfico solamente como constancia de la observación, es decir, como garantía de que se observó determinado lugar. Este uso masivo de la fotografía, además de vetar la pericia de extrañamiento, cercena la facultad de reflexionar sobre la misma mirada que acompaña la observación. En otros términos, imposibilita que se razone sobre cómo se mira lo observable. Sobre esta base, este artículo reflexiona acerca del uso de la observación y la fotografía en la investigación de los espacios públicos, pretendiendo con ello resignificar la forma con la que se aplica y se presentan los resultados de ambos recursos metodológicos.

Se asume como lugar de estudio al parque de Cotocollao de la ciudad de Quito (Ecuador), en donde se aplicó un ejercicio de observación flotante buscando a su vez el registro fotográfico de sus prácticas urbanas. Cotocollao es una parroquia ubicada en el noroccidente de Quito que, a partir de la década del sesenta, experimentó acelerados procesos de urbanización que la convirtieron en un área de usos mixtos con una fuerte presencia comercial y residencial. Su historia y su mezcla de usos son dos de los primordiales ápices a partir de los cuales se experimenta la vida urbana en esta zona de la ciudad. Por su parte, el parque es uno de los principales espacios públicos de la parroquia, ya que además de concentrar diversos equipamientos y servicios para la colectividad (como el cementerio, la iglesia y los locales comerciales) genera importantes convergencias y disyunciones de la vida urbana.

El ejercicio de observación y el registro fotográfico se realizó en el parque y en su entorno inmediato. Lo observado y registrado corresponde a las prácticas urbanas identificadas por los autores el domingo 25 de febrero de 2018, entre las 10 y las 13 horas del día. Durante este tiempo los autores, cada uno por separado, practicaron la observación flotante como recurso metodológico para reconocer las estructuras que organizan la vida social del espacio público (Delgado, 1999). Este recurso consistió en observar lo que acontecía en el parque, sin mantener fija la atención en situaciones precisas, sino dejándola flotar para recoger información sin filtros y expectativas. Así, se observaron librementelos sucesos de mayor interés para cada autor, los cuales también fueron fotografiados. Una vez concluido este proceso, se realizó una interpretación conjunta de las fotografías, puntualizando las convergencias y disyunciones de lo observado y registrado en la búsqueda de dar cuenta de las prácticas urbanas identificadas en la observación, las interacciones sociales que ocurrieron en una situación urbana particular y de la realidad que se pretende representar en las fotografías que se produjeron sobre esta zona de la ciudad.

El artículo se encuentra estructurado en tres partes. En la primera se describen las prácticas urbanas observadas en el parque. Aquí se usan fotografías tomadas por cada uno de los autores como herramientas argumentativas dentro de la descripción. En la segunda, se presenta una discusión teórica acerca de la observación y el registro fotográfico como recursos metodológicos para estudiar los espacios públicos. En este apartado se hace especial mención de la mirada que acompañó lo observado y registrado por cada autor. Finalmente, en la tercera parte, se realizan anotaciones respecto de la necesidad de reflexionar sobre la forma de observar y cuestionar lo registrado. Esta estructura planteada responde a la intención de modificar el orden con el cual se suelen escribir los artículos científicos, los cuales parten inicialmente con una discusión teórica, continúan con la descripción de la metodología y terminan con la presentación de los resultados de investigación. De esta manera, se pretende también presentar una forma alternativa a la lectura de los artículos académicos.

Prácticas urbanas en el parque de Cotocollao

Tanto el ejercicio de observación como el registro fotográfico realizado en el parque pudieron identificar ciertas prácticas urbanas. Si bien es cierto que todo espacio público urbano puede albergar un sin número de prácticas, tantas como la cantidad de ciudadanos que lo frecuenten, consideramos que estas representan a lasque se realizan típicamente en un día cualquiera. Vale aclarar que la observación y el registro realizado se centra en las prácticas urbanas rutinarias y no se captaron las actividades festivas que suelen desarrollarse en el parque –como conciertos o ferias– porque en ambas situaciones la concurrencia de gente y el uso del espacio, adquieren características disímiles. Así, las prácticas identificadas se pueden agrupar en:

>  apropiación de equipamientos colectivos,
>  adaptación del entorno construido,
>  redefinición del espacio por los sujetos,
>  diferenciación de actividades en el espacio, e
>  implantación de actividades económicas no pensadas en el espacio.

