PhD Profesor del Politécnico de Milán;
Director Gerente Total Tool, Milán;
Miembro de la Comisión Técnica del Ministerio de Educación, Universidad e Investigación de Italia;
Miembro del Consejo Científico de AREA
Publicado
28 de enero de 2021
Traducción al español: Analía Cervini
El habitar suspendido
El habitar suspendido: entendiendo la diferencia entre civitas y urbs
Comencemos nuestro excursus sobre el concepto del habitar suspendido, desde los clásicos del mundo latino, desde una de las raíces culturales de nuestra historia europea, y tratemos de averiguar cuándo en la antigüedad pudieron haber sucedido cosas similares a lo que vivimos en 2020, debido a la pandemia de la COVID-19. El punto en común lo identifiqué en el exilio, mejor aún en el acto específico de ostracismo, o el momento en que una persona era expulsada repentinamente de su ciudad por razones de índole política o ideológica. Los clásicos hacían una diferencia entre civitas y urbs. La civitas era ciudadanía, representada por el sentido de civis, es decir, ser ciudadano de la propia ciudad, desconectado parcialmente de los aspectos físicos y constructivos, la urbs, era aquello que los romanos dominaban y en lo que se destacaban técnicamente. El ostracismo producía un desapego y una profunda fractura en lo que era el mayor orgullo para un ciudadano romano, estar al servicio de la propia comunidad y, por tanto, estar impulsado por la sed de gloria y fama (cupiditates). Lo más importante para un romano, de hecho, era poder servir y encarnar la civitas, lo común, exactamente la rēs pūblica. El deseo de emerger en la vida social era fuerte, por eso el ostracismo, que de repente te sacaba físicamente de la ciudad, producía una serie de reacciones: Cicerón comienza a hablar de una suerte de locura, de melancolía, que luego contrasta con la furia (locura de los héroes griegos, “la furia de Aquiles”, la locura violenta…). Para Séneca, se transformaba en morbus, una enfermedad, una forma degenerativa. El doctor Celso habla de tristeza. El gran poeta Lucrecio habla de pondus, peso, gravedad, lunares, una especie de inercia conductual y social. La reacción a esta situación de aislamiento forzado se convirtió inevitablemente en depresión (lo que los latinos llamaban bilis negra, muerte negra, vida muerta) se convirtió en el deseo de no hacer, la falta de dimensión social, en la forma en que nosotros también durante la pandemia de la COVID-19 nos hemos acostumbrado, a la fuerza, a vivirla. El exilio concernía solo a una persona, en nuestro caso nos pasó a todos, como si todos hubiéramos estado exiliados en nuestras propias casas: todos hemos sido desterrados de alguna manera por nosotros mismos.
El munus y la importancia del espacio relacional
Si para los romanos era por tanto el munus, el orgullo que consistía en servir a la república, de la mejor manera posible, el propósito de la dimensión urbana, esto era también generado y garantizado gracias a una correcta relación entre las dimensiones privada y pública. Nosotros, viviendo la ciudad solo desde la dimensión privada, desde el interior, por lo tanto exclusivamente desde nuestras casas durante un período dado y forzado, entendimos que dentro y fuera están conectados, que realmente, como sostiene Andrea Branzi desde hace años, los interiores son la parte proyectual más interesante porque generan los exteriores de la ciudad: de hecho los exteriores hoy existen porque son los interiores los que mutan y cambian su uso, a diferencia de lo que estamos acostumbrados a creer. La ciudad hoy cambia porque cambian los interiores, los espacios privados y de servicios, por ejemplo, la remodelación de un área industrial abandonada implica nuevas actividades internas, y entonces cambia necesariamente todo a su entorno.
El urbanismo, tal como se concibió desde la posguerra hasta nuestros días en Italia, puede describirse, lamentablemente, como una disciplina que ha fracasado, porque intrínsecamente trajo consigo el ingenio autorreferencial del diseñar desde arriba. “La ciudad diseñada desde el cielo” nace como un ejercicio teórico en el Renacimiento y continua con visiones utópicas hacia 1700. En 1900, dada la complejidad y rapidez de transformación de los contextos urbanos, la ciudad diseñada desde el cielo ya no funciona, ni siquiera teóricamente. Y aun no hemos logrado gobernar nuestras ciudades gracias a los errores dados por la ingenuidad teórica y la lentitud ejecutiva. Hoy, habiendo alcanzado la dimensión global, ya tenemos en claro que las ciudades siempre van más rápido que cualquiera de nuestros proyectos, también por factores impredecibles y fulminantes, como de hecho fue la COVID-19. Por estos factores, tenemos que comenzar a diseñar desde abajo, desde las personas y sus sistemas de relaciones, si realmente tenemos esa resiliencia de la que tanto se habla.
