Urbanismo y género. Las mujeres dentro del canon urbanístico: de la excepción positiva a la exclusión sistemática


Universidad de Buenos Aires
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas
Centro de Estudios del Transporte del Área Metropolitana
Instituto Superior de Urbanismo

Resumen

El objetivo de este trabajo es ofrecer algunas interpretaciones para analizar el canon del urbanismo desde una perspectiva de género. La disciplina no escapa a la tendencia general de desigualdad en el acceso al campo profesional, conformando y sosteniendo mecanismos de exclusión a partir de un sistema de excusas. Si bien ciertas características del urbanismo lo hicieron más permeable a la participación de las mujeres, continúan siendo apartadas del reconocimiento, aunque con algunas diferencias. Tomaremos como ejemplo las trayectorias profesionales de Jane Jacobs y Denise Scott Brown. Luego, analizaremos ambos casos a partir de algunos conceptos acuñados desde los estudios de género, lo que nos permitirá comprender cómo se encuadran sus trayectorias en el discurso o canon disciplinar. Finalmente, este análisis nos servirá para plantear algunos interrogantes sobre las desigualdades plasmadas en el campo del urbanismo.

Palabras clave
Urbanistas, Mujeres, Urbanismo

Recibido
2 de abril de 2020
Aceptado
2 de junio de 2020

Introducción

Cristina pregunta a Razón si alguna vez una mujer descubrió una ciencia antes desconocida: “Señora mía, ya veo que pueden citarse muchos casos de mujeres instruidas en las artes y las ciencias, pero ahora os pregunto si conocéis algunas que por intuición, saber, inteligencia o ingenio, hayan inventado algunas nuevas técnicas o ciencias necesarias y provechosas que se desconocían antes”
(de Pizan, 2001).

La cita de Christine de Pizan en La Ciudad de las Damas, un texto clásico del protofeminismo, tiene ya más de 600 años. Si su lectura despierta reflexiones sobre la realidad actual en vez de dar lugar al asombro o la extrañeza por las costumbres de la época, quiere decir que mucho resta aún por hacerse en el campo de la investigación y la divulgación científica sobre el acceso de las mujeres a los distintos campos del conocimiento.

En ciertas áreas (filosofía, historia del arte, entre otras) la pregunta por la desigualdad de género en el acceso al campo viene siendo estudiada desde hace varios años. En los últimos tiempos y desde diversas ramas del diseño se está indagando, también, en este aspecto (Flesler y Gugliottella, 2018; Zambrini y Flesler, 2017; Zambrini, 2015; Rosa, 2009). En el caso del urbanismo, la falta de institucionalización como disciplina independiente a lo largo del siglo XX, probablemente influyó en que esta discusión se haya retardado y que, la mayor parte de las veces, aún hoy aparezca como análisis de una praxis secundaria de las arquitectas. A razón de ello, queremos remarcar el carácter exploratorio del presente trabajo, que por este motivo quizás ofrezca más preguntas que respuestas, con el anhelo de enriquecer la mirada de género sobre el urbanismo, no tanto desde la teoría propiamente urbanística –por cierto, un abordaje en pleno desarrollo– sino desde la pregunta por la composición de este campo.

En 2009, el portal digital Planetizen (especializado en temas urbanos) realizó una encuesta para identificar a “los 100 urbanistas más influyentes” (The 100 Most Influential Urbanists, Planetizen, 2017, traducción propia): Jane Jacobs obtuvo el (merecido) primer lugar. Sin embargo, dentro de la lista, las mujeres ocupaban solamente nueve de las cien posiciones. A su vez, se produjeron notorias omisiones a urbanistas de larguísima trayectoria: entre ellas, sobresalía la de Denise Scott Brown.

El objetivo de este trabajo es ofrecer algunas interpretaciones para analizar el canon del urbanismo desde una perspectiva de género. Planteamos entonces que el urbanismo no escapa a la tendencia general de desigualdad en el acceso al campo profesional, al igual que en el área del diseño y las artes, conformando y sosteniendo mecanismos de exclusión a partir de un sistema de excusas. El hecho de tratarse de un género menor, visto desde la arquitectura y en relación con otros campos más prestigiosos de la profesión, su carácter multidisciplinario y carente de una institucionalización específica y definida, permitió que sus fronteras resultaran más permeables en el acceso al campo profesional. Pese a ello, las mujeres continúan siendo sistemáticamente apartadas del reconocimiento, aunque con diferencias, ya que el caso de Jane Jacobs se erige como excepción positiva, mientras que casos como el de Denise Scott Brown acaban por engrosar la enorme lista de omisiones de la historia del urbanismo. En palabras de Femenías, se trata de “avanzar sobre algunas respuestas vinculadas a la exclusión pero, más aún, sobre la invisibilización de la real participación de las mujeres […], poniendo en evidencia el sesgo sexista de la ‘memoria del saber’” (2012, p. 11).