En cuanto a la primera, vale indicar que desde la mirada convencional los equipamientos colectivos suelen ser vistos como escenarios que materializan la prestación de diversos servicios en la ciudad. No obstante, también se puede observar cómo alrededor de los equipamientos gira un importante circuito de relaciones sociales entre ciudadanos y prestadores de servicios; relaciones claves en la complejidad de la vida urbana. Ante esta última visión, los equipamientos localizados en el contorno del parque de Cotocollao son necesarios no solo para garantizar la prestación de un servicio, sino también, y fundamentalmente, para estructurar la experiencia urbana. Concretamente, alrededor del parque se hallan la iglesia, el cementerio y distintos locales comerciales. Estos equipamientos tienen una intensa relación con las necesidades y demandas socioculturales, sanitarias y económicas que se presentan en el diario vivir de las personas que viven en esta zona de la ciudad. Su influencia en el entorno en el que se asientan genera una de las más sobresalientes prácticas urbanas del parque.

Fotografía 1
Iglesia y parque de Cotocollao.
Foto: Andrea Cevallos. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Así por ejemplo, la Fotografía 1 presenta una imagen panorámica de la iglesia tomada desde el área central del parque. En primer plano se observan artículos ligados a una estrategia económica primaria destinada a satisfacer necesidades de recreación de un grupo relacionado a la infancia. De la misma manera, resulta llamativa la vaciedad de mobiliario urbano en la parte central del parque, característica constante a lo largo de los últimos años. Sin embargo, es este mismo vaciamiento el encargado de propiciar varios tipos de actividades, como los encuentros entre personas o la realización de conciertos y ferias. Ahora, en segundo plano, se puede observar la presencia jerárquica de la iglesia en el parque. Aunque el registro fotográfico no muestre los demás equipamientos (como el cementerio, que se encuentra en la parte trasera del templo), es dable afirmar que la iglesia es el elemento a través del cual se ordenan los distintos equipamientos y usos del lugar.

De esta manera, la existencia de la iglesia a un costado del parque posibilita la aglomeración de diversas actividades facilitando que las interacciones entre los usos sociales del espacio y los sujetos ocurran en un contexto público, es decir, visible ante todos. Durante cualquier tiempo de estadía se pueden observar cómo los feligreses, en su intención de ingresar a la iglesia, tienen que transitar por el área central del parque. Esta función de tránsito convierte a la religión también en una práctica callejera en el parque: los actos de devoción no solo se materializan al interior del equipamiento, sino que también participan en el espacio público. Quien se encuentre en dirección a la iglesia ya es socialmente reconocido como feligrés. Así, los distintos desplazamientos para acceder a la iglesia, e incluso las estadías prolongadas a las afueras durante y una vez terminado el acto de fe, visibilizan el contexto sacro que se estructura alrededor del parque (ver Fotografía 2). Justamente, por medio de las Fotografías 1 y 2, se pretende evidenciar cómo la mirada de quien observa recae en registrar el peso que tienen las estructuras religiosas sobre la organización, el uso del espacio público y la vida social del parque.

Fotografía 2
Acceso a la iglesia de Cotocollao.
Foto: Cristhian Parrado. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Según Lofland (1973), el urbanita moderno emplea la ubicación más que la apariencia para identificar a los extraños que lo rodean. En la ciudad moderna, las apariencias son caóticas y el espacio está ordenado; por tanto, el urbanita se encuentra más representado por el lugar que habita que por su propia apariencia. No obstante, aunque esta suposición pretende explicar los principios de identificación social en la ciudad a partir del lugar que se habita, vale aclarar que el espacio público es uno de los escenarios urbanos donde la lectura del extraño se hace a partir de su apariencia. El cuerpo y la corporalidad son territorios de sentido con los cuales se identifican los sujetos. Las prácticas urbanas en plazas, parques o calles son susceptibles de ser reconocidas e investigadas debido al amplio abanico de lecturas que se pueden hacer mediante la apariencia, los comportamientos y la puesta en escena del cuerpo del urbanita. Cuerpo que también permite leer su forma de relacionamiento con el espacio construido.