El camino latino hacia la Smart City
La ciudad como lugar donde el valor de las relaciones es máximo
La ciudad tiene sentido porque surge de encuentros físicos, de la intersección dinámica de las personas y la necesidad de relacionarse por el comercio, por los aspectos sociales, por las comodidades de la vida y por cuestiones políticas. La ciudad, no lo olvidemos, es un lugar hecho por personas, un espacio en el que el valor de las relaciones interpersonales es máximo. En este período hemos vivido (y no solo visto) ciudades sin gente y nos hemos dado cuenta de cómo se convierte en un lugar teatralmente absurdo, fantasmal, en el que la monumentalidad de los espacios se convierte paradójicamente en protagonista, generando una belleza anómala, insostenible. De nuevo nos viene a la cabeza una visión teórica y contundente, como la de la Ciudad Ideal pintada por el maestro anónimo de Urbino, en la que la gente está totalmente ausente de la escena urbana. La tecnología en la tan declamada Smart City no lo resuelve todo, no reemplaza físicamente a las personas: de hecho, somos nosotros quienes hacemos una ciudad Smart, no al revés: quizás lo que nos salvó de la locura fueron las redes sociales, las relaciones remotas, los videos de aficionados compartidos en red, tanto como Cicerón en su tiempo envió epístolas a toda su red sociopolítica en Roma guarnecida por su enemigo Julio César. Por tanto, no deberíamos hablar tanto de Smart City (urbs) sino de Smart Citizen (civitas) y los habitantes deberían ser, por tanto, los sujetos inteligentes, entendidos como sensatos, conscientes, resilientes, capaces de reaccionar ante lo inesperado. Los habitantes controlan la ciudad, no a la inversa: ciertamente usan apps, usan car sharing… pero son conscientes de que ir a tomar una decisión individual, hoy, tiene una resonancia y un efecto en algo que es colectivo, no solo privado. La ciudad es un tejido colectivo y conectivo, un sistema de relaciones, y su inteligencia surge de esta conciencia generalizada y participativa, construida con el consentimiento y la participación, gobernada también, y especialmente, desde abajo.
Empatía necesaria entre analógico y virtual
Entonces, volviendo a nuestros antepasados romanos, podríamos declarar provocativamente que fueron quizás los verdaderos inventores de la Smart City, entendida como una estructura sistémica y diseñada, extremadamente programática y moldeada por relaciones, para fomentar el intercambio y el encuentro social, económico y político. Colocaron los baños al lado del Senado, vivieron de relaciones, aunque tuvieran el sentido físico de las urbs, de construir de una manera sumamente concreta y funcional. Pero también conocían bien cuál era el valor de las redes, porque alrededor de la ciudad romana había, como todos sabemos, un sistema de red de comunicaciones muy efectivo. Debemos volver a trabajar en estas redes, tanto del lado físico como del intangible: una dimensión que nos garantiza la presencia generalizada de lo digital, que durante la COVID-19 nos permitió permanecer desesperadamente en contacto con otros, tanto como un romano condenado al ostracismo, que entra en una fase de hiperproducción literaria, enviando cartas y epístolas a su red de relaciones políticas, sociales y afectivas. El tema de la simbiosis y la empatía, condiciones preliminares y fundamentales para garantizar la deseada resiliencia, pasa también por la intangibilidad de las redes sociales y de las redes digitales. En esta mezcla de lo analógico y lo digital, de la conciencia y la automatización, de lo privado y lo colectivo, se encuentra lo que he definido en otro lugar como “el camino latino hacia la Smart City”: una idea de ciudad en la que la participación y la conciencia son las claves sociales y cognitivas ineludibles. Y que, gracias a las tecnologías toman nuevas formas, como vimos durante la pandemia por la COVID-19, donde las apps del barrio convivían con los conciertos desde las ventanas, haciéndonos descubrir una ciudad diferente, un híbrido de relaciones y sociabilidad inéditas, de una nueva valorización.