En primer lugar, señalaremos brevemente las trayectorias profesionales de Jane Jacobs y Denise Scott Brown. En segundo lugar, analizaremos ambos casos a partir de algunos conceptos acuñados desde los estudios de género, lo que nos permitirá comprender cómo se encuadran sus trayectorias en el discurso o canon disciplinar. Finalmente, este análisis nos servirá para plantear algunos interrogantes sobre las desigualdades plasmadas en el campo del urbanismo.

Las trayectorias

Luego de la Gran Depresión, la ciudad de Nueva York atravesó una crisis sin precedentes. El intento por resolver los problemas sociales derivados de ella hizo coincidir a numerosos sectores del arco político en la necesidad de atender a los barrios más pobres. El problema fue lamentablemente concebido en términos puramente físicos y, de esa manera, comenzó a tomar forma toda una serie de propuestas destinadas a destruir el hábitat de los sectores sociales más humildes, en una especie de limpieza de los males sociales de la ciudad. La crisis social aparecía para los planificadores urbanos como una oportunidad para poner en práctica los principios del modernismo corbuseriano, el paradigma urbanístico dominante por aquellos días. Robert Moses era quien estaba a cargo de las oficinas de desarrollo urbano de la ciudad y compartía plenamente esta visión. Para él, la pobreza era un “cáncer”, al igual que la cultura de la calle. Moses comenzó a acumular grandes cuotas de poder: era prácticamente independiente del poder político, concentraba el grueso de las decisiones en materia urbanística y contaba con un presupuesto millonario: podía hacer, literalmente, lo que quisiera. Después de todo, lo llamaban el “zar de la renovación urbana”:

casi todos lo maldijeron, lucharon contra él, se sometieron a él y lo admiraron […]. Pensó que se podía salir con la suya, ¿quién iba a detenerlo? Tenía a todos los políticos alrededor de él, trajo un montón de dinero federal a la ciudad (Carchman, Reeser, Tyrnauer y Van Garsse (productores), 2016).

Jane Jacobs nació en 1916 en Pensilvania (Estados Unidos de Norteamérica) y vivió desde muy joven en la ciudad de Nueva York. En los años treinta, Jane ocupaba sus días entre su trabajo de periodista freelance y el trabajo doméstico. Desde muy pequeña se interesó por observar el funcionamiento de las ciudades, lo que le valió un puesto de redactora en la revista de arquitectura Forum. Pero no fue hasta el lanzamiento del proyecto oficial de atravesar Washington Square –el parque de su barrio– con una autopista cuando desplegó su vocación activista. Jacobs fue capaz de movilizar a una gran cantidad de personas por este asunto (entre ellas, Margaret Mead y Susan Sontag) y comenzó a destacarse como líder del movimiento vecinal en defensa del barrio. Recurrió además a estrategias creativas, como la parodia a la inauguración de la obra por parte de su hija, a quien solía llevar al parque. Finalmente, la oposición al proyecto creció y el gobierno decidió cancelarlo. Fue la primera victoria para Jacobs y la primera derrota pública para Moses; su vínculo se transformó en una guerra entre fuerzas opuestas. Años después, llegaría la publicación de su obra más reconocida: Muerte y vida de las grandes ciudades (Jacobs, 2013), que recopila sus observaciones y apreciaciones personales sobre la vida urbana.

El segundo hito del activismo de Jane Jacobs ocurrió en 1961 y consistió, ni más ni menos, que en la defensa de su propio barrio tomado íntegramente (Greenwich Village) ante un proyecto de renovación urbana que implicaría la demolición de gran parte del mismo. Jane organizó reuniones de residentes para coordinar la estrategia de protesta, que también contó con un acto performático que consistía en utilizar lentes de sol tapados con una X, emulando puertas y ventanas tapiadas previas a una demolición. Jacobs interpuso una demanda contra la ciudad, ganó rápidamente a la opinión pública y el propio alcalde tuvo que frenar el proyecto, de mucha mayor envergadura que el anterior.           