En el parque de Cotocollao se observa un tipo concreto de espacio construido: un espacio ordenado y racionalmente definido para generar un tipo de comportamiento esperado. Así, por ejemplo, su mobiliario urbano incita a la función de sentarse, mientras que su fuente o áreas verdes invitan a la contemplación. Sin embargo, durante el período de observación se evidenció la presencia de eventos de ruptura que suponen una acción diferente a la inicialmente esperada o asignada. De esta manera, la segunda práctica urbana observada en el parque se expresa en la relación entre las intenciones de racionalización de la técnica urbanística moderna y las adaptaciones de los usuarios. La racionalización consiste en espacios pensados geométricamente, donde se asignan ciertos usos a determinadas localizaciones específicas: por ejemplo, las gradas diseñadas exclusivamente para el ascenso y descenso peatonal o las zonas verdes trazadas para diferenciar lo artificial de lo natural.

No obstante, estos dos espacios, a pesar de estar precedidos por el planteamiento de la técnica urbanística, se producen y usan de forma diferente. Esta producción radica en el sentido cotidiano del habitar (De Certeau, 1999), y da cuenta de las poéticas del espacio, las maneras de hacer o prácticas con las cuales los usuarios se apropian de un espacio organizado por los técnicos de la producción sociocultural. Según De Certeau (1999), los usuarios del espacio público trabajan artesanalmente con la economía cultural dominante para transformarla de acuerdo con sus intereses y reglas propias. Así, el parque de Cotocollao más que estar definido por la técnica urbanista, se halla caracterizado por el uso que le otorgan sus usuarios. Por tanto, el parque también está tejido por una urdimbre de tradición oral, proliferación de historias y operaciones heterogéneas que componen sus varias escenas de lo cotidiano. Retóricas caminantes, contratos pragmáticos bajo forma de movimientos, relatos, rumores, recuerdos, atajos, desviaciones e improvisaciones hacen parte de su experiencia urbana.

Fotografía 3
Encuentro en la fuente de agua del parque Cotocollao.
Foto: Cristhian Parrado. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Del abanico de estas experiencias observadas, son dos las que llaman poderosamente la atención. Por un lado, la fuente del parque es usada artesanalmente por los usuarios. La función con la que se diseñó visibiliza un desuso permanente y de vieja data, lo que da apertura a diversas apropiaciones en la vida cotidiana por parte de los sujetos: su bordillo es practicado como lugar de encuentro y, además, su estructura es usada como lienzo para trazos gruesos de caligrafía (ver Fotografía 3). Ambas prácticas cuestionan tanto el diseño como la estética de la fuente, y riñen con la supuesta utilidad y belleza que las pericias urbanistas pretenden conservar en el lugar. Y, por el otro lado, los usuarios suelen evadir las intenciones normativas que tienen ciertas áreas del parque adaptándolas de acuerdo a su necesidad, como la de dormir, irrumpiendo con ello las lógicas espaciales y temporales socialmente construidas para hacerlo (ver Fotografía 4). Con las Fotografías 3 y 4, precisamente, se intenta detallar desde dos miradas posibles cómo los sujetos irrumpen los espacios racionales del parque.

Fotografía 4
Durmiente en el parque de Cotocollao.
Foto: Andrea Cevallos. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Como tercera práctica urbana es posible observar que, pese a que las distintas actividades en el parque generan una sensación a primera vista de desorden, estas no obstante, expresan –para seguir a Delgado (1999)– una estructura en permanente estructuración. Diversos espacios producidos por los sujetos son destinados para usos que si bien no son excluyentes, sí implican una experiencia urbana diferente. Al parecer, la estructura del parque está conformada por zonas periféricas que son reservadas para usos contemplativos y por zonas centrales destinadas para dinámicas más activas. Sin embargo, resaltamos que esta estructura no es algo que se encuentre totalmente concluido, sino que sus propiedades se encuentran en constante (re)elaboración, estructurándose una y otra vez, empleando para ello negociaciones y materiales siempre perecederos (Delgado, 1999). Así, es posible apreciar que los componentes humanos y contextuales observados de esta estructura pueden repetirse en cualquier otro momento del día, pero también puede que no. De esta forma, las Fotografías 5 y 6 que buscan visibilizar esta práctica presentan limitaciones para mostrar su carácter cambiante. Pero, en todo caso, registra la mirada con la que los investigadores las observan.