La ciudad para todos
Se trata, entonces, de la integración de lo analógico y lo digital, una suerte de feliz hibridación, que puede permitirnos sobrevivir en momentos difíciles como este, donde lamentablemente tuvimos que pasar por una dosis masiva y forzada de digitalización. Pero como resultado, también, hemos redescubierto prácticas olvidadas (hacer pan) o el valor de los patios y balcones. Por lo tanto, hace falta planificar las cosas de una manera extremadamente integrada, si queremos evitar próximas situaciones extremas, violentas y repentinas, como la reciente pandemia nos ha demostrado que pueden ocurrir. Debemos saber diseñar con mayor conciencia y participación de la ciudadanía, de los habitantes de la res publica, y por tanto entender que junto a un diseño top-down se debe plantear uno paralelo y complementario, pero con una dinámica desde abajo (de abajo hacia arriba). Nos hemos engañado a nosotros mismos de que podemos diseñar ciudades desde arriba y que la tecnología era algo que se agregaba después para mejorar las cosas, mientras que ahora está claro cómo estos dos momentos deben pensarse como integrados y complementarios. Y, deben ser guiados y gestionados, de alguna manera, en forma sincrónica, a pesar de que son dimensiones en parte independientes y libres de restricciones directas. Esta es la fórmula para concretar aun la inclusión, igualmente declamada, una palabra muy de moda entre nuestros políticos, ciertamente más teorizada que practicada. “Diseño para el bien común” pasa, también, por una conciencia generalizada, que debe construirse desde los primeros años de vida y en la que la escuela y la formación juegan un papel prioritario y fundamental, que en nuestro país debe ser fuertemente repensado.
Durante la pandemia, este fue el rol que tuve en la Comisión Técnica que creó el Ministerio de Educación, Universidad e Investigación de Italia debido a la emergencia que dio la COVID-19. Una oportunidad para reflexionar, no solo sobre la emergencia (corto plazo), sino también sobre un gran cambio (largo plazo), sobre una reforma que produzca una escuela diversa, capaz de poder reaccionar de manera diferente ante situaciones violentas futuras, sin tener que ser suspendida de una manera tan extrema como sucedió en este contexto. Luego intentaré informar sobre algunos de los principios más originales.
Una ciudad para aprender
Una nueva proxemia para el aprendizaje
Desde la infancia hasta la universidad es necesario repensar el proceso de educación para la ciudadanía, la libertad, la diversidad, la responsabilidad, la inclusividad, el pensamiento crítico, la creatividad, la imaginación, con el objetivo de crear ciudadanos capaces, competentes que se encaminen a ser ciudadanos del mundo. En este proceso de profundo cuestionamiento de la estructura escolar actual, es posible rediseñar los lugares y su organización, esa mezcla entre hardware, software y humanware que definimos como los “entornos de aprendizaje”.
La arquitectura escolar debe ser capaz de captar e interpretar el cambio. Y, en este sentido, también debe dotarse de nuevas herramientas y medios de representación y exhibición. Los arquitectos deben empezar a pensar en términos de procesos y posibilidades, renunciando a la idea de control total, de la rigidez formal y lingüística que congela todo e ingenuamente lo sistematiza. Fluidez funcional, planificación de la diversidad, diseño de servicios y de la calidad ambiental, uso social del territorio, uso activo de los nuevos medios, son algunas de las nuevas condiciones capaces de activar la fuerza de las cualidades relacionales.
La arquitectura no es solo espacio, sino fundamentalmente tiempo, igual que lo es el aprender: hablar de entornos de aprendizaje significa combinar el espacio y el tiempo como un continuo, y brindar herramientas, prácticas que involucren a estudiantes y profesores. Solo dentro de esta visión holística podemos pensar hacer innovación en la llamada arquitectura escolar: la escuela se abre al territorio, que se abre al mundo. Dentro de esta espacialidad ampliada se encuentran los nuevos “entornos de aprendizaje”, reales o virtuales, como sean, pero no en otro lado.
De ir a la escuela a hacer la escuela
Creo que el primer objetivo del trabajo de la Comisión del Ministerio de Educación para la emergencia pos COVID-19 fue, utilizando una expresión quizás demasiado coloquial, poder pasar del concepto de ir a la escuela al de hacer la escuela. Es decir, pensar que no es el lugar físico de la escuela, la institución, su existencia fija y rígida lo que le da su identidad y reconocimiento primario, sino lo que mueve dentro de cada uno de nosotros, cuánto cambia y transforma a las personas, involucrándolas, siguiéndolas, yendo a encontrarlas de manera amistosa, organizativa y incluso física, si es necesario.
Pensamos en la escuela y sus espacios como un conjunto de arquitecturas relacionales, dispositivos y herramientas en parte físicas y en parte intangibles, constituidos por redes e intercambios, que garantizan el sentido de existencia a una comunidad, incluso a diferentes comunidades: estudiantes, profesores, padres… y los numerosos actores que giran en torno a la propia escuela como sistema.