El tercer hito del activismo neoyorkino de Jane Jacobs fue el rechazo al proyecto de construcción de una autopista por el medio de la ciudad, que pretendía dividir Manhattan en dos, atravesando el barrio Little Italy. En este caso, fueron los propios vecinos del barrio afectado quienes acudieron ante la líder que había sabido defender los casos anteriores. Esta vez, Jacobs fue detenida, lo que reforzó su carácter de heroína en contraposición al villano de Moses. Fue también la última batalla contra él, puesto que luego de descartado el proyecto, fue obligado a renunciar. En cuanto a Jane, años más tarde decidió mudarse a Canadá, donde continuó desempeñando un rol central como activista en contra de los procesos de renovación urbana y construcción de autopistas, a la vez que publicó una decena de libros sobre el tema.

Más allá de su activismo, Jacobs condensó un cúmulo de ideas revolucionarias para el urbanismo de la época, en abierta oposición a la clase de planificación que practicaba Moses, fiel a la teoría moderna. Fue la primera en hacerlo. Y fue precisamente desde su lugar de outsider: “Nueva York es un lugar donde no tienes que ser grande e importante y rico […] para hacer algo. Y tal vez algo nuevo e interesante. Un lugar que tiene un marco para todo tipo de personas” (Jane Jacobs en Carchman et al. (productores), 2016).

El perfil de Denise Scott Brown es netamente distinto. Arquitecta de profesión, ya era profesora en la universidad cuando conoció a Robert Venturi, quien sería su marido. Ambos conformaron el estudio Venturi Scott Brown, que estuvo a cargo de numerosos proyectos. Venturi estaba más enfocado en el diseño arquitectónico, mientras que Scott Brown se dedicó también a la planificación urbana. Entre sus trabajos, se destacan proyectos de preservación patrimonial y planes urbanísticos integrales que abarcaron diversas áreas del conocimiento, así como el asesoramiento urbanístico brindado en varios países. Dirigió el plan maestro de diseño de dos universidades estadounidenses y desarrolló también proyectos de arquitectura. Al mismo tiempo, incursionó con su marido en el diseño de muebles.

Estuvo al frente de cátedras de arquitectura y urbanismo en las principales universidades de Estados Unidos de Norteamérica (Harvard, Berkeley, Yale, entre otras). Su trabajo intelectual más conocido probablemente sea Aprendiendo de Las Vegas, una publicación de 1972 que recoge sus investigaciones sobre el papel de la comunicación simbólica en las ciudades (Venturi, Scott Brown e Izenour, 2016). Si bien el libro es adjudicado principalmente a su marido (lleva primero su nombre), Scott Brown señaló que fue ella quien se interesó por el caso de Las Vegas, impulsó la investigación y lo introdujo en el ambiente de la cultura pop, que Venturi desconocía completamente (Figueira, 2010).

El canon del urbanismo y la falta de reconocimiento: de la omisión a la excepción positiva

¿Cuál es el canon, el discurso disciplinar, que sostiene las desigualdades de género en el urbanismo? En campos como el diseño, las artes o la arquitectura, aparecen una serie de dicotomías asociadas al género: fuerza-delicadeza, frío-cálido, estructura-ornamento, entre muchas otras (Flesler y Gugliottella, 2018). En el caso de nuestro campo profesional, cobran especial relevancia las aptitudes vinculadas a la creatividad, por un lado, y a la racionalidad técnica, por otro. En todos estos casos, el canon aparece ligado a la idea de genio.

El genio es concebido como una especie de “creador divino, que crea el ser a partir de la nada” (Nochlin, 1971, p. 283). Está imbuido de un poder “misterioso y atemporal”, que no guarda relación con los aspectos sociales y culturales que rodean su obra, y hoy en día continúa siendo un paradigma de éxito profesional (Novas Ferradás, 2014). Así, la historia de la disciplina “se concibe como una sucesión de grandiosos nombres, instituyendo la jerarquía de grandes maestros y segundones” (Rosa, 2009, p. 4). El problema es que la categoría de genio deja fuera a todo aquel que no cumpla sus requisitos: varón, blanco, heterosexual y burgués. De este modo, el canon de la disciplina recoge selectivamente a estos genios y, en el mismo movimiento, invisibiliza al resto de los actores sociales que forman parte de ella. Se establece así una jerarquía de género que sobrevalora lo masculino por sobre lo femenino, asignando el prestigio material y simbólico siempre a los varones (Zambrini, 2015).

El canon tiene, además, directa implicancia en el tipo de producción teórica y práctica asociada a él. Los varones diseñaron las ciudades a partir de modelos de uso masculinos, que tienden a reforzar o acentuar la delimitación cultural que define ámbitos de hombres (el espacio público, la producción y el trabajo) y de mujeres (el espacio privado, la reproducción y el trabajo doméstico). Asimismo, la productividad como atributo fue asignada únicamente a los varones, lo que en el marco de la sociedad moderna industrial implicó necesariamente un rol principal (Zambrini, 2015).