Fotografía 5
Espacios de recreación activa y pasiva en el parque de Cotocollao.
Foto: Andrea Cevallos.

Bajo esta visión, es posible entender al parque de Cotocollao como un espacio público expuesto a redefinirse y apropiarse constantemente. Es un espacio donde distintas actividades humanas moldean lo social, lo (re)construyen y lo (re)significan mediante los diferentes usos y maneras de apropiación en su compleja función de contenedor. Como cualquier otro espacio público, el parque es, en cierto sentido, un gran facilitador de posibilidades, de códigos de permanencia y cambios. Dichos cambios están demarcados por límites físicos y simbólicos que se traducen en un lenguaje específico, en una demarcación al interior con actores, experiencias y estructuras que terminan por develar jerarquías variables. En el primer plano de la Fotografía 5 se observa, por ejemplo, cómo las actividades ligadas a la recreación infantil se concentran en la parte central del parque, además de verse, en un segundo plano, cómo las personas de mayor edad ocupan los espacios periféricos para desarrollar una actividad más pasiva. Los recorridos de estas dos actividades están delimitados por la misma zona que se relegan prácticamente a la contemplación. De la misma manera, en la Fotografía 6 se contempla que dentro de la estructura del parque se halla también el componente de la edad. La zona central se reserva para actividades relacionadas con la infancia y contrasta con los espacios limítrofes que sirven como lugares de tránsito.

Fotografía 6
Edad en el parque de Cotocollao.
Foto: Cristhian Parrado. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

En lo que respecta a la cuarta práctica urbana, es decir, a la diferenciación de actividades en el espacio, se encuentra que existe una lógica diferenciada entre las actividades desarrolladas en el parque y el bulevar de Cotocollao. El bulevar es una calle con dirección al parque caracterizada por exhibir distintos puestos de venta ambulante sobre su acera lateral sur. Igualmente, el bulevar se encuentra en desventaja con respecto a la existencia de mobiliario: tanto el parque como la acera lateral norte tienen asientos pensados para el descanso de los sujetos, pero su acera lateral sur no. Esto genera que la interacción que propicia el bulevar sea única y de vital importancia para la vida urbana en todo el espacio observado: los ambulantes, además de apropiarse del espacio, tienen que innovar el mobiliario que usan para realizar sus ventas.

En cualquier caso, las actividades en el bulevar son el resultado de una apropiación causada por los ambulantes y sus ventas, lo que no da cabida a la realización de otras actividades sociales. El mismo hecho que en la acera lateral sur no se encuentre mobiliario da a entender que su objetivo inicial era el de facilitar la circulación del peatón. Este aspecto se transforma como producto de la acción de los vendedores ambulantes al momento que instauran sus puestos de venta allí, generando a partir de ello no una libre circulación peatonal, sino una atracción mercantil que incita a los ciudadanos a comprar, “ciudadanos a los que previamente se les ha cercenado el espacio público” para caminar (Silva, 2008, p. 57). Por tal motivo, la diferencia entre las actividades del parque y las actividades del bulevar es innegable, y se hace tangible en la imagen que proyecta cada una de ellas. El espacio del bulevar tiene una connotación comercial ligada al trabajo informal en la ciudad que propicia relaciones mercantiles entre ciudadanos de paso y ambulantes (ver Fotografía 7).

Fotografía 7
Bulevar de Cotocollao apropiado por ventas ambulantes.
Foto: Andrea Cevallos. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

En cuanto al parque, este sigue manteniendo su intención original de espacio de encuentro y recreación.