Una multitud inclusiva
Por lo tanto, debemos reflexionar en torno a una nueva proxemia escolar, como esta pandemia nos ha enseñado brutalmente. Si en el futuro vamos a ir menos a la escuela y haremos más escuela, significa que la escuela ya no es solo una cuestión de espacio, sino que precisamente el espacio y el tiempo forman parte de una sola dimensión, están extremadamente conectados. Es necesario, entonces, brindar pautas, principios, objetivos, criterios sobre cómo gestionar la relación espacio-tiempo dentro de las diferentes situaciones específicas y locales que los más de 42 mil edificios escolares repartidos por toda Italia puedan sugerir. Y, luego, dejar la autonomía, entendida como responsabilidad y conciencia a los complejos escolares individuales.
Presencia, distancia y nueva cercanía: pactos comunitarios
La escuela será cada vez más híbrida, los espacios ya no serán solo escolares, porque ya no será solo el tiempo de la escuela edilicia. Porque, a través de la educación a distancia, habrá tiempos y espacios vinculados al hogar, que podrá realizarse y articularse por medio de muchas prácticas diferentes e innovadoras. Será importante en el futuro centrarse en otros lugares. No debemos duplicar el volumen de las escuelas sino crear otros espacios temporales donde podamos dialogar con el territorio y con las comunidades. Ser capaces de sacar la escuela de la escuela mediante talleres, espacios de discusión, inmersión en contextos profesionales específicos. Un ejemplo puede ser hacer música en un teatro, biología en un jardín… utilizando los espacios de proximidad, el que cada territorio ofrece para la docencia, una enseñanza diferente, rompiendo incluso el concepto de clase, hoy ya obsoleto. Existen actividades por objetivos y niveles de aprendizaje, porque las personas no coinciden con las paredes, y la clase no te prepara para ser un ciudadano del mundo porque la realidad y la vida cotidiana no funcionan así. Son complejos, fluidos, inestables.
En síntesis, la escuela podría poner en juego su dimensión suspendida, articulando, según las circunstancias, en tres plataformas distintas:
> la escuela en casa con aprendizaje a distancia y mini clases en el hogar;
> el hogar-escuela con aprendizajes por niveles e inserción de nuevas figuras profesionales;
> otras escuelas con espacios compartidos/prestados con actividades de aprender haciendo.
Se necesita más flexibilidad, responsabilidad, coplanificación, intercambio, asociación.
Lugar híbrido donde comprender las propiedades emergentes
Debemos, entonces, pensar en ecosistemas, redes y sistemas de relaciones, que no son solo espacios, sino la suma de espacio y tiempo. Podemos aprender de los líquenes y sus 500 millones de años de resiliencia en este planeta: de hecho, son un organismo y un ecosistema al mismo tiempo, que representa un sistema de inteligencia generalizada. Y, es el modelo analógico que tengo en mente para las escuelas y las ciudades, basado en la conciencia, la responsabilidad y la idea participativa y activa de la República (y volvamos a la rēs pūblica de los romanos), no burocrática y pasiva desde el Estado. El ser humano es un organismo y forma parte de un ecosistema, aunque no sea del todo consciente de ello, como nos muestran las precarias condiciones en las que hemos conducido al planeta.
Lección de Italo Calvino
Caos, azar y cosas: seis zancos para un camino latino hacia la Smart City
Para cerrar mi breve discusión entorno a la vida suspendida, haré una referencia directa y concreta a un proyecto realizado en 2019 que quizás, sin saberlo, anticipó esta condición suspendida y la fragilidad que vivimos hoy. Cuando, junto a los organizadores de la Smart City: exposición de personas, tecnología, materiales, nos preguntamos cómo representar y dar indicaciones más precisas sobre lo que era el camino latino hacia la Smart City, escuchamos inmediatamente las palabras de San Agustín. En Confesiones, se pregunta sobre la naturaleza del tiempo y dice “entonces, ¿qué es el tiempo? Si nadie me pregunta, lo sé; si tuviera que explicárselo a los que me preguntan, no sé”.
Sin embargo, al menos dos cosas simples, aparentemente distantes entre sí a nivel ontológico, nos parecieron útiles como un modesto intento descriptivo, sobre todo si luego alguien querrá combinarlas entre sí: primero, definir verbos, acciones, posibles movimientos. Y, por lo tanto, tratar de sugerir formas de hacer y ser, en lugar de dar reglas absolutas o principios totalizadores. Es decir, proponer objetos y modelos de referencia, de a montones, estratificaciones dentro de las cuales combinar y seleccionar, dejando luego en libertad para mezclar elementos diversos entre sí, en una nueva forma.