Femenías (2012), retomando a Beauvoir, plantea que la “dialéctica de la alteridad” que aparece en los cánones disciplinares está regida por una psicología masculina del poder que establece relaciones de dominio y agresión en lugar de relaciones de cooperación y cuidado:

el urbanista era un estratega militar, un déspota y un libertador, la vanguardia y el establishment, un cirujano y un matarife, todo a la vez. Destruía para crear, creaba a partir de la destrucción, […] aplicaba principios urbanísticos universales para someter al enemigo (Pisarro, 2017).

Este panorama encaja a la perfección en el caso de Moses, que “representaba la autoridad del gran hombre que con su bisturí iba a intervenir en la ciudad [y] no estaba acostumbrado a que alguien le dijera que no”. En sus propias palabras: “vamos a reorganizar el espacio y entonces vamos a reorganizar las relaciones sociales” (Carchman et al. (productores), 2016). Nuevamente encontramos un imaginario masculino, asociado a lo funcional, racional, frío, limpio, neutro, recto, serio (Zambrini y Flesler, 2017).

Estas, entre otras, fueron las premisas del saber dominante que condicionaron el propio marco de la disciplina y determinaron a qué tipo de saber urbanístico se dio lugar históricamente; así, la omisión de las mujeres urbanistas –entre otros sectores subordinados a la lógica imperante– tiene su correlato en la omisión de los tipos de preguntas que podrían hacerse las mujeres urbanistas. No por la existencia de algún tipo de esencia femenina sino por su propia posición de outsiders invisibles dentro del sistema académico y profesional establecido.

La teoría androcéntrica del espacio establece con claridad los ámbitos de sociabilidad según el género, una división sexual del trabajo que conforma una clara distinción entre la esfera pública y la privada (Flesler y Gugliottella, 2018) y que aleja, sobre todo, cualquier atisbo de conceptualización de la lucha por ese espacio, su carácter conflictivo. ¿Qué deja de lado un modelo que privilegia el automóvil, el suburbio, que confina la posibilidad de movilidad solo a quienes trabajan fuera –los varones–?

La pregunta y la lucha por el espacio público es también una lucha por ocupar el espacio social, por llenarlo de diversidad, y así lo entendió Jane Jacobs: “es malo ser como ellos pero es peor ser una víctima y permitirlo” (Carchman et al. (productores), 2016). Jacobs destaca la diversidad social como uno de los rasgos más significativos de la vida urbana, ya que permite que las personas se apoyen y complementen mutuamente. Su apuesta es que primen las relaciones de cooperación a las que nos referíamos antes.

Así, la teoría de Jacobs también refleja el tipo de preguntas urbanísticas que solo una outsider podía hacerse. En una ocasión, durante una protesta por la construcción de la autopista en Little Italy, una vecina señalaba ante la prensa que “este es uno de los pocos barrios donde una mujer puede ir segura por la noche” (Carchman et al. (productores), 2016). Son preguntas que difícilmente pueda haberse hecho Moses y que sí aparecen, por ejemplo, en uno de los conceptos más célebres de Jacobs, el de “ojos en la calle”, lo que denota su preocupación por las cuestiones de seguridad ciudadana (y en especial de las mujeres). Así lo explicaba con sus propias palabras:

históricamente, las soluciones a los problemas de la ciudad muy rara vez provienen de arriba. Vienen de gente que entiende los problemas de primera mano porque vive en ellas y tiene nuevas, ingeniosas y muy a menudo fuera de lo común, ideas sobre cómo resolverlos (Carchman et al. (productores), 2016).

Siguiendo a Isabel Segura Soriano (2013), podemos afirmar que Jane Jacobs reformula el urbanismo a partir de su relectura desde la vida cotidiana y, dada su propia experiencia, lo hace efectivamente desde la vida cotidiana de las mujeres:

Jacobs sitúa en el centro lo que, definido como escala doméstica, no es otra cosa que optar por una ciudad donde lo doméstico, dicho en otras palabras, la vida cotidiana, sea el eje prioritario para analizar, proyectar y diseñar las políticas urbanas (p. 3).

Este punto de vista viene de alguna manera a poner de relieve la importancia del trabajo doméstico, en tanto trabajo no pago que sostiene la economía de mercado. A su vez, señala Segura Soriano, podría interpretarse como una relectura del lema “lo personal es político” en clave urbanística, ya que, por ejemplo, la movilidad de las personas obedece –por gran diferencia numérica– en primero y segundo lugar al mantenimiento del hogar (compras) y a tareas de cuidado, ocupaciones típicas del “ama de casa”, imprescindibles para la vida en sociedad. Uno de los aportes más importantes del movimiento feminista fue, precisamente, intentar romper la dualidad de órdenes públicos y privados (Zambrini, 2015). En este sentido, el activismo de Jacobs puede pensarse como parte de una disputa por el dominio del espacio público y del ámbito de lo público en general.