Bajo esta óptica, se puede entender al bulevar de Cotocollao como un lugar de paso, mas no de encuentro para quienes lo visitan. Sobre este espacio público se erige el mercado de los informales, el que visibiliza la existencia inseparable de ambulantes y objetos, aquellos que decoran la ciudad con estilos que no han sido definidos previamente por nadie (Sarlo, 2009, pp. 35 y 37). Prendas de vestir e innumerables artículos textiles y para el hogar configuran un comercio lineal de un colorido cortejo que remata en el paisaje gris del pavimento del parque (ver Fotografía 8).

Fotografía 8
Productos y ventas ambulantes en el bulevar de Cotocollao.
Foto: Cristhian Parrado. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Pero el bulevar es mucho más que una apropiación comercial y una intención decorativa. La existencia de vendedores ambulantes también expresa una cuestión urbana relacionada con la alta tasa de informalidad de numerosas familias de escasos recursos. Enuncia, además, las desiguales formas de vivir en una sociedad basada en el ingreso: mientras los ambulantes llevan a sus hijos a trabajar con ellos, los visitantes procuran hacer distraer a su familia con los más variados artículos comerciales y las actividades recreativas del parque (ver Fotografía 9). Estos aspectos son los que más llamaron la atención durante la observación, motivo por el cual las Fotografías 7, 8 y 9 dan cuenta de la mirada con la que se les observó: una mirada que registra unas cosas y oculta otras.

Fotografía 9
Familias ambulantes y familias visitantes en el bulevar de Cotocollao.
Foto: Andrea Cevallos. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Finalmente, la implantación de actividades económicas no pensadas es la última práctica urbana observada en el parque de Cotocollao. Los espacios producidos por la modernidad inauguran nuevas formas de relación social y económica. Este sería el caso de la convivencia en el parque en donde personas desconocidas se encuentran en una situación de cercanía y, sin conocerse, ni estar involucradas en alguna actividad conjunta, entran en un estado de interacción que las conduce a compartir de manera solidaria el espacio y a buscar un grado de complementariedad entre sus actividades. Así, se observa que en Cotocollao el bulevar no es el único espacio que sostiene actividades ambulantes. Es posible hallar también en el parque distintas ventas de este estilo, aunque su fin no sea producir un mercado lineal y decorativo. En medio del parque ocurre un emplazamiento estratégico de los ambulantes en tanto que estos intentan cubrir cierta demanda de las familias que visitan el lugar. Aquí se hallan, por ejemplo, las actividades ligadas a la recreación infantil y la venta de alimentos.

A partir de los ambulantes ubicados en el parque se puede contemplar cómo existe una relación casi pensada entre los puestos y los distintos productos ofrecidos. Los puestos ambulantes se comunican entre sí sin interferir los unos con los otros en tanto que los productos que ofrecen son únicos, produciendo así la imagen de un espacio no sobresaturado para el consumo.

Fotografía 10
Ambulantes en el parque de Cotocollao.
Foto: Andrea Cevallos. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Es decir, se visibiliza el uso del espacio como recurso para generar actividades económicas versátiles y no competitivas distribuidas al interior del parque (ver Fotografía 10). Debido a que los ambulantes no compiten entre sí para atraer clientes, es posible apreciar cómo las familias que acaban de comprar helado pueden dirigirse a adquirir otro tipo de alimentos (ver Fotografía 11). De esta manera, en el parque se emplaza una red alimentaria no pensada que brinda una amplia gama de olores, sabores y texturas a la experiencia sensorial urbana. Aquí, la mirada de quien observa, pretende captar esta experiencia por medio de la fotografía.

Fotografía 11
Productos y ventas ambulantes en el parque de Cotocollao.
Foto: Cristhian Parrado. Parque de Cotocollao, 18 de febrero de 2018.