Estos montones, estratificaciones, ensamblajes de materiales heterogéneos tan significativos para nosotros, en realidad, se han convertido en zancos, herramientas útiles para romper con la vida cotidiana y tomar un punto de vista diferente, permaneciendo móviles y aéreos, quizás inestables. Un poco como los habitantes de la ciudad delgada de Zenobia descrita por Italo Calvino
Ahora diré de la ciudad de Zenobia que tiene esto de maravilloso: a pesar de estar colocada sobre tierras secas, se levanta sobre pilotes muy altos, y las casas son de bambú y zinc, con muchas balaustradas y balcones, colocados a diferentes alturas, sobre pilotes que se suben unos sobre otros, conectados por escaleras y aceras colgantes, coronados por miradores cubiertos por marquesinas en forma de cono, tanques de agua de barriles, molinetes que marcan el viento, surgiendo poleas, líneas y grúas.
Entonces, gracias a la sugerencia de un escritor refinado y sensible como Italo Calvino, decidimos y pensamos que el camino latino hacia la Smart City podía describirse mejor ilustrando quizás solo elementos únicos, fragmentos capaces de definir sus condiciones, pero siempre dentro de libre albedrío, de la voluntad y de la combinatoria de forma cuidada e innovadora de factores no homogéneos, objetos de distinta naturaleza, y que simplificamos en cinco categorías elementales (y metafóricas a la vez), ciertamente no exhaustivas: visiones, materiales, máscaras (agua), libros, plantas, en una escala que va del cielo a la tierra (de arriba hacia abajo), pero también de la tierra al cielo (de abajo hacia arriba).
El habitar suspendido, no para tener miedo, sino para saber interpretar
Curiosamente, en la subdivisión propuesta pasamos por agua, tierra y aire: esta última es la dimensión que hoy nos permite gestionar el poder a través de la fuerza generalizada de las comunicaciones digitales, como bien nos ha enseñado la pandemia.
Partiendo de Zenobia, una ciudad suspendida, donde la suspensión se entiende como mirar más allá, una ciudad que quiere ver más allá y que construye sistemas para ganar altura y verticalidad, pero que al mismo tiempo es también una ciudad frágil, llegamos a la idea de los pilotes, de construir estos seis pilotes que representaban los grandes problemas urbanos: transporte, tecnologías, alimentación, construcción, entre otros. Los pilotes construidos con bibliotecas de varillas de acero para obras de construcción: los pilotes se movían, eran inestables, se balanceaban. Esta incertidumbre también fue subrayada por la superposición de contenidos: máscaras, libros, materiales… El habitar suspendido nos ha enseñado que, no son las certezas a medias, no son los paradigmas absolutos los que nos pueden garantizar las verdades. El proyecto es la capacidad crítica de pensarnos por encima. Somos nosotros la fórmula y las herramientas que debemos aprender a utilizar de forma inteligente. Y, en el cierre, usaré las palabras de Novalis, de sus Fragmentos de 1772, “Si tuviéramos una Fantasía, como una Lógica, se descubriría el arte de inventar”. Por eso, los invitamos a que construyan sus propios zancos, o se suban a estos seis, entendiendo cómo usarlos y probando y volviendo a intentar, posiblemente cayendo, pero con la certeza de que solo caminando y teniendo curiosidad por mirar hacia otro lado se puede definir un camino latino hacia la Smart City, y comprender cómo el habitar suspendido es una condición a la que no hay que temer, sino saber interpretar ■
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Ceppi, G. (2021, 28 de febrero). Detención y aprendizaje en el habitar suspendido. [En línea]. AREA, sección Debates y Propuestas. Disponible en https://area.fadu.uba.ar/debates/ceppi
Se ocupa de diseño sensorial, innovación sostenible, diseño para todos y escenarios sistémicos.
Fue consultor senior de Philips Design y en 1999 fundador de Total Tool, una empresa de visión y estrategia de diseño, con oficinas en Milán y Buenos Aires.
Ha realizado talleres y conferencias en más de 25 países de todo el mundo y ha escrito varios ensayos sobre cultura de proyectos.
Ha ganado numerosos premios (Compasso d’Oro, Dedalo Minosse, Mr Planet, Confcommercio, entre otros), y realizado exposiciones personales (Bienal de Venecia, Trienal de Milán). Vive y trabaja en Milán y en el lago de Como, donde nació en 1965.