¿Por qué y cómo recupera el urbanismo, ante este panorama, la figura de Jane Jacobs, hasta convertirla en “la urbanista más influyente” de la actualidad? En principio, ha sido la constatación y la experiencia negativa de los proyectos que Jacobs criticaba lo que contribuyó a destacar sus teorías, que solamente décadas después adquirieron valor entre los urbanistas. Más allá del contenido teórico, interesa ver aquí cómo es recuperada. En términos de género, sin duda el caso de Jacobs se encuadra dentro de lo que autoras como Rosa (2008) y Femenías (2012) denominan “excepción positiva”. Sucede cuando el canon se ve obligado a aceptar dentro de la historia disciplinar el aporte femenino, y cumple una doble función: por un lado, tiende a disipar cualquier acusación de desigualdad de género (podría sintetizarse en el lema: si ella pudo, cualquier mujer puede); al hacerlo, invisibiliza los mecanismos reales de exclusión hacia los diferentes, a quienes, ahora legítimamente, puede abandonar en el olvido.

Por otra parte, lo que también consigue el mecanismo de etiquetar como “excepción positiva” a una mujer destacada, es obviar completamente las críticas de sus contemporáneos y las enormes dificultades en intentar realizar una labor profesional que, de no ser por la persistencia, el azar u otros motivos, no habría permitido alcanzar el estatus de excepcional. En el caso de Jacobs, por ejemplo, el empleador que la tomó y donde pudo comenzar a desplegar su teoría fue la revista Vogue, de neta orientaciónfemenina, donde únicamente podía escribir sobre la economía de los distritos naturales para la mujer: la calle de las joyas, la de las pieles, la de las flores.

Ya en sus primeros pasos como activista comenzaron a sucederse las acusaciones y críticas, que iban dirigidas específicamente a su condición de mujer: en las protestas por Washington Square, Moses desestimó el reclamo porque “nadie está en contra de esto, salvo un puñado de madres” (Carchman et al. (productores), 2016). Así como para referirse a Jane, prefería el apelativo de “ama de casa de la calle Hudson”. El progreso era obstaculizado por un grupo de mujeres a las que nadie les había pedido opinión, tal como señala el siguiente título aparecido en el New York Times en 1952: “un proyecto que habría traído nuevas carreteras al parque de Washington Square, tumbado por mujeres” (Carchman et al. (productores), 2016).

Los aportes teóricos de Jacobs (2013) reunidos en Muerte y vida de las grandes ciudades, hoy consagrados y enaltecidos por urbanistas de todo el planeta, corrieron igual suerte y sufrieron en su tiempo las críticas más despiadadas. Al igual que con su figura, apuntaron a su carácter de autora mujer; el célebre crítico de arquitectura del New Yorker, Lewis Mumford, leyó a Jacobs y tituló la reseña de su libro “Mother Jacobs’ home remedies” [Los remedios caseros de mamá Jacobs]. En palabras de Paul Goldberger, urbanista estadounidense, Mumford percibía a Jane como una “dulce anciana tratando de hacer homeopatía con la ciudad en lugar de la seria cirugía que un médico debería hacer” (Carchman et al. (productores), 2016). A pesar de su reconocimiento y de que no era su labor principal, Jane Jacobs continúa siendo hoy recordada como ama de casa, casi con excentricidad y resaltando su carácter excepcional.

Más allá de la singularidad del caso de Jane Jacobs, para el colectivo de mujeres la omisión fue la regla. Incluso con aquellas que habían conseguido graduarse en una carrera típicamente masculina como la arquitectura, y que habían logrado insertarse favorablemente en el mercado de trabajo, realizando empleos de envergadura que merecerían un reconocimiento, prevalece la omisión dentro del canon urbanístico. Este es precisamente el caso de Denise Scott Brown.

Cuando llegué a la primera clase de Arquitectura, pensé: “¿Qué hacen aquí todos estos hombres?” Cinco mujeres en una clase de 65. Mi expectativa no era ser una pionera. Pero durante años yo era la única mujer en las reuniones. ¡Centenas de hombres, una mujer afroamericana y yo! Y nos mirábamos entre ambas… Pasados 20 años, las mujeres comenzaron a entrar en la arquitectura. Pero creo que todavía no es un buen lugar para las mujeres, en muchos aspectos. Es un buen campo para las mujeres, pero no las recibe bien (Scott Brown en Figueira, 2010, traducción propia).