Discusión teórico-metodológica

Luego de presentar los resultados del ejercicio de observación, resaltando a su vez el registro fotográfico más conveniente para acompañar la descripción, se dio lugar a la discusión acerca del uso de las fotografías como recurso argumentativo. Antes conviene aclarar que varios de los reportes fotográficos suelen ser escritos solamente por una persona, aspecto que hace altamente identificable su mirada acerca de los fenómenos que registra. En cambio, cuando el reporte es redactado por dos o más autores, la identificación de las miradas de cada uno se torna un poco más compleja. Lograr distinguir estas miradas se convierte en una difícil tarea cuando las imágenes no son acompañadas por el nombre de su respectivo fotógrafo. Para contrarrestar esta característica, en el apartado anterior hemos anotado el nombre del autor del cual provino la fotografía, lo que genera que se pueda identificar las diferencias y confluencias de las dos miradas que estuvieron en juego al momento de la observación y la toma de estas.

Si bien podemos afirmar que la mirada de ambos coincidió en varios puntos, hay distintos elementos al que cada uno brindó mayor importancia. Andrea Cevallos Aráuz capturó un campo de visión más abarcador del parque de Cotocollao. Su mirada apuntó a entender que el entorno es el que se presta para que los sujetos actúen dentro y a través de él. Básicamente, su intención fue mostrar que la relación entre espacio y sujetos implica determinadas formas de actuar. Por su parte, el punto de vista de Cristhian Parrado Rodríguez intentó recoger las prácticas de los sujetos en el espacio. Su mirada pretendió captar cómo cada sujeto realiza una práctica y apropiación diferenciada en el parque. Su perspectiva buscó visibilizar que el entorno observado no podría tener sentido sin las distintas estrategias adaptativas que realizan los usuarios. En resumen, para la mirada de Andrea el entorno moldea las actividades de los sujetos, y desde la mirada de Cristhian las actividades de los sujetos dibujan al entorno.

Lo anterior tiene relación con los procesos de representación que contiene la imagen fotográfica en los que se incorporan “conceptos, ideas y emociones de un modo simbólico que puede ser transmitido e interpretado” (Santillán y Villegas, 2016, p. 111). Por medio de las diferencias en la percepción de cada uno se buscó representar de forma polisémica y multivocal las prácticas sociales del parque y su entorno. Miradas que interpretaron lo que resultaba observable y lo que no. Para Andrea lo observable fue el contexto, una mirada holística del parque y las prácticas de los sujetos en él. Para Cristhian lo observable fueron los sujetos particulares y sus múltiples destrezas para usar un lugar que no fue pensado desde ellos mismos. A partir de lo que resultó observable para cada autor, este procedió a registrarlo fotográficamente.

Ahora, pese a estas diferencias identificamos un patrón conjunto de observación y de captura fotográfica: acontecimientos que ante nuestro “régimen escópico” (Jay, 2007, p. 10) –es decir, ante nuestra forma socialmente creada de organizar la mirada– resultaban ser inquietantes e ilustrativos de un grado de anormalidad. En cierto sentido nuestra mirada, durante el momento de la observación y el registro fotográfico, se encontraba orientada en torno a captar acontecimientos exóticos o perturbadores; premisas que asume la observación flotante. De tal manera podemos decir que la noción de anormalidad fue un supuesto con el que realizamos la observación del parque con la que buscábamos identificar aquel “estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias” (Delgado, 1999, p. 23). Luego de haber organizado estos supuestos que habitaban nuestra mirada, concluimos que a partir del ejercicio de observación pudimos identificar las prácticas urbanas que tienen lugar en el parque de Cotocollao, pero que mediante ellas no se sintetiza toda la multiplicación de prácticas y relaciones que pueden acontecer en este espacio público, sino las que produce la relación entre observación, mirada y fotografía.

Es así como el criterio rector mediante el cual seleccionamos las fotografías que acompañan el presente artículo buscó visibilizar al menos unas prácticas urbanas que no se agotan mediante su enunciación, sino que intentan representar un espectro de actividades para las familias, los vendedores ambulantes y en general para todos los sujetos que visitan el parque. ¿Por qué estas fotografías y no otras? Porque creemos que las escogidas para este artículo dan cuenta de los distintos sujetos y objetos que se emplazan en este espacio público del norte de la ciudad. Para su seleccióntuvimos en cuenta los criterios que se detallan en el Cuadro 1.

Como consecuencia de lo anterior, consideramos que nuestra intención comunicativa en la gráfica que compone este artículo, refleja o pone en evidencia la movilidad y momentaneidad de las prácticas urbanas del parque de Cotocollao, en donde es posible apreciar las estructuras inacabadas conformadas por prácticas ligadas al encuentro, el consumo, la sacralidad, la economía ambulante y la recreación. Siendo estas prácticas nuestro locus de interés tanto en la observación como en el artículo, confluimos en asegurar que hubo otra intención compartida: lograr con nuestras fotografías reducir en cierta medida el vacío de sociedad que se encuentra, por ejemplo, en el régimen escópico de la imagen postal (Santillán y Villegas, 2016, p. 111). Creemos que con estas fotografías se produce un cierto grado de apertura para entender cómo los sujetos, en sociedad, convergen o sostienen disyunciones significativas en el espacio público.

Ahora bien, hemos evidenciado que en el ejercicio empírico de observación del parque se manifestaron algunos fundamentos clásicos de la observación participante y, de la misma manera, consideramos que hay cierta particularidad en su aplicación para observar la vida de los urbanitas, no en el sentido de habitantes de la ciudad, sino de practicantes de lo urbano (Delgado, 1999). De los fundamentos clásicos de la observación resaltamos dos aspectos. Por un lado, su carácter para “detectar los contextos y situaciones en los cuales se expresan y generan los universos culturales y sociales, en su compleja articulación y variabilidad” (Guber, 2004, p. 172). Por el otro, que el conocimiento derivado de su aplicación no es una captación inmediata de lo real, sino que es una “elaboración reflexiva teórica-empírica que emprende el investigador en el seno de las relaciones con sus informantes” (Guber, 2004, p. 184). Así las cosas, tenemos la certeza que la observación es un proceso reflexivo donde la experiencia directa, los órganos sensoriales y la afectividad logran esclarecer las prácticas urbanas y la variabilidad que compone la vida social en la ciudad.

Siguiendo a Gutiérrez y Delgado (2007), a partir de esto podemos dar cuenta de algunos problemas y limitaciones que tiene la aplicación de la observación principalmente en contextos urbanos. Estas cuestiones se encuentran dadas en términos de su aplicabilidad contemporánea y las implicaciones teóricas que esta conlleva. En el primer caso, reconocemos que la sociedad urbana que se produce en el espacio público no corresponde a las condiciones pragmáticas que la antropología cultural clásica consideraba con respecto a los modelos organizacionalmente cerrados. El modelo cognitivo y operativo de las comunidades pequeñas y relativamente independientes no puede aplicarse irreflexivamente para observar el devenir concreto de la praxis humana en los espacios urbanos. En el segundo caso, consideramos que los planteamientos epistemológicos clásicos de la observación participante aplicados a la ciudad conllevan a reducir la alta complejidad de los sujetos urbanos a la hora de comprender sus acciones. El practicante de lo urbano no es un tipo ideal estable, compacto, claramente distinguido de su entorno, sino es todo lo contrario: un sujeto de múltiples especificidades al que “se le conoce solo por lo que enseña” (Delgado, 1999, p. 16).

Así, para nuestro caso de observación no aplicó el recurso cognitivo de la corresidencia en tanto que la observación y el registro fotográfico de las prácticas urbanas del parque no implicaron una estadía prolongada con los sujetos. Sin embargo, sí creemos que en este ejercicio se logró resignificar los tradicionales objetivos de este instrumento antropológico: desarrollar la propia experiencia con los sujetos de estudio (Guber, 2004), que en el contexto urbano implicaría llevar hasta las últimas consecuencias el modelo de observación participante “en la medida en que es en el espacio público donde puede verse realizado el sueño naturalista del etnógrafo”, esto es, ser “totalmente participante” y, al tiempo, ser “totalmente observador” (Delgado, 1999, p. 48). Las agitaciones humanas, que tuvieron como escenario el parque de Cotocollao, lograron ser vistas a partir de nuestra condición de observadores invisibles y extraños participantes en un medio compuesto por extraños, adoptando la observación flotante y la reflexividad como una actitud constante de la mirada.