Es que,

en el mundo patriarcal, es decir, en el mundo hecho por varones y para varones, incluso la creatividad, que es una práctica liberadora, es ejecutada por varones y para los varones. A la mujer, en tanto ser humano subsidiario, le es negada toda intervención que implique el reconocimiento de sujeto: para ella no ha sido previsto ningún tipo de liberación (Rosa, 2008, p. 11).

Ante la demanda de inclusión de las mujeres en el campo profesional, el canon disciplinar ha desarrollado un “sistema de excusas” (Femenias, 2012). Así, una estrategia para justificar la desigualdad y la exclusión sumamente utilizada tiene que ver con la supuesta existencia de un “estilo femenino”, asociado a la sensibilidad. Lo interesante y complejo de este argumento es que puede ser empleado de un modo despectivo (en tanto debilidad) como positivo (en tanto cualidad especial). En el primer punto se ubicarían, por ejemplo, aquellos que buscan diferenciar tajantemente el trabajo de Venturi del de Scott Brown, cuando lo cierto es que en la mayoría de los proyectos en conjunto realizaban las mismas tareas. En el siguiente reportaje, Figueira pregunta si en su relación con Venturi, su “abordaje femenino” se traduce en una “sensibilidad sociológica”:

es el modo en el que las personas quieren verlo. Quieren que yo sea todo aquello en lo que no están interesadas: “es la urbanista, la dactilógrafa, hace la fotografía”. Cuando estuve en Berkeley, había mujeres fuertes y había mucho en común en el modo en el que enseñábamos (Scott Brown en Figueira, 2010, traducción propia).

Desde la otra perspectiva, o sea, desde una visión positiva de la sensibilidad, un teórico del urbanismo afirma que Jacobs “es la antena de la hipersensibilidad, que capta algo que nadie está viendo” (Carchman et al. (productores), 2016). Esta es la Jane que perdura. La Jane combativa, aguerrida, queda desdibujada tras esta cualidad: ¿y su potente rol en tanto líder opositora? En el caso de Scott Brown, también existe incluso cierta autovaloración positiva de este aspecto: “somos más intuitivas y muchas de las cosas las vemos antes” (Zabalbeascoa, 2013a).

Lo cierto es que, cualquiera sea su modo de aplicación, en ambos casos esta distinción acaba por cercenar ámbitos de libertad de elección y participación para las mujeres:

así se afirman por naturaleza, ciertas cualidades, tareas, (in)capacidades, actitudes y condiciones de las mujeres. Ese lugar natural puede implicar inferiorización natural o excelencia natural. En ambos casos, las mujeres quedan excluidas de la igualdad. El resultado es el mismo: la exclusión de la igualdad y de la condición de humano “normal” (Femenías, 2012, p. 19).

Dicho de otro modo: no existe un estilo femenino identificable como tal, y así lo demuestra la experiencia. No hay que buscar en rasgos de lo femenino las variables explicativas, sino ahondar en la estructura social (Nochlin, 1971).

El caso de Scott Brown es paradigmático porque, a pesar de y en parte gracias a trabajar asociada a su marido durante décadas, permanece como una de las omisiones más sobresalientes del urbanismo. Más allá de las restricciones clásicas (por ejemplo, quedaba fuera del ámbito de discusión y debate disciplinar con sus colegas porque las reuniones se hacían en el “club de caballeros” de la universidad), Denise tuvo una gran “restricción familiar”: como señala Rosa (2009), los familiares varones pueden jugar un papel favorable para las carreras de las mujeres, pero también desfavorables, quedando invisibilizadas, en este caso, bajo la figura del familiar varón. “Las cosas han sido, en el arte y en muchas otras áreas, embrutecedoras, opresivas y desalentadoras para todos aquellos, como las mujeres, que no han tenido la buena suerte de nacer blancos y hombres” (Nochlin, 1971, p. 286); sin embargo, en el caso de las mujeres y “a diferencia de otros grupos o castas oprimidos, los hombres esperan de ellas no solo sumisión sino afecto incondicional” (p. 287). Cuando le preguntan a Denise Scott Brown por qué no le pidió a su marido que reclamara por un tratamiento injusto de sus colegas, simplemente responde que “ha sido tan bueno conmigo que no puedo pedirle más” (Zabalbeascoa, 2013a).

En 1991, Robert Venturi ganó el Premio Pritzker, el reconocimiento más prestigioso que puede obtener un arquitecto, otorgado por la Fundación Hyatt. Cuando Venturi obtuvo el premio, el jurado citó numerosos proyectos realizados con Scott Brown como obras fundamentales de su trayectoria. En protesta, Denise no acudió a la ceremonia de entrega.

En 2013 un grupo de mujeres arquitectas creó una petición denominada “Igual reconocimiento por igual trabajo” para que se reconociera, de manera retroactiva, a Scott Brown. La petición estuvo encabezada por el propio Venturi: “Denise Scott Brown es mi igual, mi socia y mi inspiración” (Zabalbeascoa, 2013b). Se recolectaron más de 20 mil firmas pero el jurado decidió no revisar la reconsideración y catalogó el caso como cerrado. Vale destacar que en 2012 el premio también fue otorgado a un estudio conformado por una pareja, pero solo a él y no a ella.

Los premios son fundamentales en el canon de una disciplina porque establecen de una manera clara y directa quiénes son los modelos a seguir en el campo. Reúnen, en un momento determinado, el consenso sobre qué es lo que está bien hacer, cuáles son las buenas prácticas. Al mismo tiempo, reconocen y nombran a los genios que mencionábamos antes, funcionan como hitos que marcan una posible lectura de la evolución disciplinar; de ahí su importancia simbólica en la construcción del canon, de allí también la resistencia férrea que despertó la propuesta de inclusión de Scott Brown.

En 2017 Denise ganó el premio Jane Drew, que reconoce a arquitectas que hayan “alzado el perfil de la mujer en la arquitectura” (Santos, 2017). Sin embargo, tal como afirma la propia Denise, el reconocimiento ha venido solo de sus pares mujeres, mientras que en líneas generales, los logros de la pareja aparecen como logros de su esposo:

—Escribió “Aprendiendo de Las Vegas” con su marido, Robert Venturi. Han trabajado juntos durante medio siglo. Sin embargo, a usted le ha costado décadas que reconozcan su trabajo.
—Sí. Y solo lo han hecho las mujeres. Algunos arquitectos me llamaban cuando les fallaba Venturi. Me pedían que fuera a explicar los trabajos de Venturi (Zabalbeascoa, 2013a).

Conclusión

¿Cómo leer las experiencias de Jane Jacobs y Denise Scott Brown desde el urbanismo? En principio, ambas nos dejan un legado importante. En el caso de Jacobs, muchos proyectos urbanísticos contra los que peleó hace décadas, están siendo demolidos simplemente porque no resultaron exitosos. Hoy, la disciplina se nutre de conceptos como el de “ojos en la calle” y recoge sus aportes de manera notable. En 1997 se creó en Canadá el Premio Jane Jacobs; de igual forma luego de su muerte en 2006, Nueva York creó el Día de Jane Jacobs. Esta mujer, con sus ideas acerca de la diversidad social y del espacio público derrotó ni más ni menos que al movimiento moderno de Le Corbusier. El canon del urbanismo la acoge y la premia como una destacada “excepción positiva”, pero la asocia inevitablemente a un “estilo femenino” de planificación urbana y continúa nombrándola como “ama de casa”, “madre” y “activista”. Su esfuerzo por juntar a sus vecinos y organizarlos políticamente, es decir, su liderazgo político y espíritu confrontativo, no tienen lugar en esta historia.

En el caso de Scott Brown el camino fue, en cierto sentido, paradójicamente inverso. Inició su vocación de manera muy temprana, insertándose en un ámbito dominado casi exclusivamente por varones. Era profesora de prestigiosas universidades –es decir, ya tenía una trayectoria profesional sólida– cuando conoció a su marido, Robert Venturi, con el que comenzó a trabajar a la par, compartiendo todos sus proyectos. Lejos de favorecerla, esta situación la fue invisibilizando cada vez más, permaneciendo en las sombras de su esposo a tal punto de quedar borrada del canon urbanístico a partir de su exclusión del premio Pritzker a él otorgado.

El legado de Scott Brown, de este modo, más que su producción teórica netamente urbanística, es su reflexión sobre su propio caso personal. “Como objeto de una tradición que no escribió, la mujer debe desarticular el orden discursivo, no solo para desvelar sus jerarquías, sino para exhibir sus falencias” (Rosa, 2008, p. 8). En tal sentido, se autoproclama feminista, a raíz de la constatación de la desigualdad de género a partir de sus experiencias de vida en el ámbito profesional:

los resentimientos personales ante el caballeroso tratamiento a mi aportación y las atribuciones que en general han hecho arquitectos y periodistas me llevaron a analizar la estructura social de la profesión, su dominación por machos de la clase alta y el énfasis de sus miembros en el Star System arquitectónico. El resultado es un artículo titulado “Sexism and the Star System in Architecture” (Prólogo a Aprendiendo de Las Vegas, citado en Muxí Martínez, 2006).