A partir de estas reflexiones, es posible entender cómo la mirada puede presentar diversos modos de conceptualización por medio de la relación que se establece entre la visión y el punto de vista, la visión y las prácticas urbanas, la visión y el exotismo. Dichas relaciones a lo largo de la observación fueron alcanzando un rol integrador tanto de las identidades subjetivas de los usuarios como de los espacios preconcebidos del parque. De este modo y a partir del concepto de régimen escópico, se infiere el modo en que aquellos sujetos y objetos que nos hemos acostumbrado a ver representan justamente cómo se construye socialmente la mirada. Aspecto que, además, resulta de utilidad para analizar diferentes imágenes partiendo de que las mismas se insertan en una época y una sociedad determinada la cual considera digno qué apreciar y capturar (Jay, 2007). A raíz de esto es que el parque de Cotocollao se encarna en cierto tipo de fotografías que responden a un lenguaje visual de explicación del lugar, sustentado por un conjunto de aspectos históricos, sociales y cognitivos que pretenden definirlo.

A modo de cierre

Las prácticas urbanas identificadas en este ejercicio de observación invitan a pensar posibles agendas de investigación urbana de los espacios públicos, tanto en Quito como en otras ciudades de la región. Estas agendas pueden dar cuenta de cómo se apropian los equipamientos colectivos, cómo se adapta el entorno construido y se redefinen los espacios por los sujetos, cómo se diferencian las actividades en el espacio y, finalmente, qué actividades informales existen. Asimismo, estas agendas podrían incorporar el uso de la fotografía y la observación flotante como recursos metodológicos, donde también se agreguen evaluaciones reflexivas al régimen escópico que acompaña la mirada de quién investiga. Sobre esto, en este artículo quisimos representar la versatilidad que tiene el espacio público a partir de la agencia de los sujetos, y no la racionalidad, sanidad, limpieza y orden que otrora primaba en su representación fotográfica.

Sin duda, un aspecto clave en la observación y registro fotográfico del espacio público es reconocer qué observar y registrar. Este aspecto, dicho de otra forma, se preocupa por el proceso de selección de informantes o información relevante, premisas básicas discutidas tradicionalmente por la disciplina antropológica. Leído bajo estos términos, en los espacios públicos todos los usuarios y actividades son susceptibles de ser seleccionadas como relevantes. Cada usuario y actividad pueden aportar al entendimiento de lo que acontece en parques, plazas o calles permitiéndole al investigador construir un retrato fiel de sus prácticas urbanas. Esta quizás sea, a nuestro juicio, una de las relevancias más importantes de la observación y la fotografía para el estudio de la vida social en las ciudades: sustituir la noción de informantes claves por la de informantes de lo urbano, es decir, sujetos de múltiples especificidades que pueden informar acerca de cómo las actividades y los usos individuales por distintos lugares de la ciudad están llenos de las coacciones que no solo impone la creciente vida urbana, sino también las que generan la miradas de quienes investigan.

Finalmente, cabe detallar que uno de los aspectos problemáticos del ejercicio de observación es el hecho de identificar los contenidos etnográficos de las fotografías. ¿Cómo construir argumentos y narrativas de lo observado? ¿Cómo desagregar los componentes de las fotografías? ¿Cómo hallar el sentido de lo capturado si la observación se basó en recoger flashes de la vida urbana? Creemos que estos cuestionamientos técnico-procedimentales no logran ser resueltos en este artículo. Interrogantes válidos en tanto que surgieron alrededor de considerar que la “fotografía oculta una parte del argumento” pero, al mismo tiempo, “produce la intromisión no buscada de un sentido que debería estar pero que tampoco está del todo” (Sarlo, 2009, p. 41). Descifrar este sentido en la composición de la imagen es el que le corresponde a una observación reflexiva que más allá de identificar prácticas urbanas también reconsidere la forma de observar, cuestione lo registrado y, con ello, de cuenta del régimen escópico que sustenta su elección para la presentación de resultados ■


REFERENCIAS

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