En dicho artículo, Denise plantea que “el star-system, que es injusto para muchos arquitectos, es doblemente difícil para las mujeres en un ambiente sexista, y que, en los niveles superiores de la profesión, la arquitecta que trabaja con su marido quedará opacada por su reputación” (Scott Brown, 1989, s.d., traducción propia).

En ambos casos analizados, la experiencia demuestra que en el campo del urbanismo las mujeres han tenido (tienen) que pelear mucho más por el reconocimiento que sus colegas varones; cuando lo logran, recaen en el lugar de la “excepción positiva”. Cuando no, pese a contar con una trayectoria notable en términos absolutos, quedan condenadas a la omisión del canon disciplinar.

Al mismo tiempo, pareciera que por su condición de outsiders, las mujeres han sido más proclives a plantear y aceptar corrientes de pensamiento divergentes dentro de la disciplina (tal es el caso de Jacobs, tal el caso de arquitectas como Scott Brown especializadas en urbanismo). No quizás porque tengan algo en esencia especial, sino por sus propias experiencias personales de exclusión, que permiten no incorporar ciertas prácticas canónicas acerca de lo que es deseable producir teórica y prácticamente y cuestionar, en tanto outsiders, los paradigmas dominantes: “nos hemos fijado en lo que rodea la arquitectura porque también nosotras la hemos rodeado” (Zabalbeascoa, 2013a). En ese sentido, es interesante observar cómo el canon despliega una “retórica de la neutralidad” (Zambrini, 2017; Zambrini y Flesler, 2015) mediante la cual se universalizan valores y prácticas de lo masculino, operando como un discurso ideológico que deja por fuera otras representaciones. La crítica feminista se propone, así, evidenciar estos mecanismos.

En este punto, son auspiciosas, por un lado, las recientes producciones de mujeres urbanistas ampliando el interés de sus investigaciones hacia aquellos mecanismos que componen el canon de la disciplina (Novas Ferradás, 2014; Muxí Martínez, 2006). Por otro, los aportes de la teoría de género a la construcción de un urbanismo feminista, que genera un corpus cada vez más copioso de preguntas acerca de la relación entre mujeres y ciudad. Se trata de iniciativas fundamentales para comenzar a construir un acceso más justo tanto al urbanismo como a las ciudades, con la precaución de evitar que, en otra posible trampa canónica sobre el “estilo femenino”, las mujeres ahora solo deban producir teoría sobre urbanismo de género para ser reconocidas, o que el urbanismo producido por mujeres sea considerado poseedor de una perspectiva de género per se.

Pero, ¿qué implica entonces dicha perspectiva? “¿Significa diseñar espacios, equipamiento y signos, exclusivamente para mujeres? ¿O, más bien, trata de tener presente la diversidad que caracteriza a la sociedad, en toda su complejidad y sus circunstancias, para generar propuestas de mayor inclusión?” (Flesler y Gugliottella, 2018, p. 4). Si el canon universaliza la esfera de lo masculino, la crítica feminista brinda la posibilidad de pensar no ya ciudades para mujeres sino para todos aquellos que conforman la otredad del discurso hegemónico en un sentido amplio. Vale la pena recordar que “la ciencia no es un regalo gratuito legado por nuestros antecesores: al contrario, se ha producido socialmente y la han hecho nacer grupos sociales específicos para fines igualmente específicos” (Durán citado en Novas Ferradás, 2014, p. 11). Es, pues, una oportunidad ■

«Si las mujeres hubiesen escrito los libros, estoy segura de que lo habrían hecho de otra forma”
(de Pizan, 2001).


REFERENCIAS

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Fernández Álvarez, O. (2020, mayo – octubre). Urbanismo y género. Las mujeres dentro del canon urbanístico: de la excepción positiva a la exclusión sistemática. [En línea] AREA, 26(2), pp. 1-12. Recuperado de: https://area.fadu.uba.ar/area-2602/fernandez-alvarez2602/

Doctorando en Urbanismo en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Posgrado en Ordenación del Territorio por la Universidad de Santiago de Compostela, España. Licenciado en Sociología con orientación en Sociología Urbana por la Facultad de Ciencias Sociales (FSOC-UBA). Actualmente se desempeña como becario doctoral en el Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) donde desarrolla su tesis doctoral estudiando la aplicación de instrumentos de planificación y gestión urbana en un municipio del Gran Buenos Aires. Es docente en la carrera de Arquitectura y en la Maestría en Planificación Urbana y Regional (PROPUR-FADU-UBA). Ha participado como expositor en diversos congresos sobre temas urbanos y realizado publicaciones y consultorías en organismos públicos con relación al urbanismo.